El
torero, que sufrió una tremenda cornada en la cara y perdió un ojo hace siete
años convirtiéndose en un icono de superación, torea este viernes en San Isidro
en el año de su retirada de los ruedos. Se le acerca el descanso al Ciclón de
Jerez.
PATRICIA
NAVARRO
@PatriciNavarro
Diario LA
RAZÓN de Madrid
Dice Padilla que las cornadas se olvidan para no
convertir la vida «en un camino de amargura». El cuerpo del torero gaditano es
un mapa en el que encontrar en cada cicatriz un puerto de montaña, un alto en
el camino... Hace siete años, cuando la temporada llegaba a su fin en Zaragoza
le tocó subir al Everest tras una dramática cornada que le convirtió ya para
los restos en un icono de superación: el pirata Padilla. Sin un ojo, con
problemas de audición, en la mandíbula y para hablar, regresó en tiempo récord
(cinco meses) porque torear fue la manera de salvar al hombre. Ya sin parar,
mientras las temporadas se sucedían, se sometió a interminables operaciones que
le devolvieran la simetría en su cara, en la boca, recuperar la dicción... Y
superarse día tras día. Ya ha cumplido los 25 años desde que tomó la
alternativa.
El cuarto de siglo exponiendo la vida y los
pedazos de ella. Se recompuso de sus cenizas cuando dejó de creer y a finales
de la temporada pasada, de vuelta de aquel lugar donde estuvo a punto de morir
y nació con el tiempo un nuevo Padilla, decidió que había llegado el momento.
La hora del adiós. El descanso del guerrero. El cambio de tercio. Y afronta así
el año de la despedida.
Será el viernes cuando haga su último paseíllo en
la plaza de Madrid, en San Isidro, un cartel estrella con Castella y Roca Rey.
«Esta etapa tiene mucha magia y la quiero disfrutar». Dice, y lo dice mientras
cura a uno de los muchos perros que tiene en casa y que ha sido atacado por
otro.
–Parece que
entre los conceptos de torero y animal hay un conflicto. ¿Qué relación tiene
con los animales?
Tengo muchos en casa y no sabe la gente nuestra
sensación y nuestro amor hacia los animales. Yo he convivido con ellos desde
pequeño y tengo pasión. Por eso me da tanta rabia que nos juzguen como
maltratadores y personas violentas sin conocernos.
–¿Cómo
justifica entonces la muerte del toro?
Aunque suene crudo, si no muere el toro muere la
Fiesta. Todo deja de tener sentido. Es la rúbrica a la exposición tan de verdad
que se da entre el hombre y el toro. Es la suerte suprema que tiene vital
importancia.
–¿Se pasa
miedo en esa suerte suprema?
Mucho. Son los momentos en los que pierdes de
vista la cara del toro. Miras sólo el morrillo donde vas y pierdes el
movimiento de la cabeza, lo que va a pasar, haces la cruz y... Por eso hay
tantas cornadas e incluso muertes.
–¿Cómo se
afronta la temporada sabiendo que es la última?
Contento por todo lo que estoy viviendo. No me esperaba
el cariño que estoy recibiendo. En algunos momentos siento emociones
encontradas. A veces tristeza. Me ocurre cuando me quito el vestido de torear y
pienso que el año que viene ya no voy a torear en esa plaza. Ahí me da un
arrebato de nostalgia. Pero estoy convencido de dejar de torear, de retirarme y
lo vivo con ilusión.
–¿Por qué
se va ahora?
Porque lo he elegido yo. No quería que me apartase
el toro ni el público, porque dejara de interesar, o los médicos. La temporada
pasada fue buena y pensé que había llegado el momento de decir adiós ahora en
un punto álgido.
–¿Esa
decisión se consulta con alguien?
No. La tomé solo, porque la decisión de reaparecer
también la tomé solo.
–Esa tuvo
que ser muy complicada.
Fueron momentos muy difíciles. Tuve lagunas en las
que la vida no tenía sentido. En el hospital me sentía fuerte, pero después me
derrumbé y me di cuenta de que era muy difícil superar el trance. Supe que
torear podía salvar al hombre. Aquella decisión la tomé yo y la de la retirada
también. Después se lo dije a mi mujer y mis hijos.
–¿Cómo se
lo tomaron?
Pues hubo de todo. Mi mujer siempre ha sido
imparcial. Ella me ha apoyado siempre, sin presionarme para tomar una decisión
u otra. Pero yo creo que también sentía que había llegado el momento de
disfrutar juntos de otras cosas. Pero Paloma, mi hija, que es muy aficionada y
me sigue a muchas plazas, no quería que me retirara. La tuve que convencer de
pasar a una nueva etapa y ver los toros juntos desde el tendido.
–A pesar de
haber vivido experiencias tan duras en casa...
Ella tenía siete años cuando me pasó el percance
de Zaragoza y ella se enteró de todo, pero creo que ama profundamente el
toro... Yo he hecho lo mismo con mis dos hijos y no lo sienten con la misma
intensidad. De hecho, en la cornada de Valencia, que ella estaba en la plaza,
me acerqué al burladero y ella me hizo una señal con los dedos de fuerza y en
la enfermería me besó y llamó a su madre con una entereza enorme. Esos valores
yo creo que se los ha transmitido su madre. Los tributos que se pagan en el
toreo con normalidad.
–¿Cómo es
hacer el último paseíllo en Madrid?
Todos los paseíllos son para mí especiales esta
temporada, pero el de Madrid es algo que supera todo por el respeto que le
tengo a esta plaza. No quiero que sea una tarde con sabor a despedida sino con
la sensación de que me gano el siguiente San Isidro.
