El peruano cada día le pone más
tierra de por medio a su generación. Ha pasado de ser galgo limpio y ambicioso
a liebre a perseguir… A Padilla no quieran entenderlo, no apliquen la lógica ni
medida estándar alguna. Eso lo hace un torero, o mejor lo hace Padilla, o es
imposible.
JOSÉ LUIS BENLLOCH
Entonado el Pobre de mí, queda el recuerdo de un San Fermín
espléndido. Mucha gente en la plaza, mucha paz en la calle, pocos percances, en
realidad una milagrosa normalidad en ambiente tan intenso, tan vivido, tan
pasional, de tanto toro… y hubo dos toreros sobre todos, uno que llega y otro
que se va, Roca y Padilla. Dos truenos con un pañuelico en el alma, dos tipos
que ni nacidos con la marca San Fermín encajan mejor con el santo. El peruano
reafirmó su deslumbrante momento. Podría decir pletórico momento, también
gozoso por el gusto que da verle pisar la plaza con tanta disposición, por su
impactante seguridad, sus andares dominguinescos, por su ver toro en cualquier
parte e incluso ver muchos toros que otros no ven… Se podría hablar también de
la plenitud de RR si eso no supusiese ponerle límite a su desarrollo. A mí y a
cualquiera nos gustaría pensar que su plenitud está por llegar. ¡Y está por
llegar!
Lo cierto es que cada día es más evidente que el peruano
llegó para quedarse. Que cada día le pone más tierra de por medio a su
generación. Ha pasado de ser galgo limpio y ambicioso a ser liebre a perseguir
con más rapidez de lo que venía sucediendo en los tiempos actuales en los que
se asegura/aseguramos, nada más contrario a la conveniencia del toreo, que los
toreros necesitan tiempo para hacerse. Sentencia que aunque cierta no pasa de
ser recurrente consuelo si se aspira a lo máximo. Los toreros lo que necesitan
es novedad, ansia, valor, arrojo y arrebato, ya vendrán tiempos para otras
mistificaciones. Y todo eso lo tiene Roca y en la medida que lo conserve
seguirá creciendo y poniendo tierra de por medio a los de su tiempo, a los de
tiempos anteriores y a los que asomen más tarde. Y así hasta que salga otro con
novedad, ansia, valor, arrojo, arrebato… ¿Dónde está, por Dios? Hace falta. A
los toros uno va a emocionarse y la emoción más directa es la que surge del
riesgo, de lo que parece imposible, de lo que no se espera, de eso que te hace
pensar que tú, en realidad ni tú ni nadie, no eres capaz de hacer. Luego hay
otros caminos menos directos, los de cocción lenta, los de la inspiración, la
estética… nada desdeñables pero con más curvas en las que salirte durante la
gran carrera.
Roca Rey
tiene novedad, ansia, valor, arrojo y arrebato. Ya vendrán tiempos para otras
mistificaciones
El impacto Roca Rey no es maná llovido ni fruto del sistema
ni del marketing, surge de dos factores, de las condiciones del torero y del
beneplácito del público que está por encima de todo, incluidas las críticas,
los dogmas y los sistemas. Bastó con ver cómo reaccionaba Pamplona para
entender que Rocarrey, así, todo seguido, así le refieren las gentes, llega al
alma de los públicos. Rescatar la atención de las peñas que a esas horas de la
tarde están enfrascadas en la manduca y en esos colosales karaokes que se
montan un toro sí y otro también, es tarea reservada solo para los elegidos. Lo
logró una tarde y lo logró otra y en esa dinámica hay que pensar que más tardes
que hubiese comparecido, más tardes les hubiese hurtado la merienda y los
karaokes al mocerío. Y lo mejor, su impacto, está comprobado, va más allá de
Pamplona, hace tiempo que el efecto RR tiene cualidades expansivas evidentes.
Lo de Padilla fue de lo más emotivo. Otro que llama
directamente al corazón de las gentes. No se trata de nada nuevo en el caso del
Ciclón, pero que siga siendo así tantos años después, tanta sangre después,
tantos batacazos de por medio, le sigue confiriendo carácter de noticia y le
sitúa directamente en el territorio de los héroes clásicos en tiempos actuales.
¡Una peana, por favor! Así que no quieran entenderlo, no apliquen la lógica ni
medida estándar alguna. Eso lo hace un torero, o mejor lo hace Padilla, o es
imposible. Realmente es cosa de locos. Su aspecto de corsario, aquellos
toros/torazos circundando su figura, las sensaciones de lucha, sus
imperfecciones técnicas, su prohibido rendirse que llevaba implícito cada lance
y cada muletazo, te acongojaban. Los resultados eran evidentes. Veías levitar
la plaza, escuchabas el rugido de la masa y había que convenir, bendita locura.
Escondan los cánones, guarden su fervor por la exquisitez, ¡vivan los cojones!
con perdón y sin perdón. ¡Vivan los cojones!, insisto, mañana ya tocará el arte
que no crean que no es necesario ni que no se echa de menos, tanto o más, pero
hoy tocan...
Con
Padilla escondan los cánones, guarden su fervor por la exquisitez y ¡vivan los
cojones! Mañana ya tocará el arte
Los sanfermines-18 tuvieron otros nombres y otros matices.
El piso duro del ruedo mismamente, que tantas manos de los toros quebró y tanta
urgencia merece; hubo orejas de más que aunque no contravinieron el prestigio
de la plaza que siempre contará con el paraguas de Pamplona es así, sobrar,
sobraron; hubo menos cánticos y desatenciones durante la lidia de los toros y
se agradeció; y hubo tal velocidad en los encierros que muchos comienzan a
creer que se ha perdido la esencia de los viejos tiempos y el tema merecería
una reflexión. En cuanto al nivel ganadero, sin haber corridas o toros
excepcionales, hubo una excelente media que encabezó el lote de Jandilla. Y
hubo toreros que dieron la talla, Román y Ureña en los comienzos; Perera, que
sigue sin espada; Emilio de Justo, Chacón, Pinar… ahí hay un cartel para cuando
hagan falta toreros de una pieza, de pocos remilgos y mucho corazón, para
entendernos, de los que no quieren perderse en las curvas de los mimos. / Redacción APLAUSOS
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