«Ejemplo
de valor, estoicismo y heroicidad». reza la leyenda en homenaje a la figura
vasca.
ROSARIO
PÉREZ
@CharoABCToros
Diario ABC
de Madrid
Allí estaba Madrid, su Madrid, tu Madrid, nuestro
Madrid, el Madrid de todos. Se agolpaba la gente frente a las bóvedas de una
Monumental cargada de historia, de miedos dormidos, de ilusiones rotas, de una
plaza sin la cual la Fiesta sería menos Fiesta. En la pared sobre la que se
abre la puerta de arrastre, en los bajos del 1 en los que descansa el coro de
las almas de Rafael Ortega, Luis Miguel Dominguín, Diego Puerta, Gregorio
Sánchez y tantos grandes, sobre esa pared desde la que se vislumbra el ruedo,
bajo la ventana por la que se colaban los rayos de luz, acaba de descubrirse un
azulejo en homenaje a Iván Fandiño, el último héroe que «entregó la vida por la
gloria del toreo».
Rompían los aplausos al mismo tiempo que caían las
lágrimas por quien ya nunca más pisará Madrid, pero cuya huella dejó
inmortalizada más allá de esa merecida placa a quien fue «ejemplo de valor,
estoicismo y heroicidad», como reza la leyenda.
Pónganle la letra que quieran, la de la épica más
grande, una banda sonora de «Memories»... Sonaba la música universal de las
emociones, como un «Let her go» de Passenger, la de «los sueños que llegan
despacio y se van tan rápido». Y en 2014 llegó el de Fandiño de atravesar la
Puerta Grande, cuyo aniversario se cumple este domingo. Fue un 13 de mayo
cuando el León de Orduña, tan vasco y tan torero de Madrid, palpó ese sueño y
se abrazó a su apoderado, «huérfano» hoy de quien empezó siendo amigo y acabó por
ser familia, familia de las de verdad. Néstor García no estaba este domingo en
la plaza, ni volverá a estar en el rincón donde se situaba a la derecha de su
«dios», que para él era Fandiño, ni estaba tampoco su mujer, Cayetana, la
primera persona a la que telefoneó aquel 13M: «Amor, te dije que pasaría algo
grande...» Sí se agolpaban en el 1 sus seguidores, los fandiñistas más fieles,
sus hombres de confianza, algún miembro de su cuadrilla, ganaderos; políticos,
monárquicos y representantes de Bellas Artes. Y el pueblo, porque, ante todo,
Iván fue un torero del pueblo.
Pero la historia de Fandiño en Las Ventas fue
mucho más que una salida a hombros: fueron un total de trece orejas para los
amantes de estadísticas y un buen puñado de obras inolvidadas para los amantes
de emociones. A «Agricultor», de Guardiola; a «Delicioso», de Carriquiri, a
«Podador», de Cuadri, el último toro de esta ganadería al que un matador
arrancó un trofeo en la capital…
Idilio con Madrid
En ese idilio con Las Ventas, «esa plaza capaz de
pasar de novia caprichosa a esposa más fiel», como la definió una vez el León,
de raíces tan vascas y tan de Madrid, Fandiño tuvo el mayor gesto de
generosidad, el mayor regalo, con la afición y con la propia Historia que
recordaban los que se congregaron esta mañana: una apuesta en solitario con
seis toros de hierros de leyenda que salió cruz para alivio de algunos y cara
en un lleno de una expectación que no se vivirá en 34 tardes de San Isidro por
mucho «No hay billetes» que se cuelgue. Verdad, ¿don José Antonio? Cómo
recuerdo la satisfacción del señor Martínez Uranga tras creer en un proyecto
llevado a cabo cuando él ocupaba el sillón de la Moncloa taurina. «Ahí tenéis
la plaza…» Y Néstor comenzó a trabajar con talento y sin respiro mientras Fandiño
se recluía en la soledad del campo. No ha habido campaña mejor, porque aquel
día se comprobó que no hay campaña más efectiva para la taquilla que la del
Toro y la del Hombre con personalidad que arriesga. En este misterio de la
tauromaquia no hay más misterio...
Coro de las almas
Pero en ese «Let her go» de Fandiño, en el diario
de sus aventuras, los sueños llegaron despacio y se fueron deprisa. Se hablaba
entonces de Fandiño y se sigue hablando en este hoy en el que Paco, su padre,
ha destapado el azulejo en representación de una familia alejada de focos. Paco
Fandiño no podía decir «No» a la plaza a la que su hijo siempre dijo «Sí» y
donde -algo tendría el agua cuando la bendecían- fue uno de los toreros más
taquilleros de este siglo. Aunque Paco no pudo pronunciar palabra, desde el
refugio de su propio silencio, solo roto por el llanto y una ovación que debió
de conmover al mismísimo coro de las almas. Qué ejemplo el de esta familia.
Madrid reconocía así al último de sus héroes. «Qué
raro se hace un San Isidro sin Iván. Se le necesita», se oyó. Otra vez la
melodía de Passenger: «Necesitamos la luz cuando se está consumiendo, echamos
de menos el sol cuando comienza a nevar…» En esta España de homenajes a los
muertos y en la que a veces se entierra a los vivos, pervive el espíritu de
Fandiño, mucho más allá del merecido azulejo, que muchos quisieran que fuera un
monumento en los aledaños para que taurinos y no taurinos recuerden la última
verdad de la Fiesta.
Antes de que el padre descubriese la placa con el
nombre y la imagen de su hijo, el gerente de Asuntos Taurinos, Manuel Ángel
Fernández, resaltó con cariño y admiración la trayectoria de Fandiño, con el
título de «torero de Madrid», y agradeció la generosidad del matador y de su
familia.
La última verdad de la Fiesta
Iván Fandiño inmortalizó su huella en la historia
reciente de este Madrid de todos y ahora es la Comunidad, tras la petición de
los aficionados, quien le rinde este emotivo tributo. Aunque no era amigo de
homenajes ni actos sociales, Fandiño merece uno mayor, como mayor era su reto.
Fandiño quería consumar otra gesta de seis toros de divisas míticas. Porque
Fandiño era un torero feroz de inquietudes inhumanas, pero ese sueño se marchó
un 17 de junio, como tantos otros, como ver crecer a su hija, Mara, y a su
ahijado, Álvaro, los dos niños de amplia sonrisa que han aprendido a decir
«Iván» casi antes que a caminar.
Decíamos que aquel sueño de hace cuatro Sanisidros
llegó despacio, como despacio ascendía por la calle de Alcalá la furgoneta
rodeada de la marabunta tras una Puerta Grande fugaz, y se fue rápido, como
todo lo inolvidable. Aquella tarde de mayo del 14, Fandiño acariciaba el cielo
de Madrid; hoy, vive en él. De Madrid a la eternidad. Que los vivos honren como
se merece al titán que entregó su vida en la arena, el héroe al que mató un
toro, el animal que Fandiño siempre quiso ensalzar y que sustenta esta Fiesta
tan atacada hoy. Si la política se quitara complejos, la propuesta de un
monumento que inmortalice la última verdad de la Fiesta estaría ya sobre el
redondel. Mañana es un buen día para ser libre. Iván Fandiño ya lo es.
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