–¿Cuesta
más vestirse de torero sabiendo que se va?
Sí, pero eso es una lección de amor propio de la
profesión. Yo lo he vivido de otras generaciones. Ruiz Miguel, César Rincón,
Espartaco... las grandes figuras se fueron como si no tuvieran nada y me
gustaría dar un reflejo de aquello.
–¿Le queda
un sabor amargo de la cornada de Zaragoza?
No le tengo rencor al toro. La sensación que me
queda es la de conocer el sufrimiento que hay como parte de la gloria. Llevo
mucho sufrimiento, pero he recibido mucha gloria. Cada vez que he vuelto a
torear en Zaragoza pensaba dentro de mí que algo así no podía volver a suceder,
que volvería a sentir la gloria y así ha sido. Estoy agradecido al toro, a mi
profesión y a todos los médicos que han hecho posible llegar hasta aquí.
–Esa
cornada marcó un antes y un después también en su profesión.
Después de 18 años matando las corridas duras, en
las que el corazón bombea a otro ritmo, cuando tuve el percance me llegó la
oportunidad de torear otro tipo de corridas, en otros carteles... He vivido una
cara más amable del toreo.
–¿Cuál ha
sido esa tarde inolvidable?
La de la reaparición en Olivenza cinco meses
después de la cornada en Zaragoza. Causó un impacto mediático brutal y me sentí
muy arropado por mi gente. Significaba mucho por todo lo que dejaba atrás.
Jamás lo podré olvidar. Al salir a hombros, miraba al cielo y me sentía cerca
de Dios.
–Pero la
recuperación estaba lejos de acabar ahí, quedaba todavía mucho quirófano por
delante.
Sí. Reaparecí en marzo y después en Valencia salí
intervenido de la mandíbula que me habían puesto cuatro placas, una operación
de cinco o seis horas y toreé a los pocos días. Pero para mí fue importante, y
acertamos, poner fecha de reaparición para tener la mente centrada. Tenía
fisio, logopeda, el centro de alto rendimiento y mi preparación como torero a
la vez. Según salían la fechas de torear era como que de las intervenciones no
me iba dando cuenta, a mí me ha ayudado mucho.
–¿Qué ha
tenido que ir mejorando?
He tenido que corregir la simetría de mi boca y la
pronunciación. No he podido comer bien durante casi dos años, porque las
mandíbulas no funcionaban. Me tuvieron que poner placas, tornillos... Y la
audición también. Además me crea vértigos y el acúfeno al que ya me he
acostumbrado.
–¿Cómo se
ha ido adaptando a estos desafíos delante de la cara del toro?
A la visión me adapté rápidamente, a la
profundidad, a la velocidad. Nunca he derramado agua en una vaso. Me acuerdo
mucho de una conversación con Feliciano López, que él tuvo problemas con la
visión de niño, y me dijo que jugara al tenis o pádel y lo hago. Me costó más
la audición, perdía el equilibrio, las vueltas, las largas cambiadas, me
desorientaba y me costó la adaptación.
–¿Se llega
a olvidar un percance tan duro?
Sí. Si no la vida sería muy amarga y he conseguido
darle la vuelta a todo. Era más importante ver a mis hijos y mi mujer bien y la
sonrisa ha vuelto a mis labios y he vuelto a ser el hombre de siempre.
–¿De dónde
sacó el valor Padilla en aquellos momentos duros?
Hubo lagunas profundas de estar solo en la
habitación durante mucho tiempo. Recuerdo mirarme en el espejo y preguntarme
¿dónde está el valor de Padilla? Y la respuesta estaba en afrontar la vida tal
y como me había venido, no en el valor de ponerme delante de un toro. El valor
era salir a la calle, cenar con mi familia, ver a los amigos, ir al cine, no
tener miedo, no ocultarme, destaparme. Ser un hombre libre. Eso ha sido para mí
la verdadera importancia de la vida.
–No estuvo
solo.
Hubo mucha gente que se entregó. Adolfo Suárez no
se separó de la cama del hospital. Ni después. De médicos y hasta hoy. Ha sido
un puntal para mí y para toda la familia y además un hombre que ha pasado por
circunstancias tan duras en la familia. Es un amigo y un hermano. O Finito, que
es padrino de mi hijo, y su mujer Arantxa, en los momentos duros y en los felices.
La Casa Matilla, y por supuesto Diego... Y tantos y tantos compañeros.
–El pirata
acabó convirtiéndose en un icono, incluso entre los niños.
Yo no soy un hombre de estudios, pero he tenido la
oportunidad de expresar todo lo que he vivido para ayudar a personas que
también han pasado o pasan por momentos complicados. Hay que dar fuerza a los
valores de la vida para empezar de nuevo. Yo no soy ejemplo para nadie, pero sí
he tenido ejemplo en otras personas y me ha ayudado. Perder un ojo no puede ser
todo, hay que valorar lo que se tiene.
–¿Qué se ve
haciendo?
No soy un hombre de futuro dejo la vida en mano de
Dios. Pero me siento tranquilo.
–En este
tiempo ha protagonizado varias polémicas también, algunas de manera indirecta,
como la retirada en Barcelona de una imagen suya de fotografía.
No me ofendió por mí, sí sentí que se retiraba la
tauromaquia, la cultura, la fiesta y eso duele.
–¿Orgulloso
de su bandera?
Yo sí. Y me da mucha envidia cómo otros países la
lucen con orgullo. Yo no me avergüenzo, aunque muchos no la respeten.
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