Jefe
de la enfermería de la Maestranza durante 32 años, se considera Médico-Torero.
ANTONIO
LORCA
Diario EL
PAIS de Madrid
Por su quirófano de la Maestranza han pasado más
de 1.500 toreros, presume orgulloso de que el equipo médico ha salido ‘por la
Puerta del Príncipe’ media docena de veces, reflejo de otras tantas vidas
robadas a un destino trágico; ha vivido, también, momentos muy tristes
enfundado en la bata blanca, y asegura, todo ufano, que se siente ‘torero,
torero, torero’. Acaba de cumplir 80 años, se jubiló en 2011, pero no ha
abandonado aún el burladero de los ‘señores médicos’ del callejón de la plaza
de toros de Sevilla. Su nombre es Ramón Vila, toda una institución en la fiesta
de los toros.
A su edad se encuentra convaleciente de un
doloroso esguince en la pierna derecha, ha perdido lozanía física, pero
mantiene intacto el carácter risueño, enérgico y resolutivo que le hizo famoso
al frente de un equipo de profesionales sanitarios que ha marcado una época en
la tauromaquia moderna.
Ramón Vila Jiménez (Sevilla, 1938) hace balance de
su vida y confiesa que sus recuerdos más vivos le llevan a su infancia en las
calles cercanas a la iglesia sevillana del Gran Poder, y a su esposa (“lo ha
sido todo en mi vida”).
Es una de las pocas personas, quizá la única en el
mundo, que no ha faltado a su cita con la Maestranza desde el año 1965, cuando
entró a formar parte del equipo en el que estaba su padre. Ascendió por
oposición a cirujano jefe en 1978, y, tras 33 años en el cargo, decidió
jubilarse a causa de las gravísimas cogidas que sufrieron Luis Mariscal y Jesús
Márquez, y que a él le rompieron el alma y le cambiaron la vida.
Efectivamente, en 2010, estos dos toreros se
salvaron de milagro, y a mí me dio un bajón psicológico. Tengo ya 72 años, me
dije, y si hubieran muerto, más de uno hubiera pensado que, claro, como el
cirujano está ya tan mayor… Total, que decidí jubilarme con la condición de que
me permitieran continuar en el burladero por si en algún momento era necesaria
mi ayuda.
- Los
banderilleros Luis Mariscal y Jesús Márquez, el novillero Curro Sierra, el
matador Pepe Luis Vargas y algunos otros son las ‘puertas del príncipe’ del
equipo médico…
Todos ellos son nuestro mejor orgullo como
sanitarios. Bien es verdad, no obstante, que en la enfermería de esta plaza se
puede atender cualquier emergencia. Valga el dato de que en los últimos diez
años hemos conseguido salvar a más de veinte infartados entre los espectadores.
- Han sido
momentos de triunfo…
Sí, he vivido secuencias maravillosas, otras muy
difíciles y algunas muy dolorosas, como las muertes de Montoliú y Soto Vargas
en la temporada de 1992.
El cirujano habla y no para de la calidad del
equipo que dirigió durante años. Oficialmente, el grupo lo componen cinco
personas: un cirujano jefe, un ayudante, un anestesista, un ATS y un
quirofanista.
“Los toreros son iguales a nosotros en todo menos en el
sentimiento”
Yo añadí un
internista y doblé el equipo para atender posibles bajas, de modo, que muchas
tardes, son doce los médicos que están alertas en el callejón para atender
cualquier emergencia que se produzca en el ruedo o en los tendidos.
— Usted ha
comentado en alguna ocasión que la fiesta de los toros es la única actividad
que permite hacer un diagnóstico médico previo…
Sin duda; la única en el mundo que cuenta con un
equipo médico a la espera de que suceda algún imprevisto; y, además, el tiempo
que transcurre entre el accidente y la atención al herido es mínimo. De ahí, el
alto número de aciertos. Presenciar el percance es fundamental para su
curación.
