El Ciclón de Jerez se despide de
Pamplona con un clamoroso triunfo de tres orejas ante una extraordinaria
corrida de Jandilla; otras tres cortó el rotundo peruano y una se llevó
Cayetano.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de
Madrid
Foto: EFE
Juan José Padilla atravesó la marabunta febril que lo
esperaba a las puertas de la Monumental pamplonesa. Un pañuelo negro de
bucanero tapaba la carretera de 30 puntos de su cabeza. Padilla lanzaba besos,
saludos, abrazos. Pamplona lo catapultó en el 99 del pasado siglo con una
tremenda corrida de Miura. Aquí tocó el cielo de la gloria conquistada; aquí
bajó a los infiernos de la sangre derramada; aquí lo bautizaron como El Pirata
en su regreso a la vida en 2012; aquí lo dio todo en 20 años -sólo una ausencia
en 2007- de entrega absoluta. Si había una plaza en la que el adiós del Ciclón
de Jerez cobraba verdadero sentido, ésa era ésta.
Cuando se abrió el portón de cuadrillas, el estallido del
grito de guerra atronó el eléctrico ambientazo: "¡Illa, illa, illa, Padilla
maravilla!". Juan, más pirata que nunca, elevó su mirada ciclópea
a las oscuras nubes tormentosas. La carga de emotividad incontenida recorrió su
rostro reconstruido y enmarcado por el carácter de sus patillas de hacha.
El rugido siguió con cuatro largas cambiadas, cuatro.
Pamplona aclamaba al héroe revolucionado. Una revolera abrochó el saludo. Las
astifinísimas puntas de «Decano»
coronaban su baja y hermosa hechura. Y volaron tras los vuelos con intensa
entrega de principio a fin. La importancia de la bravura confería a todo un
ritmo bárbaro. Juan José Padilla quitó por navarras y banderilleó con
estrépito. El par al violín se celebró con la misma pasión. El único momento
tibio en varas lo superó el superior toro de Jandilla luego con su fondo de casta.
Brindó Padilla a las 20.000 almas volcanizadas. El ruido
ensordecía. Más que nunca. Desde el inicio de rodillas, el reaparecido torero
-tan reciente el espeluznante percance de Arévalo- no dio tregua. Y su mando
por las dos manos obtenía la respuesta del domecq: fijeza, largo recorrido,
duración. Remates de todas las marcas. Pases de pecho encadenados, reolinas por
los costados -rehiladas incluso como serie, ya más gastada la embestida-, una
cuerda de molinetes de rodillas que parecía el fin. Pero no. Faltaban las
manoletinas. Y un desplante del Pirata crecido en el clamor. De una estocada
sobre la misma boca de riego, el brazo por delante como suele, tumbó sin
puntilla al gran «Decano». La apoteosis estalló, si no
había estallado ya. Desde el minuto uno, la fuerza arrolladora del Ciclón fue
un espectáculo. El palco rindió los pañuelos ante la irrebatible contundencia.
Las banderas bucaneras ondeaban en una marea negra; Padilla paseaba la insignia
de la calavera con su aspecto de Jack Sparrow parcheado.
El discreto paréntesis de Cayetano con un toro noblón y
suelto que se prestó más y mejor por el pitón izquierdo -y por esa mano obtuvo
los pasajes más entonados y reunidos- sirvió de respiro.
La intensidad volvió con Roca Rey. El quite por caleserinas
y gaoneras transpiró una quietud de asombro. Despatarrado y atalonado. Su
enhiesta figura plateada volvió a clavarse en la obertura de faena por
estatuarios. La voltereta zarandeó al peruano de mala manera. Un atropello
durísimo del que se resintió sin un gesto de dolor. Y desde ahí el toreo de
mano baja, quebrada pero en compañía la cintura juncal. Por debajo de la pala
vaciaba los derechazos ligados, embraguetado el embroque; el jandilla no
sostenía su humillación hasta el final y soltaba la cara. La profundidad mantenía
su camino hasta el infinito y más allá. La movilidad del toro, por encima de la
clase, traía emoción. O la emoción la ponía la limpia verdad de Roca Rey. Que
reguló su izquierda para esquivar el punteo que enganchó un par de veces. Sólo
eso como matiz en la fluidez de los hondos naturales. La muleta a rastras, el
trazo inconmensurable. Volvió en redondo antes de despedir el soberbio calado
de la faena por bernadinas a viaje cambiado. La emotividad se dirigía hacía el
doble trofeo. Un pinchazo lo redujo a una oreja de ley.
