No se aflige nadie: Ferrera hace valer su experiencia y
su carácter, Nazaré se enreda bien con un manejable quinto y López Simón deja
huella de su sereno y seco valor.
Antonio Ferrera ha lucido en banderillas sus portentosas facultades, las mismas que en la muleta no le dejaron demostrar los coloraos toros de los hermanos Lozano. Foto: EFE-Archivo |
BARQUERITO
DE LOS OCHO TOROS DE Alcurrucén del manifiesto en la Rochapea, el mejor rematado era uno
de los solo dos negros del envío. Fue uno de los seis que corrieron el
encierro. A velocidad de bólido. Carrera masiva –cerca de cuatro mil
corredores- pero los toros la fueron despejando como la proa de un crucero. El
negro marcó el compás. En un resbalón se partió un pitón y no pasó por eso el reconocimiento.
Esa duda quedó.
El único que se rezagó pudo haber provocado
una escabechina en el tramo del Callejón
que da acceso a la plaza desde el final de Estafeta,
donde más toros se vuelven. Casi dos minutos se estuvo en solitario y aturdido,
rodeado de corredores en montón que tuvo a mano. No hizo por ellos ni amago.
Cuando se abrió un hueco entre tanta gente, se metió por él. Era, como el resto
de corrida, de imponente percha. El toro «Deseadito»,
570 kilos de báscula, que rompió el fuego de sanfermines con aura de santo.
Mucha gente sabía que este «Deseadito» les había perdonado la vida
a unos cuantos mozos por la mañana. Y eso fue seguramente lo mejor que hizo.
Frío, frenado, encogido, blando de dolerse chamuscado en dos varas, tan fijo
como parado, sin la menor elasticidad, el toro indulgentísimo no tuvo ni el
golpe de riñón ni la agilidad propios del encaste Núñez. Ni las concesiones de Ferrera en banderillas –hubo que
llegar mucho porque el toro no se arrancaba- ni los intentos de tirar
suavemente ni el abrirse fuera de las rayas dejándose ver el torero. Nada
provocaba al toro, de seráfica pero indolente condición. Ferrera se le metió
entre pitones. No hubo manera. Una estocada atravesada y desprendida.
Por el negro lebrel mutilado entró en sorteo un
colorado de limpias puntas blancas, ligeramente bizco, calzado y serio. Lo que
el «Deseadito» tuvo de aplomado lo
tuvo éste de apagado. Se empleó, sin embargo, en el caballo y López Simón hizo
en su turno un atrevido y ajustado quite por gaoneras. No replicó Antonio Nazaré porque ya se paró entonces el
toro. Y, luego, una faena de mero aguante, en terrenos mínimos, o mínima
distancia, que no fue árnica para toro tan sin celo.
El tercer alcurrucén
era de reata de músicos –«Cornetillo»,
525 kilos- y en los primeros galopes se dejó sentir como toro de familia buena.
Descolgó, pero, asustado, escarbó casi al tiempo y, luego, frenado, se movió
sesgado. Cobró a modo en el caballo, esperó en banderillas y prendió en el
segundo par al tercero de cuadrilla de López Simón. No lo hirió al prenderlo,
pero en el suelo le pegó un pitonazo en la cabeza de los que arrancan la piel
del cuero cabelludo. Herida en scalp,
dicen los cirujanos. Pudo haber sido mucho peor. El pitonazo hizo callar a las
ruidosas peñas. Una sentida ovación acompañó camino de la enfermería al
banderillero, “El Chetu”, que
sangraba aparatosamente.
Entonces se vivieron los momentos más
emocionantes de la corrida. López Simón brindó al público y, aunque el toro
estaba incierto, se lo pasó con gran ajuste en una primera tanda de banderas y
en una siguiente en redondo templada y resuelta. Al toro le costó pasar del
tercer muletazo y en el cuarto de tanda tuvo el torero de Barajas que
rectificar para no salir empalado. Faena de lindo encaje y buen pulso, pero sin
brillo mayor porque el toro estuvo en renuncio de medios viajes demasiado
pronto. Un temerario final de toreo de rodillas puso calientes a las peñas. Muy
bonito un desplante agarrado López Simón al pitón izquierdo del toro en señal
de autoridad. Una estocada caída y ladeada desdijo de tan limpio trabajo. Un
descabello.
Llegó la hora de la merienda, dejaron de
cantar las peñas, enmudecieron las fanfarrias y empezaron a salir uno tras otro
tres toros de descomunal artillería. El cuarto lucía dos garfios jamoneros terroríficos; el quinto,
ensillado, pechugón y corto de manos, se dejaba ver por dos antenas
formidables; el sexto, igual de astifino pero menos escandaloso, tenía más
músculo y culata que los otros dos. Los tres imponían por igual. No se afligió
nadie.
