Entrega, autoridad y valor de
David Mora, por encima de las circunstancias. Media faena buena de Pinar. Más
seguro que confiado Alberto Aguilar con toros grandísimos.
David Mora, triunfador de la tarde de ayer en Pamplona al cortar la unica oreja de la tarde. Foto: EFE |
BARQUERITO
TRES TOROS DE
insuperable hondura abiertos en lotes distintos: primero, quinto y sexto. El
quinto fue el primero de cuantos van en sanfermines que superó el listón de los
600 kilos. No tan hondos pero casi los otros dos. Uno y otro debieron de pesar
más de la cifra oficial. Le dieron al uno 525 kilos. Cinco más al otro. Los
carniceros sabrán.
Primero y quinto fueron particularmente
ofensivos: astifinos, de muy abierto balcón. Apenas cabían en el engaño. Siendo
un pavo en toda regla, el sexto parecía por comparación toro en proporción.
Este sexto era de reata sobresaliente en las ganaderías de los hermanos
Fraile: «Pitillero». Reata
infalible hasta que saltó este último de
la corrida con que vino a estrenarse en Pamplona el hierro de Valdefresno, de Nicolás Fraile.
Estaba cantado que tarde o temprano los valdefresnos vendrían a San Fermín. No
entraba en cálculos que fueran a hacerlo como corrida de reemplazo. En
sustitución de la prevista y rechazada de Cebada Gago.
Tampoco se esperaba una corrida tan apagada de
promedio, ni tan venida abajo ni tan problemática. El sexto lo fue más que
ninguno. Por agresivo e incierto. Por la manera de protestar y puntear, de
tirar viajes con la cara a media altura y el aire de toro aventado. Al primero
le dolieron mucho las banderillas, se indispuso por alto, no tuvo gasolina para
ir por abajo, se revolvió enseguida y, después de revolverse acortando viaje,
ya se enteró de todo. El tremebundo quinto barbeó de salida las tablas, se vino
cruzado apretando para adentros, cobró a modo en una primera vara
inmisericorde, hizo hilo en banderillas y, sin embargo, sacó en la muleta un
son más o menos apacible. No tanto entrega, porque el resistirse fue nota común
de la corrida. A los seis toros les tuvo en vilo la querencia de toriles, por
donde fueron asomando, o de la puerta de corrales, por donde habían ido
entrando a las ocho de la mañana.
Los seis toros cumplieron la carrera del
encierro con fino estilo. Uno de los seis, casi de avanzadilla, se escapó de los cabestros de guía y ganó la marca de
velocidad. Sería el que entró de tercero en el sorteo, del hierro de los Fraile
Mazas, los hijos de Nicolás Valdefresno. Fue, de todos, el más
terciado –terciado por comparación- y, además, el único que descolgó y humilló.
Nombre de reata ilustre: «Carretilla».
Hizo fu a los caballos de pica y se empleó en veinte viajes buenos, pero, al
enfriarse, empezó a buscar las tablas con la mitrada y terminó rajado.
El toro más en Atanasio de los seis se jugó
de segundo y se enlotó con el gigantes de los 600 kilos. Zumbante de
salida, muy guerrero en la primera vara, algo escarbador –el único que ha
escarbado en lo que se va de feria-, incierto de banderillas en adelante,
parecía arrepentirse a medio viaje y solo estuvo claro cuando encontró acomodo
en su terreno y su querencia: las tablas de toriles, donde David Mora
cobró, por cierto, la estocada de la tarde. Por lo difícil. No tuvo mal trato
el cuarto –en su turno, David Mora lo toreó a la verónica despacio- pero
duró muy poquito y se aplomó a los quince viajes. Ya aplomado, se distraía.
De modo que el estreno de Valdefresno en Pamplona no fue
feliz. No cabe decir que fuera corrida improvisada. Cuajo impecable, escaparate
colosal. Es probable que los tres de terna y sus afanosas cuadrillas echaran de
menos a partir de cierto momento la corrida de Cebada Gago con que se habían anunciado. La lidia de los seis
toros se hizo costosa y morosa. No se recuerdan unos sanfermines de corridas
tan largas. Las tres vistas han pasado de las dos horas y cuarto, que es, en
plaza donde se recompensa la diligencia, una rareza.
Estuvo firme de verdad, decidido y resuelto David
Mora en sus dos turnos. Con el incierto segundo y con el impresionante
quinto. Sin tomarse ventajas ni renunciar a nada. Una de sus mejores tardes de
la temporada. Contra los elementos, pero por encima de las circunstancias. Una
oreja del quinto toro, al que tumbó de estocada atravesada pero de gran mérito.
