Francisco José Espada |
JAVIER
LÓPEZ
Foto: EFE
El diestro Francisco José Espada cortó hoy una
oreja en la sexta de San Isidro, premio devaluado por los méritos de la faena y
por el agravio comparativo a la que no concedieron a Fortes hace dos días, y
que pone nuevamente en entredicho la disparidad de criterios del palco de Las
Ventas.
Es curioso como puede cambiar tanto el panorama de
la noche a la mañana. Y todo por una disparidad tan flagrante de juicios de
valor. De sensibilidades. O de afición.
El equipo de presidentes de Las Ventas debería
pautar y unificar cuanto antes criterios para que no haya lugar a casos como
los de hoy, en el que un torero corta una oreja que, por agravio comparativo a
la que le birlaron descaradamente a Fortes el pasado viernes, no tuvo ni el más
mínimo peso. La diferencia más clarividente entre un trofeo de ley y un simple
despojo. Y la culpa de esto proviene del palco, porque
sería injusto ahora ponerle peros a la actuación de Francisco José Espada, que
fue el que tocó pelo, sobre todo teniendo en cuenta el escasísimo número de
contratos en las últimas temporadas (este era el cuarto en los últimos cuatro
años), y porque, además, más sincero y entregado no pudo estar con un toro, el
tercero, fiero y exigente.
El problema es que, consciente de lo mucho que se
jugaba, quiso enseñar todo lo que sabe, quizás demasiado, y eso lleva a veces
al desorden, al amontonamiento, que fue lo que le pasó al joven madrileño, que,
a su favor, hay que decir que se vació por completo, e, incluso, logró momentos
entonados como un par de series a derechas o un cambio de mano por detrás
ligado a un natural inmenso. Pero faltó un mejor planteamiento de faena, una
elección más adecuada de los terrenos y no empeñarse en quedarse quieto entre
pases para ligar, cuando lo que pedía el "iban" era perderle un par
pasos. Así hubiera salido todo más fluido, menos embarullado, porque a veces es
necesario un punto de sosiego y que la cabeza sea capaz de frenar al corazón;
pero, claro, eso solo da la experiencia, que, en su caso, es muy poca.
Una casi entera en la misma yema tiró al animal
patas arriba, y del mismo efecto empezaron a aflorar pañuelos en los tendidos
hasta la concesión de un trofeo que no dejó indiferente a nadie. Y no era para
menos. Porque quede dicho por enésima vez que si esta faena era de oreja, la de
Fortes del pasado viernes era de rabo. Así de claro.
Este fue el pasaje más destacable de una seria,
exigente, fiera y nada fácil corrida de Baltasar Iban, que volvía a Madrid después
de dos años, y en la que hubo toros con mucha transmisión, de esos que piden el
carné y con los que es fácil verse desbordado. Fue el caso, por ejemplo, del primero, un animal
que midió más que un sastre en las telas de un Alberto Aguilar que hizo el
esfuerzo, pero sin eco.
Mala suerte tuvo el madrileño en su despedida de
una plaza que no siempre le trató de justicia, pues el cuarto fue otro de los
que ponen a prueba por la fiereza e, incluso, violencia de sus embestidas.
Aguilar anduvo con oficio para solventar la papeleta, pero sin acabar de
enfundarse el traje del gladiador que siempre fue.
También volvía a Las Ventas al cabo de un lustro
el mexicano Sergio Flores, que dio la cara y mostró muy buena imagen con un
primero de su lote que, pese a su informalidad, tuvo cierta nobleza por el
derecho, y con el que estuvo muy bien plantado en una labor que aunó firmeza y
serenidad.
Y no pudo resolver nada del otro mundo con un
quinto que protestó tela por su manifiesta falta de raza, como tampoco pudo hacer
nada Espada con la "prenda" que hizo sexto. / EFE
FICHA DEL FESTEJO
Toros de Baltasar Ibán, bien presentados y exigentes en conjunto. Reservón y
muy complicado, el primero; desordenado pero con cierta nobleza por el derecho,
el segundo; encastado, informal pero con transmisión, el tercero; exigente por fiero
y temperamental, el cuarto; sin raza y a la defensiva, el quinto; y con peligro
por orientado, el sexto.
Alberto
Aguilar, de marfil y azabache:
pinchazo y estocada tendida (silencio); y tres pinchazos, otro hondo y cuatro
descabellos (silencio tras aviso).
Sergio
Flores, de verde botella y oro:
estocada trasera y contraria (ovación); y media desprendida y atravesada
(silencio).
Francisco
José Espada, de espuma de mar y
plaza: casi entera arriba y fulminante (oreja con algunas protestas); y cinco
pinchazos (silencio tras dos avisos).
En cuadrillas, David Prados agarró dos buenas varas al tercero.
La plaza registró poco más de media entrada
(13.620 espectadores según la empresa) en tarde progresivamente fresca.
Alberto Aguilar |
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