Ferrera, con oficio del caro, le buscó las
vueltas al cuarto sin desmayo y, cuando se apalancó el toro, se atrevió a
pendulear con él como si la cuerna fuera de goma. Se entretuvo más de la cuenta
y no le dejó el toro pasar con la espada: tres pinchazos, una estocada sin
puntilla cuando ya había sonado el segundo aviso.
El quinto tuvo la nobleza y la falta de son
tan común a casi los seis de corrida. Protestó en varas y esperó en
banderillas, pero fue de dócil temperamento. Nazaré le echó la muleta al hocico
en dos primeras tandas de remover al toro y luego optó por una faena de
larguísimo metraje sin apenas variaciones, pero la firma, al menos, de cuatro o
cinco muletazos a pies juntos con la izquierda de rancio sabor. Una notable
estocada y una vuelta al ruedo de consolación,
El sexto, que reculó de salida mucho y llegó a
volver grupas, acusó en eso los efectos del encierro. Hubo que picarlo pasando
la segunda raya, pero ni sangrado dejó de estar acobardado el toro, que fue el
más difícil de los seis: por genio, porque fue muy mirón, porque acabó topando
y reponiendo. No se dio ni en viaje. López Simón le anduvo con entereza
buscando el imposible. Y lo mató casi por arriba.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Tanto hablar de los tilos en
flor y, en un suelto elocuente del Diario de Navarra, he descubierto esta
mañana que el aroma de los tilos, tan penetrante como el de la flor de azahar,
se desprende de la resina que exuda el tronco del árbol. Los perfumistas
asiáticos trabajan sobre resinas y no sobre flores. Y ahora se entiende todo.
De la misma manera, no basta con tener muy largos y muy afilados los cuernos
para averiguar o reconocer la bravura de un toro. Tanto cuerno ¿para qué?
Menú del
día en Rodero: un aperitivo de crema de ensaladilla rusa; pochas de las de
siempre con sus piparras dulces; una merluza en velouté con una salsa de
hongos; un helado de pistacho con su picado de chocolate. Un crianza de Viña
Alberdi, un café bravísimo -solo los navarros y los vascos saben hacer café
como si fuera lombardos o romanos- y una tradición: la copita de Armagnac. Las
chicas de Rodero, soberbias. Jesús, en una silla de ruedas, pero el gesto
venerable y su frase obligada al saludar: "No me aprietes la mano".
Porque la tiene castigada por curas de inyección. Y amoratada.
En La
Herradura, adonde salí de paseo antes de entrar en los toros, había un grupo de
viajeros de Anglet, la ciudad playera que media entre Biarritz y Bayona por la
costa. Estaban cantando a coro de todo. Todas las canciones de la feria de
Bayona, por ejemplo. Mucha gente dormía en la hierba la siesta del fauno. La
tarde estaba clarísima. El panorama de la cuenca del Arga desde la Herradura
tranquiliza en días de calma y luz. Corría algo de brisa.
Los
reventas hablan de ruina. Pero estaba la plaza llena.
En la
sobremesa larga tras la copiosa comida, el cronista de France 3 y del SudOuest
de Burdeos, uno de los que mejor escriben de toros que yo conozca, le ha hecho
a Enrique Estremad -87 años y casi 88- evocar la primera vez que vio a Manolete
torear en Pamplona. En 1943. Cosas que pasaron hace 70 años.
Nati
Zubeldia, compañera de localidad, dice que una de las cosas mejores del mundo
del toro es que el lenguaje, más o menos críptico pero tan preciso como
críptico, no admite anglicismos gratuitos. Y por eso, por el gusto por las
palabras, no le gustan los fuegos artificiales, que ahora mismo se estarán
disparando en la Vuelta del Castillo. Los dos años que viví en la Avenida de
Zaragoza los veía desde la ventana de mi casa, el número 19 y en un ático.
FICHA
DEL FESTEJO
Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano), de gran seriedad, muy
astifinos. Corrida noble en general –sacó genio un sexto a la defensiva- pero
de muy poco empleo, justa de fuelle y sin entrega. Tercero y quinto fueron los
de mejor trato.
Antonio Ferrera, de grana y oro, ovación y silencio tras
dos avisos.
Antonio Nazaré, de blanco y oro, silencio y vuelta tras
un aviso.
López Simón, de blanco y oro, saludos y ovación.
David Peinado, tercero de la cuadrilla de López Simón,
herido por el tercero: una brecha de diez centímetros en la cabeza de
pronóstico leve.
Domingo, 7 de julio de 2013. Pamplona. 3ª de San Fermín.
Lleno de 18.000 espectadores. Estival.
No hay comentarios:
Publicar un comentario