Una gran corrida de Jandilla -el
sexto fue premiado con la vuelta al ruedo en al arrastre- pone la base para una
tarde apoteósica: el extremeño, el peruano y Padilla en su cariñoso adiós
salieron a hombros con el mayoral y un saco de ocho orejas.
Alejandro Talavante |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Santander
Una gigantesca pancarta esperaba a Juan José Padilla en su
despedida de Santander: "Tu casa, tu grada, gracias
Padilla". Sintió el cariño de Cuatro Caminos nada más pisar el
ruedo. El pañuelo negro bucanero que cubre la cicatriz de Arévalo y el obligado
pelado sanitario de mohicano, el parche que el destino colocó en 2011, el
"look" pirata total. El ambientazo padillista aún lejos del clímax de
Pamplona. Lo que fue aquello.
Padilla saludó la ovación desmonterado (un decir). Y al
jandilla con una larga cambiada. Una mezcolanza de lances que derivó en
chicuelinas de compás abierto y una revolera como torbellino de colores. Traía
brío el terciado toro de Borja Domecq. La cara abrochada, bizco del izquierdo.
La pesada mano de Alventus cayó a plomo. Como si fuera de Foreman. El fuerte
puyazo rectificado sangró a modo al domecq. Iría dejando un charquito de sangre
por donde se paraba. Y lo acusó mucho en el transcurrir de la lidia. Bulló El
Ciclón con los palos. De menos a más el acierto en dos pares al cuarteo. Hasta
la explosión del violinazo.
Brindó Padilla a la parroquia y se arrancó de rodillas. La
faena mantuvo la alegría con la noble embestida a saltitos, meguante y
desangrada. La estocada tremenda catapultó los tendidos, lanzados a por la
oreja. Incluso pidieron la segunda. La clamorosa vuelta al ruedo acabó con El
Pirata ondeando su insignia, envuelto en una bandera de España y agitando una
gallina regalada. Un cuadro.
Alejandro Talavante desplegó la exquisitez de sus muñecas
como reivindicación de su situación surrealista. A pies juntos en las verónicas
de la salutación. Que desembocó en una garbosa media mirando al tendido. El
toro de Vegahermosa, acucharado y fino, tuvo la misma viveza que sus puntas por
delante. Talavante no lo castigó nada. El ajustado quite por saltilleras y
gaoneras murió en una serpentina vistosísima. Marchó a los medios montera en
mano. Y allí ofrendó solemnemente la virtuosa faena. Que despegó con una
pedresina y un manojo de naturales portentosos. El jandilla acometía con bravura,
sueltecita la cara y un punto rebrincado. El embroque de AT siguió en su
derecha. Tan engrasada como su cintura juncal. La arrucina arrastró la pasión
cosida a un martinete. Pleno el trazo hasta los remates con la mirada en los
tendidos. Una constante en los broches de series. Como los cambios de mano.
Palpitaban el ritmo trepidante, la inmaculada tersura, la ingrávida ligazón.
Una nueva ronda zurda trajo una largura superior. Y su diestra otra vez en ese
mismo son. Un pase de pecho fue de aquí a la eternidad entre muchos adornos.
Las bernadinas -cambiada una y ceñidísimas las demás- incendiaron la plaza. El
fuego lo apagaría la puñetera espada: dos pinchazos arruinaron la gloria
presentida.
Roca Rey conquistó de una tacada la puerta grande. En esa
persecución del triunfo diario que sostiene. Pero ni la faena, y mucho menos
con el bajonazo último, adquirió la categoría de las dos orejas. Encontró toro
por todos los lados en un chico jandilla que se prestó poco. Tarda su
embestida, de contado celo. Como la humillación final y el empleo. A su aire
salía de las suertes. RR no se dejó nada en el tintero de su repertorio desde
un principio de poco tacto en su izquierda. Extendió por demás la obra. Que
llegó a contar con tres epílogos en las distancia corta. Tal es su voracidad.
El definitivo por luquecinas sumó un desplante a cuerpo gentil.
