LUCAS PÉREZ
Diario EL MUNDO de Madrid
Toreó Óscar Higares, una tarde en Pamplona. Y debía salir a
toda velocidad de la capital navarra, pues a la mañana siguiente toreaba una
corrida matinal en la plaza de toros francesa de Céret. Rápido al hotel, ducha
exprés y todos a la furgoneta de cuadrillas. Por delante, seiscientos cuarenta
kilómetros y más de seis horas en carretera. Y a mitad de camino, en torno a
las tres de la madrugada, la furgoneta se estropea y se quedan tirados en la
carretera. Consiguen llegar hasta una gasolinera y allí se encuentran con una
pareja que, al ver su cara de preocupación, les preguntan qué pasa.
- Es que soy torero, toreo mañana por la mañana en Céret y
se nos ha roto la furgoneta. No sé qué hacer. Estoy desesperado. Si ustedes nos
pudieran llevar hasta allí. Les invito a comer, a los toros... ¡A lo que
quieran!
No hizo falta la invitación, pues la pareja, pese a que no
se dirigía a Céret, sintió tanta lástima del torero que decidió acercarle a la
localidad francesa. Higares cogió los trastos, el traje de luces y a su mozo de
espadas y dejó en la gasolinera a la cuadrilla gestionando con el seguro cuándo
les podrían poner un coche a ellos. Higares llegó a Céret con el tiempo justo
para vestirse y dirigirse a la plaza e hizo el paseíllo sin su cuadrilla, que
llegó, a toda velocidad, una vez que ya había comenzado el festejo.
Anécdotas extraídas del libro
'300 anécdotas taurinas', del que La Esfera de los libros acaba de editar la
segunda edición.
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