Aroma de
Torería
MIRAFLORES.-
Así hubiera definido Don Fernando Claramunt la tarde de Miraflores de la Sierra, si la
llamada mediterránea de su terreta alicantina no le hubiera impedido presenciar
el acontecimiento anunciado con un Bienvenida y un Vázquez en una becerrada de escuelas taurinas de la CAM.
Bajo la dirección de un fenómeno como es
el profesor de la "Marcial
Lalanda", José Luis Bote,
en collera con el recordado de Moraleja de Enmedio, Miguel Rodríguez, fueron desfilando ante machos de La
Glorieta de Fernando Bautista,
los aventajados alumnos de las Escuelas Taurinas de Madrid, Moralzarzal,
Colmenar Viejo y Arganda, que dieron buena muestra de sus distintas y
excelentes capacidades en todos los tercios, en un festejo auspiciado por el
Ayuntamiento mirafloreño y organizado por el Centro de AA.TT. de la CAM, que en
contraposición dieron un lección de antitaurinismo al propiciar el despropósito
de la lidia y muerte unas reses de edad y aspecto ínfimo que causaron bochorno
entre el público.
La falta de respeto a la Fiesta y al
espectáculo taurino se completó por la ausencia de banda de música, ni siquiera
los tradicionales clarines, y de las mulillas de arrastre sustituidas por la
aberración de un volquete mecánico para retirada de despojos de vacuno.
A pesar de estas lamentables incidencias
que no consiguieron restar ilusión ni a los actuantes ni a los allí
congregados, el presagio comenzaba ya a cumplirse viendo a Gonzalo y Pepe Luís
enfundados en sus trajes cortos y camperos, y hubo que esperar a que uno y otro
desplegaran sus capotes en sendos quites para que abrieran la espita del aroma
de torería dinástica albergada en dos jóvenes soñadores de grandes gestas.
Pepe
Luis, bien luce el nombre de su abuelo y de su
tío, y hace gala de las ilusiones y esperanzas puestas en él por su padre Manuel, el entrañable Lolo enraizado en Córdoba y entroncado
con bella mujer cordobesa.
El chico Pepe Luis en su debut anduvo por la plaza, lo que se dice a
gorrazos con un añojo rajado y brusco, que no impidió que aflorara el aroma de
la casa con la suavidad y el temple de su estirpe. Ya aprenderá a matar, pero
de momento dejó la impronta del arte del toreo soñado en el más fiel reflejo de
lo que todos esperaban.
Y para soñar, el público alborozado con
la alegría en sus rostros, mezclados con la familia Bienvenida, los hijos de Antonio, Juanito y Ángel Luis, entrelazados con los Vázquez, y aficionados de solera que acudieron al conjuro de la
historia, como José María Portillo desde
Córdoba.
Solo dos meses, exclamaba Miguel Mejías,
ya el penúltimo Bienvenida: le he empleado a Gonzalo para su preparación; es increíble, no se puede estar mejor ¡qué barbaridad!.
Y si así le pareció a Miguel, el único que conocía las dotes
de su sobrino, imaginemos a los demás que no sabíamos nada de nada, resultando
la cosa tan grata como mayúscula sorpresa. Sí señor, todo un Bienvenida
este Gonzalo que lleva la sangre de
aquel tronco vigoroso que fue el Papa Negro, verdadero artífice de la
dinastía y que diera a sus hijos por escuela aquel patio de General Mola.
Por allí, por el valle de Miraflores, en
las estribaciones de las cumbres de Navacerrada, anduvo Gonzalo rememorando los aires de su abuelo don Antonio, desde el paseíllo hasta su vuelta al ruedo con el trofeo
en la mano y el capote y sombrero en la otra. Antes había ofrecido un recital
de toreo, de andar por la plaza, de saber estar, con decisión, soltura y
alegría.
La capa en sus manos fue como un pincel
perfilando las mejores y más bellas suertes,
desde la brega hasta el remate por chichuelina
ligándola a una sorprendente serpentina, no sin antes derramar el arte de unos
lances a la verónica.
Y en la mente de todos..."aquí va a pasar algo", y
pasó, vaya que sí. Y ocurrió que Gonzalo
Bienvenida manejaba la pañosa como si hubiera nacido con ella, desde la
primera doblá por bajo hasta un último "ki
kiri ki" para dejar el becerro cuadrao para la tizona, se empleó con
ilusión, sin pausas pero con cadencia en un extenso y variado muestrario del
toreo de muleta de todos los tiempos y del que fuera máximo intérprete su
abuelo don Antonio Mejías Jiménez Bienvenida" VII. Vamos, que
hasta en la carrerita que se pegó en la vuelta al ruedo recordó a don Antonio.
Diez monteras han coronado a la gloriosa
dinastía torera ¿lucirá Gonzalo la
undécima?
Dios lo quiera. / Prensa CADB
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