«Jugoso» era el último toro de Juan
José Padilla en Pamplona. Y respondió a su nombre. Por su templado son y su
excelente calidad; la bravura tamizada de categoría. Justicia divina para con
el ídolo de acero. Pasase lo que pasase luego, la pareja y hechurada corrida de
Jandilla -a expensas de la miurada- ya se había convertido en la más completa
de San Fermín. Padilla, que no cogió los palos, lo toreó a placer. Por una y
otra mano, el pulso interminable en las líneas naturales, la ligazón como
cimiento de todo. Llovía sobre San Fermín, merendaba la gente y se explayaba el
Ciclón de Jerez como una suave brisa. Otra estocada sensacional derivó en la
tercera oreja para El Pirata. Como un adiós soñado. "¡Padilla quédate, Padilla
quédate, Padilla quédaaaate!", coreaba la afición.
Si Joselito Rus cuajó un gran tercio de banderillas en el
anterior toro de Cayetano, ahora lidió con un sentido primoroso de la
colocación y el temple. Rivera brindó a Padilla como ya había hecho Roca Rey.
La emoción conducía la tarde. Buen quinto para no defraudar al refrán. Muy
notable su humillación. El torero desplegó una tauromaquia de exteriores.
Serena y exageradamente despegada a partes iguales. Básicamente diestra -cinco
tandas de derechazos frente una sola de naturales- la faena. Como la cerró de
un contundente espadazo, una oreja decoró su regreso el año después de su
debut.
De la enfermería volvió Roca Rey ostensiblemente renqueante.
Apenas castigó al sexto en el caballo. Del que se escupió. La impertérrita
quietud del quite con el capote a la espalda camufló la cojera. Eclosionó la
faena con los péndulos silvetistas. Tan ceñidos. Y corrió la mano con el
hándicap de los tornillazos del exigente jandilla. Evitados por abajo. Por
donde es el toreo. Ajustado en su concepto, dejándosela siempre en la cara,
trayéndose enganchada por delante la embestida. Rotundo el tipo. Un desarme no
desdijo. Quedó aislado en su redondez. Otro espadazo voraz y otras dos orejas.
Siete en el global de la tarde y seis en su haber sanferminero de 2018.
Colosal.
Cayetano marchó andando antes de que la procesión por la
puerta grande del Pirata de Jerez y el Cóndor de Perú despegase. Antes de
partir, devolvieron a los medios a Padilla. Que lloraba como un niño. Bajó el
telón de una tarde inolvidable. Un grandioso espectáculo.
JANDILLA | Padilla, Cayetano y Roca Rey.
Toros de Jandilla, dos
cinqueños (5º y 6º), serios, armados, muy parejos de hechuras; de importante
bravura el 1º; de gran calidad el 4º; notable el 5º; de mayor movilidad que
clase el 3º; noblón el 2º; exigente el 6º.
Juan José Padilla, de blanco y oro. Gran estocada (dos
orejas). En el cuarto, estocada (oreja).
Cayetano, de celeste y oro. Pinchazo y estocada
(saludos). En el quinto, estocada (oreja).
Roca Rey, de gris plomo y plata. Pinchazo y estocada
(oreja). En el sexto, gran estocada (dos orejas). Salió a hombros con Padilla.
Monumental de Pamplona. Viernes, 13 de julio de 2018. Novena de feria.
Lleno de "no hay billetes".
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