De la costumbre ancestral al
centro de alto rendimiento. El toro es mucho más que un atleta: un mito, un
dios, el tótem de todas las civilizaciones mediterráneas. Animal de leyenda,
distante, misterioso...
FELIPE GARRIGUES
Ahora que finaliza la Feria del Toro de Pamplona imaginemos
que el burel tuviera oportunidad de hablar, un micrófono a su alcance cual
torero al finalizar la faena. Al igual que su matador, se podría quejar de
tantas cosas... de los puyazos traseros, del toreo de pierna retrasada y por
fuera, de las estocadas “eficaces” saliéndose de la suerte o al cuarteo, de que
los banderilleros no respeten su agonía…Porque ser toro cada día es más
difícil: En cuanto te descuidas, los jefes te ponen una funda en los cuernos y
se quedan tan anchos. Nosotros hechos unos adefesios y los ganaderos tan
contentos. Si a ellos les colocaran unos guantes de boxeo, ¿cómo se sacarían
los mocos? Pues así nos sentimos con estos pitones de cartón piedra, con estas
teas sin fuego, remedo del “bou embolat”, engendros de parque jurásico… También
nosotros tenemos nuestra coquetería. Dicen que así no enredamos con las
piedras, las encinas ni en la tierra. Y no nos matamos ni nos herimos, sólo
algún golpe. No se dan cuenta que la lucha forma parte de nuestro instinto
milenario, pero con este simulacro que nos han endilgado, sólo podemos hacerles
cosquillas a nuestros adversarios. Es posible que se limite nuestra ferocidad.
Sin duda, el espíritu combativo se resiente. Además con tanto poner y quitar
fundas la tentación de hurgarnos en los pitones crece: A éste le saco punta, al
de más allá se la quito, olvidando que todos no podemos ser astifinos ¡Qué le
vamos a hacer! Si hay que llevarlos, llevaremos estos pitones de pega con
guapeza y resignación.
Otra cosa que nos jode sobremanera que hayamos pasado de
animales mitológicos a deportistas de élite. La ganadería se ha convertido en
un centro de alto rendimiento, sólo nos falta que nos tomen el pulso después de
cada galopada por el tauródromo. El toro es mucho más que un atleta: Un mito,
un dios, el tótem de todas las civilizaciones mediterráneas. Un animal de
leyenda, distante, misterioso. De tanto sobarnos y prepararnos parecemos
futbolistas. Nos colocan un chándal y a correr como si tal cosa. La casta no se
sustituye con el fondo físico ni la falta de torería machacándose a entrenar.
Palabra de toro.
Quizá por ello el encierro de San Fermín se ha convertido en
un circuito de Fórmula 1: cabestros supersónicos, seis misiles esprintando
apretados uno contra otro en comandita, sin dejar huecos. Si un mozo “pilla”
toro, no dura más de tres segundos la carrera. Tampoco se vuelve ninguno.
Siempre es peligroso el animal solitario, el que se desmarca o se vuelve calle
abajo. Aunque normalmente el toro no va a coger, está asustado entre tanta
barabunta, sólo se quita el bulto de su camino, a menos que algún “cabestro” de
dos patas lo provoque con su imprudencia. Hoy día apenas hay cornadas,
afortunadamente quizá, pero el encierro ya no es tan emocionante.
El correr los toros por la calle es costumbre ancestral, no
lo olvidemos, cuando la torada atravesaba provincias y pueblos enteros para
llevar los astados a la plaza, que es al fin de al cabo de lo que se trata, por
famoso y universal que se haya convertido el de Pamplona. Ya nada es lo que
era, ni el futuro tampoco. Por incierto.
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