Su facilidad con el capote se hizo sentir. Sus tablas también. Como si llevara
toreando en Pamplona toda la vida. Sin gestos de más. Una buena tarde.
Pinar toreó con
calma y temple al tercero en una primera parte de faena muy bien pensada,
ligada, suave, graciosa. Trabajo de autoridad. Pero sin sentido de la medida.
Antes de consentirle al toro la rajada, procedía cuadrar, montar la espada y
punto. Media estocada bastó. Cobrada a tiempo, habría tenido premio. Su oficio
tan sereno bastó también para bajarle los humos de genio al sexto y cortar por
lo sano y a su hora.
Alberto Aguilar,
que suele firmar faenas de las de remontar –o de menos a más-, estuvo al revés
en esta tarde que pareció pesarle desde el comienzo. Primero, porque los
volúmenes del toro de Lisardo
descomponen a los toreros de talla justa que usan engaños pequeños. Luego,
porque es el de Atanasio es el
encaste que menos conoce o menos tiene toreado, él, especialista en todos los
raros y siempre listo con lo de Saltillo
o Santa Coloma. Una notable
tanda de tanteo con el primero, que solo quería si venía tapado y se soltó
enseguida por descubrirse Alberto; dos bellos faroles en el cuarto, que fueron
la sorpresa de la corrida; dos tandas en los medios, una por cada mano, con el
cuarto de la corrida. Entonces ya le pesaba mucho la cosa a la mayoría.
POSTDATA PARA LOS
ÍNTIMOS.- Calor calor. Toro toro. Ruido
ruido.
En la
calle de San Miguel, al abrigo de una brisa pasajera, dos violinistas eslavos
estaban tocando esta mañana La Primavera
de Vivaldi. Y luego el Ave María de Schubert. ¿Y las otras tres estaciones de
Vivaldi? La Shubertiada de Salzburgo, por estas fechas más o menos, es el polo
opuesto a San Fermín. Musicalmente, hablando. El Coro de Cámara de Pamplona
cantó ayer en la Plaza del Castillo a la una de la tarde y en pleno solazo
ritmos de Bach en versión africana. Ya son ganas.
Lo mejor
de Pamplona en estos días es que es imposible llamar la atención. Parece que no
pero tranquiliza. El toro que saltó al callejón dos veces el lunes estuvo a
punto de coger a la Delegada del Gobierno en Navarra, y hoy los chicos de la
Prensa le arrean a la delegada y no al toro. Qué morro ¿no?
Del
callejón de Pamplona podría predicarse que es técnicamente impecable si no
fuera por los desperdicios -restos de merienda, atrezzo de disfraces, cubos,
cascos de bebida, botes- que arrojan desde los tendidos de sol. Cierto es que
menos cada año. Pero...
Una señora
muy guapa que se sienta cerca de mí dice que lo que más pena le da de todo es
que se tire el pan. En barras. "No hay derecho". Es verdad. Pan de
Abárzuza, pan de Obanos. Por esta tierra hay pan bueno. De verdura ni cuento. A
un perrillo que esperaba atado frente al mercado del Ensache este mediodía le
tiraron un mendruguito. Y se asustó, y se hizo a un lado, Luego, salió el
dueño, algo perjudicado. Pensé que tal vez fuera de los que pegan a los perros
para enseñarlos. El perro, muy pulido, tenía hocico de zorro. Muy peludo, la
lengua afuera. El calor éste de todos los días. Nadie se cansa. Salvo la señora
del pan.
FICHA
DEL FESTEJO
Seis toros de Nicolás Fraile. Todos, con el hierro
de Valdefresno, salvo el tercero, con el de Fraile Mazas. Corrida
de grandes dimensiones, muy armada. Primero, quinto y sexto, de espectacular
trapío. Mansearon a modo un incierto segundo y un sexto con genio. Se rajó un
tercero noble. Se aplomó el primero; duró muy poco el cuarto; tomó engaño el
quinto.
Alberto Aguilar, de turquesa y oro, silencio
tras un aviso en los dos.
David Mora, de grana y oro, silencio y
una oreja.
Rubén Pinar, de carmín y oro, ovación y
silencio.
Martes, 9 de julio de 2013. Pamplona. 5ª de abono. Lleno. Soleado. Calor de más de 30 grados.
Martes, 9 de julio de 2013. Pamplona. 5ª de abono. Lleno. Soleado. Calor de más de 30 grados.
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