PACO AGUADO
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Mientras el toreo coge velocidad de crucero en España a la
entrada del verano, y el Partido Popular muestra su auténtico interés por la
tauromaquia con la elección de su vetusta lista de defensores de la ILP taurina
en el Congreso de los Diputados, la temporada de Las Ventas entra en un triste
letargo.
Agotado ya el espejismo isidril, con tantas tardes de
forzados llenos a pesar de la reducción del abono, la empresa de la primera
plaza del mundo programa un mes de julio de toros en Madrid que bien podría
firmar cualquier organización antitaurina. Y no tanto por los toreros y ganaderías
que figuran en sus carteles como por la forma de organizarla.
Hace ya unos años que Las Ventas desprende un sospechoso
tufo de abandono. Sin una cabeza rectora que ponga orden, los bicéfalos
despachos del coso mudéjar se antojan pequeños reinos de taifas donde, por
orden de importancia, cada uno trabajaba a su aire, sin un criterio común, para
defender su propia parcela entre una maraña de intereses cruzados.
Las últimas novilladas de junio y las de todo el mes de
junio reflejan con claridad esa preocupante desidia. Incluso el hecho de que
sobre la marcha se hayan tenido que cambiar de hierro tanto los dos últimos
como el próximo encierro del calendario expresa con nitidez que hay muchos
asuntos que no se están llevando bien en Taurodelta.
Al menos esa es la sensación que se tiene desde fuera en un
Madrid del que, al margen de San Isidro, han desaparecido todas las referencias
taurinas. Sin una sola publicidad, apenas sin un cartel en los bares y en los
lugares de ocio de la capital, esta empresa ha convertido la temporada
veraniega de Las Ventas en una cita prácticamente secreta, en un acto
semi-privado al que sólo tienen acceso algunos iniciados en los arcanos del
taurinismo.
Y también, claro, las agencias de viaje, que han sido las
que han acabado imponiendo, en plena canícula, ese absurdo horario de festejos
a las siete de la tarde. Que nadie lo dude: ha sido por el turismo que tiene
que llegar a la cena en el tablao flamenco, por lo que se ha roto esa buena
costumbre de años atrás, en la que, con precios populares y a la fresca de las
diez de la noche, entre tarteras y cervecitas frescas, los tendidos se llenaban
en más de su mitad durante todo el ciclo de novilladas.
Pero para esta empresa, o para alguna de sus mentes
¿pensantes?, son más importantes mil y pico de guiris repartidos por los bajos
de sombra –que esa puede ser una de las claves– que diez mil paisanos y sus
pequeños acompañantes a cinco euros (unos 85 pesos) la entrada general.
Con ese "beneficio"
asegurado, para algunas de estas lumbreras, evidentemente, lo de menos son
los carteles. Y es así como, entre algunas presencias ameritadas, las
combinaciones acaban siendo una buena oportunidad para atender, sin ninguna
justificación taurina, las docenas de recomendaciones de políticos de todo
pelaje y demás fauna clientelista que todos los años llegan hasta las oficinas
de la calle de Alcalá.
Con tales mimbres, con el paso de tanto recomendando incapaz
estrellado ante novilladas infumables, los resultados de tales festejos
acaban por sumirse en el mismo anonimato
de una plaza cada vez más anodina e intrascendente. Esa es la dañina política
taurina que está matando las ilusiones tanto de los aficionados como de los
aspirantes que realmente se merecen venir a Madrid para intentar lanzar sus
carreras.
Si no fuera por evitar la exageración y salvando las
circunstancias, bien se podría asegurar que la mentalidad con que ahora se
maneja la "cátedral" es la misma que la
de quienes expolian a los guiris a 90 euros (alrededor de mil 500 pesos) por
barba en las becerradas de la costa del Sol.
Pero, tan pendientes todos de otras historias anecdóticas y
de menor trascendencia de futuro, en lo que nadie parece estar reparando es
que, entre tanto turista y con tan pocos aficionados en los tendidos, ya no
existe diferencia alguna entre el verano de la supuestamente sana, pero vacía,
plaza de Madrid y las últimas temporadas de la agonizante Monumental de
Barcelona.
Y es que este mezquino y ciego sistema taurino que sufrimos
ya no es capaz siquiera de aprender de sus propios errores para corregir su
deriva hacia el abismo. Pero no están los tiempos para perder así, por K.O. y
por abandono, una plaza como Las Ventas. Porque, en plena crisis, sin
suficientes huecos en los carteles de las ferias y ante la extinción del
mercado rural de novilladas, su temporada de verano, para matadores y
novilleros, es más necesaria que nunca.
Mejor dicho, es imprescindible desarrollar una buena temporada,
en la que se den verdaderas oportunidades con ganado de mínimas garantías y con
una presentación lógica, para un público bastante superior al que representa
esa minoría de turistas que nada valora y que nada significa salvo para los
comisionistas de las agencias de viaje.
Pero no esperemos nada en ese sentido, ya se ha comprobado,
de estos torpes taurinos de hoy en día. La monumental madrileña pide,
urgentemente, de una solución política, un nuevo pliego de condiciones que
varíe sus objetivos económicos y fuerce un cambio radical en los criterios de
organización de la empresa adjudicataria.
Se trata de que, de una vez, la Comunidad de Madrid renuncie
al canon -tan duro para la plaza, tan insignificante para las arcas de su
Gobierno- para invertirlo en la ambiciosa política de promoción que Las Ventas
necesita para volver a ser lo que fue, y lo que debe seguir significando y
aportando al global del mundo del toro.
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