Cuenta Vila que asistió invitado hace unos años a
un congreso sobre emergencias sanitarias en Lisboa, donde contó su experiencia
en las heridas por asta de toro. Durante el coloquio, tomó la palabra un
general americano ‘grande como un armario’ y le dijo: “Doctor, si yo hubiera
tenido la suerte de ver in situ las heridas de mis hombres, no se hubieran
muerto tantos soldados en Vietnan”.
— ¿Una
cornada es como una puñalada?
En absoluto. Un cuchillo es un objeto rígido que entra,
rompe y sale. El toro hiere de abajo a arriba. Primero, te levanta del suelo,
el cuerpo gira a través del centro de gravedad, que está al nivel de la cuarta
o quinta vértebra lumbar, y, con el pitón dentro, da la vuelta y produce
trayectorias distintas. El toro es el único animal que hiere de esa forma.
— Ha dicho
usted que las cornadas no duelen…
No, porque al tiempo que hieren, queman. Y una
quemadura no duele en el primer momento porque insensibiliza los nervios
periféricos.
A Ramón Vila se le cae alguna lágrima cuando habla
de su padre (“nunca he conocido a nadie que operara tan bien como él”), de
quien aprendió la profesión y a estar en la vida.
— ¿Por qué me hice médico? No lo sé; quizá, por la
influencia del ambiente familiar. Pero tengo claro que nunca quise ser médico,
sino cirujano, como mi padre. Y me introduje de lleno en la tauromaquia porque
quería averiguar qué encerraban dentro los toreros que no poseíamos los demás.
¿Qué les hacía ser toreros? Y lo averigüé.
— ¿Y?
Los toreros son iguales a nosotros en todo menos
en el sentimiento. Sienten de manera diferente. Les duelen las cornadas como a
cualquiera, pero lo expresan de otro modo. Son raros, sí, pero no están locos.
Un loco estará siempre en la enfermería. Deben ser inteligentes, muy
inteligentes.
— ¿Y cómo
es el toro?
Creo que el toro es el único animal que posee
inteligencia. No se conoce otro con ese poderío, esas defensas y esa fiereza
que obedezca al cite y acuda con suavidad y nobleza a los engaños.
— Pero
cuando hiere…
Antes hería más, pero ahora lo hace de verdad. Y
la razón es que hace años la cornamenta era más pequeña y, por tanto, más
peligrosa que una aparatosa. Cualquiera es más certero con un puñal que con una
lanza. Además, los toreros actuales están más preparados técnicamente y son
capaces de gobernar mejor la embestida. Pero las cornadas de ahora son más
grandes; ya no hay tantas contusiones y varetazos como antes, pero sí heridas
más graves.
Ramón Vila se confiesa ‘currista’, amante de los
toreros de arte, pero no desprecia a los valerosos. “De ningún modo”, afirma,
“y uno de mis amigos íntimos fue Paquirri, que no era torero de embrujo. Yo le
preguntaba por qué te vas a porta gayola, o por qué pones banderillas, y él me
contestaba que estaba obligado a hacerlo porque carecía de la condición
artística de otros.
Recuerda Vila con enorme satisfacción el día que
el diestro Espartaco lo saludó con un ‘hola, maestro’.
— Aquellas palabras me produjeron un ‘subidón’
tremendo. Yo siempre me he sentido torero, y la pena que tengo es que no he
sido capaz de ponerme delante de un toro; pero, por dentro, soy torero, torero,
torero…
— ¿Más
torero que médico?
Digamos que me considero un médico-torero.
— Por
cierto, ¿cómo son los toreros por dentro?
Carne, carne y carne… Arterias, venas y nervios.
La carne la mueven los nervios, y si se produce una herida en un nervio
importante la lesión será más grave y seria que en la carne.
— Don
Ramón, ochenta años ya…
Sí, y me parece imposible haber llegado hasta
aquí. ¿Sabe cómo voy a celebrarlo? Me voy a llevar a toda la familia de
crucero. Quiero que mis nietos tengan un buen recuerdo del abuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario