Tres toros propicios de una
bella corrida de Torrestrella. Sin fortuna en el sorteo Fandiño, ileso tras lo
que pudo ser serio percance. Premio menor para Francisco Marco.
BARQUERITO
Fotos: EFE
DOS TOROS DE MUCHA
bondad: un tercero veleto, negro
salpicado, sacudido, ligero y pronto; y un cuarto colorado ojo de perdiz, muy puesto, tan arremangado que parecía
vuelto de pitones, descarado pero no escandaloso. Tuvieron los dos más son que
poder. El tercero, recibido por David Mora con dos largas cambiadas de rodillas
en tablas y forzado luego en lances a pies juntos, apretó en una primera vara y
recargó o quiso hacerlo, pero se derrumbó al salir del caballo. La segunda
visita al piquero se libró con un picotazo trasero. Toro, por tanto, frágil.
Tan dócil como frágil. Estuvo a punto de desencuadernarse un par de veces. Hubo
que torearlo con tiento y delicadeza. No cabían tirones. Al hilo del pitón encontró el dónde y el
cómo Mora en faena equilibrista. Se tuvo hasta el final el toro, de
mucha fijeza. Soltando el engaño, una estocada trasera con vómito. Provocadas
por el calor, las peñas de andanadas habían entrado en éxtasis.
El cuarto, aparatoso y astifino, flaco y
cabezón, despapado y lampiño, tuvo son pastueño. Las fuerzas precisas y ni una
gota más. Lo picaron lo imprescindible. Francisco Marco hizo un quite
por chicuelinas, y airosa larga de
remate. Fandiño, en su turno, se descaró desafiante en los medios para
un retórico y ambicioso quite que pudo ser o haber sido el de la mariposa de Marcial Lalanda pero
no lo fue, introdujo un intento de lance del quite de oro de Pepe Ortiz y en intento quedó la cosa, y la
cosa terminó con un rabioso desplante. Los que estaban merendando –inmensa
mayoría- lo celebraron a dos carrillos.
Francisco Marco |
Marco no dejó
pasar la oportunidad. De rodillas para citar de largo pero sin reclamar al
toro, tan pancho al abrigo de las tablas. Hubo que ir a buscarlo ahí. Gateando
de rodillas. El encuentro fue suave. Una faena de toque populista en el
arranque, como todas las que en Pamplona se abren de hinojos y de golpe, con
sus detalles caritos: un molinete,
dos o tres cambios de mano por delante casi seguidos. Una tanda elegante en
mitad de trayecto, buenos los toquecitos que fueron guiños al toro. Y una final
más populista que el arranque: manoletinas
de rodillas. La cosa duró más de lo imaginado. La norma en Pamplona es ser
breve en el cuarto toro. Una estocada trasera y tendida. Marco se tiró
sin red ni alivio. Salió prendido por la manga y con la chaquetilla desgarrada.
El traje, rosa, parecía de estreno.
Una oreja Mora; otra Marco. Fandiño
salió en el quinto por todas. No le había dejado estar cómodo su primero de
lote, segundo de corrida, un toro que embestía con más electricidad que ritmo y
sin terminar ni de meter la cara ni de soltarse. Solo en tres lances de un
quite de David Mora había parecido asentarse lo justo. Al rematar de
salida contra un burladero, estuvo a punto de perder la caperuza o la funda de
un pitón. La llevaba colgando. Detalle antipático. El toro terminó quedándose
corto y topando. Fandiño quiso obligarlo en los medios. Para tanto no
daba el toro.
Así que fue en el quinto cuando Fandiño
salió a marcar distancias. Un toro castaño lombardo, descolgado de carnes,
ofensivo, astifino, que coceó un burladero antes de varas pero se empleó con
ganas en la primera de las dos que tomó. Mora quitó nuevamente por el
mismo palo que antes: lances cortos de mano alta y medio vuelo. No replicó Fandiño.
Banderillearon bien Jarocho y Arruga.
El toro tuvo prontitud, una gota de temperamento y un inconveniente: el echar
la cara arriba al lanzarse, como tantos toros que atacan sin meter riñones.
Al ataque el toro y algo adormecido Fandiño,
hasta que un pitonazo le pasó rozando el pómulo. El aviso espabiló al torero de
Orduña, empeñado ahora en destajo excesivo y sin tregua. En el tercer molinete
de una tanda perdió pie y cayó a merced del toro y entre las manos. El toro lo
tuvo de presa, no lo hirió pero le pegó varios porrazos con las palas. El susto
de la feria. Fandiño tardó en levantarse. Iba grogui. Se refrescó en la
barrera, volvió tambaleante al toro, lo cuadró y lo tumbó de una media tendida.
Heroica la estocada. Un aviso. No cundió la petición de oreja.
Los dos toros de más carnes fueron primero y
último. El primero, ensabanado y moteado, capirote en salinero, careto,
altote y corto de cuello, era de una de esas pintas que tanto le gustaba pintar
a don Álvaro Domecq y que se han ido reproduciendo como copias de
estampas. Muy lúcido, pero echaba los bofes por la boca y probablemente turreaba
desvalido. El ruido ambiente no dejaba distinguir. Marco lo tumbó sin
puntilla de estocada certera soltando el engaño.
