JOSÉ ANTONIO DEL MORAL
Así quedó en
resultados esta feria en la que solamente hubo dos buenas entradas aunque sin
llegar al lleno. Precisamente en las dos más supuestamente atractivas sobre el
papel, pero dos mano a mano confeccionados como recurso porque, competencia
auténtica no la hubo por la sencilla razón de que no podía haberla al ir cada
cual a su aire sin el más mínimo atisbo de molestarse y menos de importunarse
con algún quite realmente provocador.
Mencionemos en
justicia la buena actuación del novillero local, Román Collado, y la
prometedora del debutante mexicano Fermín Espinosa Armillita en la novillada
inaugural de la feria con reses de Daniel Ruíz Yagüe, tampoco nada del otro mundo.
Un panorama
ciertamente preocupante que deja muy tocada la presente temporada española,
justo en el inicio de su segunda mitad. Señalo de lo española porque,
curiosamente, a Valencia llegamos desde la feria francesa de Mont de Marsan.
Una feria que, mira por donde, organiza el mismo empresario que ejerce como tal
en Valencia, Simón Casas. Pero con la notabilísima diferencia de que en la
mayoría de las plazas españolas los que como él mandan son los gestores, tanto
si son propietarios o concesionados por entidades públicas, mientras que en las
galas, en su mayoría municipales, lo controlan todo las comisiones de cada
Ayuntamiento tras consultar a las asociaciones de aficionados. Algo que, aunque
sin participación de los aficionados, es lo que prima en la plaza de Vista
Alegre de Bilbao, comandada por su Junta Administrativa con todas sus
consecuencias y exigencias a los que actúan como meros gestores, los hijos del
inolvidable e insustituible Manuel Chopera. Por eso, precisamente por eso, las
llamadas Corridas Generales de Bilbao llevan años y años siendo la mejor feria
de España y estoy por decir que de todo el mundo. ¿O no?
Pero los tiempos
también han cambiado en cuanto a los organizadores se refiere porque, antes,
los empresarios y más que ninguno el mencionado Manuel Chopera, elegían el
ganado por muy rigurosa decisión propia y bien pagado, conforme a la categoría
de cada plaza gestionada y, una vez adquirida formalmente cada corrida, las
ofrecía a los toreros que, a su vez, elegían por orden de importancia sin que a
ni uno de los contratados se le ocurriera siquiera sugerir cambios. O lo
tomaban o le dejaban. Y, claro, las reses en su mayoría eran las que tenían que
ser. Pero ahora, por lo que concierne a las figuras, quienes mandan e imponen
son los toreros. Y así estamos condenados a ver a las estrellas frente a no más
de cinco o seis ganaderías, casi todas del mismo encaste. Ganaderías que, para
colmo, han seleccionado primando tanto la bondad de sus productos que hace
tiempo circulan atravesando su devenir al borde de un fatal precipicio.
En las plazas de
segunda y de tercera, como solo se da un puyazo, se salvan o medio se salvan
muchos toros. Pero con los dos reglamentarios que se exigen en la mayoría de
las de primera categoría, cantan la palinodia. Eso sin contar lo barato que
vienen comprándose muchas corridas para compensar los caros cachés de los
mandones del escalafón. Y es que ya se sabe, en las ganaderías de bravo, como
en cualquier comercio, las hay de varios precios aunque sean de la misma marca.
Pero siguiendo con la
feria de Julio de Valencia en particular y con el general panorama, lo que está
ocurriendo tiene poco que ver con lo que muchos toreros, ganaderos y
empresarios dicen en declaraciones a la prensa o en manifestaciones más o menos
formales en actos organizados ex-profeso sobre lo que hay que cambiar,
arreglar, promover, decidir, mejorar… sin que a la hora de la verdad cambie
nada. En tales menesteres son iguales que los políticos en su sempiterno “san
para mí que los santos no comen”. ¿Para qué ha servido que los toros pasen a
Cultura? Seguimos y seguiremos esperando saber para qué.
Mientras,
increíblemente, en el toreo más actual comparte reinado el convertido en
inevitable Juan José Padilla, metido en lugares de privilegio de todas las
ferias por puro morbo especulativo sin que él desde luego físicamente
meritísimo diestro sea capaz de estar a la altura de los toros que comparte con
los mejores toreros que en sus buenos tiempos nunca cató, por si faltaba algo,
continuamos asistiendo al vergonzante imponderable que padecemos sin que la
mayoría de la prensa taurina lo denuncie, sencillamente porque no se atreven a
contrariar a la mafia que lo sostiene o por que pertenecen a ella: El tomasismo
a ultranza que los tomatóxicos de toda especie califican de ejemplar,
paradigmático, histórico, colosal y hasta milagroso sobre un sujeto a quien
proclaman máxima figura de todos los tiempos pese a la singularidad profesional
que viene imponiendo caprichosamente aunque, en la práctica, año a año lo
desmienta. Y más en sus tres últimas campañas basadas en tres o no más de
cuatro actuaciones al año, milimétricamente diseñadas para ganar el máximo
dinero con el mínimo esfuerzo posible, negándose cerrilmente a ser televisado y
a competir con el único que podría dejarle en su sitio, Enrique Ponce. Y eso es
lo que ponen como ejemplo. Y, para colmo, hasta el mismísimo Juli va y dice que
a él le gustaría hacer lo mismo…
Por todo lo dicho, no
es de chocar que muchos empecemos a pensar que, de seguir así, nos iremos a
pique.
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