domingo, 28 de julio de 2013

Preocupantes resultados de la Feria de Julio en Valencia

"…con la feria de Julio de Valencia en particular y con el general panorama, lo que está ocurriendo tiene poco que ver con lo que muchos toreros, ganaderos y empresarios dicen en declaraciones a la prensa o en manifestaciones más o menos formales en actos organizados ex-profeso sobre lo que hay que cambiar, arreglar, promover, decidir, mejorar… sin que a la hora de la verdad cambie nada..."
JOSÉ ANTONIO DEL MORAL

En mi opinión a salvo de otras, que sin duda las habrá, ninguna de las corridas lidiadas en la ayer finalizada feria de Julio en Valencia mereció ser premiada. Tampoco un solo toro. Menos aún una faena verdaderamente relevante de esas que calificamos como grandes. Claro que, sin un solo toro bravo, fuerte, encastado y con clase, difícil fue que sobresaliera alguna. Simplemente notables o de aprobado raspado fueron algunas labores: Una de Iván Fandiño con un noble aunque soso toro de Las Ramblas - la presidencia le robó la segunda oreja -; las de Sebastián Castella frente a dos toros de Núñez del Cuvillo, resultando más meritoria la del más difícil quinto que la del mejor segundo – cortó una oreja de cada animal -; las tres meritorias de El Juli, muy por encima de sus tres toros – cortó un par de orejas - , y dos artísticas de José María Manzanares – solo cortó una y debió cortar otra - en el primer mano a mano del ciclo con un lote de Garcigrande pobremente presentado y vulgar tirando a malo en comportamiento; y en la última tarde dos de Alejandro Talavante con sendos y meramente manejables ejemplares de Victoriano del Río – también cortó una oreja de cada uno de sus enemigos –, mas la que fue bonito espejismo de Morante de la Puebla con el único toro medio potable de los tres de Juan Pedro Domecq que mató – los otros dos fueron de pena -, cortando una oreja que no le hubieran dado en ninguna otra plaza de primera categoría. Apurando mucho y puestos a elegir entre los mencionados trasteos, me quedo con el de Fandiño.

Así quedó en resultados esta feria en la que solamente hubo dos buenas entradas aunque sin llegar al lleno. Precisamente en las dos más supuestamente atractivas sobre el papel, pero dos mano a mano confeccionados como recurso porque, competencia auténtica no la hubo por la sencilla razón de que no podía haberla al ir cada cual a su aire sin el más mínimo atisbo de molestarse y menos de importunarse con algún quite realmente provocador.

Mencionemos en justicia la buena actuación del novillero local, Román Collado, y la prometedora del debutante mexicano Fermín Espinosa Armillita en la novillada inaugural de la feria con reses de Daniel Ruíz Yagüe, tampoco nada del otro mundo.

Un panorama ciertamente preocupante que deja muy tocada la presente temporada española, justo en el inicio de su segunda mitad. Señalo de lo española porque, curiosamente, a Valencia llegamos desde la feria francesa de Mont de Marsan. Una feria que, mira por donde, organiza el mismo empresario que ejerce como tal en Valencia, Simón Casas. Pero con la notabilísima diferencia de que en la mayoría de las plazas españolas los que como él mandan son los gestores, tanto si son propietarios o concesionados por entidades públicas, mientras que en las galas, en su mayoría municipales, lo controlan todo las comisiones de cada Ayuntamiento tras consultar a las asociaciones de aficionados. Algo que, aunque sin participación de los aficionados, es lo que prima en la plaza de Vista Alegre de Bilbao, comandada por su Junta Administrativa con todas sus consecuencias y exigencias a los que actúan como meros gestores, los hijos del inolvidable e insustituible Manuel Chopera. Por eso, precisamente por eso, las llamadas Corridas Generales de Bilbao llevan años y años siendo la mejor feria de España y estoy por decir que de todo el mundo. ¿O no?

Pero los tiempos también han cambiado en cuanto a los organizadores se refiere porque, antes, los empresarios y más que ninguno el mencionado Manuel Chopera, elegían el ganado por muy rigurosa decisión propia y bien pagado, conforme a la categoría de cada plaza gestionada y, una vez adquirida formalmente cada corrida, las ofrecía a los toreros que, a su vez, elegían por orden de importancia sin que a ni uno de los contratados se le ocurriera siquiera sugerir cambios. O lo tomaban o le dejaban. Y, claro, las reses en su mayoría eran las que tenían que ser. Pero ahora, por lo que concierne a las figuras, quienes mandan e imponen son los toreros. Y así estamos condenados a ver a las estrellas frente a no más de cinco o seis ganaderías, casi todas del mismo encaste. Ganaderías que, para colmo, han seleccionado primando tanto la bondad de sus productos que hace tiempo circulan atravesando su devenir al borde de un fatal precipicio.

En las plazas de segunda y de tercera, como solo se da un puyazo, se salvan o medio se salvan muchos toros. Pero con los dos reglamentarios que se exigen en la mayoría de las de primera categoría, cantan la palinodia. Eso sin contar lo barato que vienen comprándose muchas corridas para compensar los caros cachés de los mandones del escalafón. Y es que ya se sabe, en las ganaderías de bravo, como en cualquier comercio, las hay de varios precios aunque sean de la misma marca.

Pero siguiendo con la feria de Julio de Valencia en particular y con el general panorama, lo que está ocurriendo tiene poco que ver con lo que muchos toreros, ganaderos y empresarios dicen en declaraciones a la prensa o en manifestaciones más o menos formales en actos organizados ex-profeso sobre lo que hay que cambiar, arreglar, promover, decidir, mejorar… sin que a la hora de la verdad cambie nada. En tales menesteres son iguales que los políticos en su sempiterno “san para mí que los santos no comen”. ¿Para qué ha servido que los toros pasen a Cultura? Seguimos y seguiremos esperando saber para qué.

Mientras, increíblemente, en el toreo más actual comparte reinado el convertido en inevitable Juan José Padilla, metido en lugares de privilegio de todas las ferias por puro morbo especulativo sin que él desde luego físicamente meritísimo diestro sea capaz de estar a la altura de los toros que comparte con los mejores toreros que en sus buenos tiempos nunca cató, por si faltaba algo, continuamos asistiendo al vergonzante imponderable que padecemos sin que la mayoría de la prensa taurina lo denuncie, sencillamente porque no se atreven a contrariar a la mafia que lo sostiene o por que pertenecen a ella: El tomasismo a ultranza que los tomatóxicos de toda especie califican de ejemplar, paradigmático, histórico, colosal y hasta milagroso sobre un sujeto a quien proclaman máxima figura de todos los tiempos pese a la singularidad profesional que viene imponiendo caprichosamente aunque, en la práctica, año a año lo desmienta. Y más en sus tres últimas campañas basadas en tres o no más de cuatro actuaciones al año, milimétricamente diseñadas para ganar el máximo dinero con el mínimo esfuerzo posible, negándose cerrilmente a ser televisado y a competir con el único que podría dejarle en su sitio, Enrique Ponce. Y eso es lo que ponen como ejemplo. Y, para colmo, hasta el mismísimo Juli va y dice que a él le gustaría hacer lo mismo…

Por todo lo dicho, no es de chocar que muchos empecemos a pensar que, de seguir así, nos iremos a pique.

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