Pero
una faena de tanto valor como entrega no tiene con la espada el remate
adecuado. Corrida de dos partes, tediosa la segunda, serias hechuras, pero muy
desigual de poder.
BARQUERITO
Foto: EFE
EN LA PRIMERA MITAD hubo un toro excelente, el segundo, que en
cuajo y trapío, hizo chicos a casi todos los demás. Y dos, primero y tercero,
de buen aire pero muy desiguales: El uno, distraído de partida, se acostó por
la mano derecha, quiso bien por la izquierda. El otro, con calidad en el
capote, abrió la boca en banderillas, mugió no poco y, frágil, besó la arena
más de una vez. La segunda mitad, marcada por los derribos de cuarto y quinto,
fue muy deslucida.
Con el segundo, de hondura excepcional, estrecho
de sienes, remangado, se vivieron los únicos pasajes brillantes de un festejo
tan a menos. El toro llegó a casi sentarse antes y después de varas, y a
claudicar después de la segunda -un puyazo trasero lesivo-, pero rompió en
banderillas después de un quite por chicuelinas de José Garrido. El galope fue
magnífico. Y la fijeza también.
Las dos cosas animaron a Román en una faena de
emoción, riesgo y verdad. Hasta cinco veces abrió tanda el torero de Benimámet
citando de lejos y aguantado. Primero, en los medios; después, al borde de la
segunda raya y en paralelo con las tablas. Pese a sus pausas, rituales entre
tanda y tanda, o tal vez por eso, la faena fue de gran tensión. Tragar tanto
toro sin enmienda, sacar a tiempo los brazos incluso cuando el toro vino sin
enganchar propiamente, ligar a ley con más o menos ajuste pero natural descaro.
Romperse, en fin, con el toro, tragar viajes de tanta entrega como velocidad, y
hacerse querer y admirar. No solo por ser torero nuevo, sino porque, después de
dos recientes cornadas graves en Valencia y Sevilla, esta era la corrida de
reaparición, la primera de las tres que tiene ajustadas en San Isidro, y en ese
secreto estaba la mayoría. Un trepidante final, muy airoso el toreo a pies
juntos y, con la plaza volcada, una estocada trasera soltando el engaño, un
aviso y ni fuerza para dar la vuelta al ruedo.
Ese toro se comíó la corrida antes de tiempo.
Adame no terminó de acoplarse ni templarse con el primero, que enganchó mucho
engaño por su mano buena, y, al hilo por sistema, le llegaron censuras menores
cuando abusó de torear sobre la inercia. Se oyó el “¡Viva Aguascalientes!” de
sus tardes felices, pero solo una vez. La faena fue, además, larguísima. Y
también la del segundo de lote, que derribó hasta tres veces, pero ninguna de
ellas de bravo. Rebrincado, claudicante y sin fuelle, ese cuarto acabó
gazapeando. Adame pecó de mecánico.
El tercer toro no fue tan serio como el segundo,
pero, fijo en una dura primera vara y alegre salída, tuvo su son. Adame hizo un
valiente quite por gaoneras. Garrido estuvo firme y compuesto en los lances de
recibo. A las primeras de cambio se derrumbó el toro. Despatarrado y de frente,
Garrido quiso lucirse al natural. Pero en sendas tandas de uno a uno. Casi
todos los pases enganchados desde el hocico. El sexto, toro de bella estampa,
fue de los frágiles. A pesar de las caídas, Garrido insistió. Terco.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo).
Joselito
Adame, silencio en los dos.
Román, saludos tras un aviso y silencio.
José
Garrido, silencio en los dos.
Un quite providencial de El Sirio a Tomás López, que cayó inerme en la cara del primer toro en
banderillas. Y otro quite de Adame
al propio Sirio al salir
desequilibrado de un gran par al segundo.
Jueves, 10 de mayo de 2018. Madrid. 3ª de San
Isidro. 15.000 almas. Primaveral, fresco. Dos horas y diez minutos de función.
Postdata
para los íntimos.- No se sabe si conviene decir el Bruselas o la
Bruselas porque la cafetería de la avenida, el restaurante de más solera del
barrio (de las Avenidas)), ha cerrado para siempre. La terraza era una sala de
espera antes de bajar a los toros. Solo han dejado desmadejados los toldos. El
local está enladrillado. Los destrozos nunca vienen solos. La alpargateria de
enfrente, la Roma, con sus escaparates de colore y su aroma de cáñamo, lo
mismo. Y una de las dos casas nobles de la calle Colomer, donde vivía una
familia de Linares con la que tuve hace
años mucha amistad. Uno de mi edad era de los que trepaban por el trenzado de
ladrillo de la puerta del desolladero.
Oí hablar en la plaza de los Baños de Montemayor,
en la linde de Cáceres y Salamanca. Nada nuevo. Charlas de cazador..
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