Los convencionalismos que
hicieron imposible su amor
Joselito cayó en Talavera
reconcomido por el amor imposible de Guadalupe Pablo-Romero. "Las
convenciones sociales de la época se habían convertido en un muro
infranqueable. Joselito lo tenía todo; menos la mujer que amaba. Quedaban tres
años para la cita definitiva de Talavera de la Reina..", escribe en este
apunte histórico Álvaro R. Del Moral, quien más adelante añade: "A
Joselito le perdonaron pocas cosas en vida. Pero tampoco lo iban a hacer en su
muerte. La nobleza y la poderosa burguesía agraria de la época, de alguna
manera, se vengaron de la osadía de José Gómez Ortega, ese torero medio gitano
que había desafiado a la mismísima Maestranza alentando la construcción de la
efímera Monumental de San Bernardo o pretendido casarse con una niña de la
clase".
Álvaro R. del Moral,
El Correo de Andalucía
Sevilla, 29 de abril de 1917. En los salones altos del
Ayuntamiento se había inaugurado una muestra pictórica que, bajo el título de
Exposición Primaveral, reunía a las primeras firmas del panorama artístico del
momento. Había sido organizada por la sección de Bellas Artes del Ateneo bajo
la cuidada decoración de Gustavo Bacarisas y Eloy Zaragoza. En el extenso
catálogo llamaban la atención los más de cuarenta cuadros firmados por García
Ramos o los expuestos por Gonzalo Bilbao. Entre tantas y tantas obras,
impregnadas de la inconfundible atmósfera regionalista de la época, había una,
pintada por Miguel Ángel del Pino y Sardá, que retrataba a las señoritas María
Hermosa, Leonor y Guadalupe Pablo Romero.
Eran las hijas de Felipe de Pablo–Romero y Llorente,
heredero del primer ganadero de este apellido al frente de la mítica ganadería
marismeña que aún lidia bajo la denominación de Partido de Resina. Pocos sabían
–o no lo decían– en aquella sociedad estamental de la Sevilla de comienzos del
siglo XX que Guadalupe era pretendida por José Gómez Ortega, el gran Joselito.
Pero aquel amor, correspondido por la joven damita, también contaba con la
firme oposición de la familia –el patriarca al frente– que no podía consentir
que uno de los suyos llegara a emparentar con un simple matador de toros, por
muy figura que fuera, que para más inri era medio gitano. José visitó aquella
Exposición Primaveral y se hizo sacar una fotografía junto al retrato de las
distinguidas hermanas Pablo–Romero. Es la única imagen que, de una forma u
otra, se conserva de los dos enamorados juntos.
El periodista y escritor Paco Aguado, autorizado y
definitivo biógrafo de Joselito, esbozaba algunas preguntas al respecto en su
libro El rey de los toreros. «...resulta paradójico, cuando menos, siendo
Joselito uno de los íntimos amigos del famoso criador de bravo sevillano,
siempre con las puertas de su casa abiertas de par en par y con una estrecha
relación tanto taurina como personal, que el ganadero no permitiera que aquella
relación siguiera adelante». Las convenciones sociales de la época se habían
convertido en un muro infranqueable. Joselito lo tenía todo; menos la mujer que
amaba. Quedaban tres años para la cita definitiva de Talavera de la Reina...
Gallito afrontaba en 1917 su quinta temporada completa como
matador de toros en plena competencia con Juan Belmonte, que al final de ese
año se tomaría un descanso dejando a su amigo y rival en completa soledad al
frente del timón del toreo. José ya era el rey de los matadores pero también
empezaba a experimentar las amarguras que no le dejaron de acompañar hasta el
final ¿Qué le pasaba a Joselito? El peso organizativo del toreo gravitaba sobre
sus hombros pero la enfermedad irremediable de su madre, la bailaora Gabriela
Ortega, terminó de sumirle en una honda postración que se acentuó con el
fallecimiento de la matriarca de los Gallo en enero de 1919. Pero la vida, y la
función, seguían. En esa tesitura, con parte de la prensa y la plaza de Madrid
a la contra, aceptó el contrato de Talavera para congraciarse con Gregorio
Corrochano, el influyente crítico del momento. Bailaor, el torete burriciego de
la Viuda de Ortega, se cruzó en su camino aquel 16 de mayo de 1920. Todo se
había consumado.
A Joselito le perdonaron pocas cosas en vida. Pero tampoco
lo iban a hacer en su muerte. La nobleza y la poderosa burguesía agraria de la
época, de alguna manera, se vengaron de la osadía de José Gómez Ortega, ese
torero medio gitano que había desafiado a la mismísima Maestranza alentando la
construcción de la efímera Monumental de San Bernardo o pretendido casarse con
una niña de la clase. Aristócratas y labradores pusieron el grito en el cielo
por la organización del funeral del diestro caído en la mismísima catedral de
Sevilla.
Muñoz y Pabón, el imprescindible canónigo de Hinojos, los
puso en su sitio con otro de sus memorables artículos publicados en El Correo
de Andalucía en el que no dejó títere con cabeza. Aquel artículo le valió el
regalo de la famosa pluma de oro sufragada por cuestación popular que entregó a
la Virgen de la Esperanza Macarena, la misma que Rodríguez Ojeda había cubierto
de gasas negras a la muerte del torero de Gelves. Guadalupe de Pablo–Romero
sobrevivió 63 años a Gallito. Falleció el 5 de abril de 1983 en su casa de Los
Remedios y nunca dejó de llevar flores a la tumba de José. Jamás se casó.
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