El sexto, jabonero, astifino desde la cepa al
pitón, ancho de sienes pero en corona las puntas, galopó de salida. Más que
cualquiera. Quiso caballo, se empleó en un quite de Mora por chicuelinas y se movió con agilidad. Fue
toro muy pronto, repetidor, con fijeza. En Cuvillo sale mucho ese toro ligero de cascos que pelea sin
desmayo. Una faena de Mora más al aire del toro que de pretender
someterlo. La cara arriba por la mano izquierda; claro el pitón derecho.
Listeza para perder pasos. Mejores los embarques o los toques que los finales
de muletazo. Buenos los de pecho. Una estocada –la cuarta que cobraba en la
feria David, no la mejor- y una oreja que valía la puerta grande.
Postdata para los íntimos.- La
expedición danesa no solo sigue aquí alojada -lo vi venir esta mañana del
encierro, impecables, tal vez no corrieran o lo vieran desde un balcón- sino
que se ha añadido un séptimo viajero. Siete en dos habitaciones. Y este calor
que es de horno.
Por la
calle Mayor de Burlada pasan en procesión incesante los peregrinos de Santiago.
El chorro es interminable. De todas las edades -no menores de veinte años- y de
toda condición. El ropaje del peregrino no deja distinguir mucho más. Causan
estragos los bastones. ¿Qué habrá sido de aquellas varas como báculos? Largo el
camino, que se hace al andar. Como todos. "Todo lo que queda de la vida de
uno", dijo ayer un filósofo que tenía al lado en los toros, "es un
recuerdo, y nada más". ¿Te parece poco?
En el
Martinxo, almuerzo soberbio, había en larga mesa un grupo de unos cuarenta.
Todos, de Arguedas, supimos luego. Vienen una vez al año a sanfermines, nos
dijo Martintxo, anfitrión feliz. A los postres sacaron laúd y guitarra, y se
pusieron a cantar. Primero, esos coros de rancheras tan de sanfermines. Y
Volver, volver, volver. A tus brazos otra vez.
Y,
luego, jotas navarras que hacen llorar o casi. Era solita un tenor soprano -así
he aprendido a llamarlos- de 80 años ya cumplidos -dato servido por el dueño- y
con un timbre de voz tan sentimental que se le rompía el alma en cada estrofa.
Las estrofas sencillas de jotas navarras que tratan de amor a las madres o de
amores de ranchera, no siempre felices. La melancolía contagiosa de
sanfermines, difusa en medio del fuego de la fiesta, casa con las rancheras de
borracho. El borracho que castiga a su amor perdido. Y así van pasando los
días. Hasta el 6 de julio del año siguiente. ¡Que me sirvan una copa de
licor...!
Hay
rancheras libertarias. El Rey es la única que resiste en el repertorio de
cantos de las peñas de Pamplona. Hay que aprender a mirar las peñas con
respeto. Se ha puesto de moda la frase del año: "Desde el respeto
institucional, ¡Viva San Fermín!". La pronunció el concejal socialista que
tiró el chupinazo este año a las 12 y 19 tras el incidente de la bandera. Con
respeto institucional, las peñas parecen un paisaje de nevadas cumbres, campos
de cerezos en flor, ríos de arcilla, cantos rodados, la gloria celestial. Así
debe ser el cielo en verano.
Espárragos
con su suave vinagreta, chorizo entrecocido con pimiento del piquillo. El
famoso redondo navarro con su salsa de tomate. Una merluza a la brasa bien
jugosa con sus ajos de Falces fileteados, una tarta de queso con su salsa de
frutos rojos y un helado de nata. El vino, crianza de Luis Cañas, bodeguero en
alza. Un café. No soy de gin tonic ni lo he sido nunca ni lo pienso ser. Me
gusta el aroma de la ginebra. Como si fuera tonto. En el Yoldi, antes de los
toros, un veterinario muy simpático me ha invitado al cóctel de champán tan del
Yoldi. Para endulzar el sabor de Falces, donde se corre ese famoso encierro
cuesta abajo desde casi la cima de un monte hasta un pilón viejo.
La
Ribera Alta: Marcilla, Peralta, Funes y Falces. El último domingo de julio se
celebra en Falces el Día del Ajo. "Para ponerlo en valor", dice un
prospecto que promociona la gastronomía local. El ajo rojo de Falces.
FICHA
DEL FESTEJO
Seis toros de Torrestrella (Herederos de Álvaro
Domecq), de magras carnes, bellas y variadas pintas, lindo escaparate, bien
armados, y hechuras y condición distintas. Muy nobles un tercero frágil y un cuarto
pastueño. Se movió con alegría el sexto. No pudo con su alma el primero, que
fue un cromo. Guerreros sin darse el
segundo y el quinto.
Francisco Marco, de rosa y oro, silencio y
una oreja.
Iván Fandiño, de azul cobalto y oro,
saludos y saludos tras un aviso.
David Mora, de espuma y oro, una oreja
en cada toro, salió a hombros.
Jueves, 11 de julio de 2013. Pamplona. 7ª de abono.
Lleno. Muy caluroso.
Iván Fandiño |
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