El cariño de la afición santanderina empujó a Juan José
Padilla en el toro de su adiós. Suelto el jandilla, de más movilidad que fijeza
y empuje, tentado siempre por las querencias. Obediente casi siempre. Pasaba
más que se entregaba. La faena, como la lidia entera, fue muy movida. Recursos
de viejo lobo de mar. La estocada, entre un pinchazo y un descabello, no frenó
los deseos del público de despedirlo a hombros. Le entregaron la oreja como las
llaves de la ciudad.
La redondez exterior del quinto -el único que pasó de los
500 kilos de la pareja, entipada, terciada y gran corrida de Jandilla- también
habitaba en su interior: «Malastripas»
fue extraordinario. Las hechuras perfectas, el trapío exacto. Alejandro
Talavante alcanzó el nirvana de la lentitud. Se sublimó desde la obertura por
estatuarios y espaldinas. Desde entonces brotó el toreo. Una verdadera obra
maestra. Una lenta sinfonía. El privilegio de los dioses. Qué manera de ahondar
y fluir. La izquierda brutal, embraguetada, profunda, inmarcesible. En los
talones el peso, en la suerte cargada, en la cintura rota sin quebrarse.
Enfrontilado en su derecha -por donde había transcurrido el tramo inicial del
gozo-; y ella la esencia de nuevo. Una arrucina tan sólo. No tan salpicada de
arabescos la magna faena. Las manoletinas como epílogo a tanta grandeza. Y una
estocada muy atravesada. Que demoró la muerte pero que no impidió el doble
trofeo. Un sacrilegio hubiera sido para la catedral que levantó AT en Santiago.
Los ojos de Roca Rey desprendían rayos y centellas. De nuevo
no castigó nada al último de Jandilla. «Juzgador», otro
gran toro. Que a la postre sería premiado con la vuelta al ruedo en el
arrastre. El coloso de Perú dejó atrás su anterior quite por chicuelinas y
espaldinas a lo Miguelín y deslumbró por caleserinas. Más espaldinas vendrían
en el volcánico pistoletazo de salida de la obra. Pero, sobre todo, contó el
toreo de mano baja, los riñones hundidos, la planta clavada. La brava y
humillada repetición de «Juzgador» creció
en su mando de general. Ese tranquito que parecía faltarle se los otorgó RR con
su poder. El imán de su muleta arrastrada. La ligazón suprema. Por los muslos
pasaban las vibrantes embestidas. Ardía Santander. La coda en los terrenos de
lava: los circulares invertidos, los pitones en la taleguilla, la fuerza
telúrica. Un desplante de arrogancia. El descaro y la garra. El estoconazo
hasta los gavilanes tumbó al jandilla con una violencia fulminante. Las dos orejas.
El gentío pedía el rabo. El presidente sacó el pañuelo azul.
Paseó RR el anillo con Borja Domecq. Y hubo paz en la guerra
entre titanes: Andrés y Alejandro se fueron a hombros con Padilla y el mayoral.
Un fin de feria inolvidable. Y glorioso.
JANDILLA | Padilla, Talavante y Roca Rey
Toros de Jandilla y uno de Vegahermosa (2º); parejos, terciados,
bien presentados; el gran 6º premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre;
extraordinario el 5º; bravo y muy vivo el 2º; desangrado el 1º; mansito y
desentendido el 3º; obediente pero sin entrega el suelto 4º.
Juan José Padilla, de tabaco y oro. Gran estocada (oreja y
petición). En el cuarto, media estocada tendida, estocada y descabello (oreja).
Alejandro Talavante, de blanco y oro. Dos pinchazos y estocada
algo tendida (saludos). En el quinto, estocada muy atravesada. Aviso (dos
orejas).
Roca Rey, de malva y oro. Bajonazo. Aviso (dos
orejas). En el sexto, gran estocada (dos orejas y petición de rabo).
Padilla, Talavante y Roca
Rey salieron a hombros con el mayoral.
Plaza de Cuatro Caminos. Sábado, 28 de julio de 2018. Última de feria.
Lleno.
Roca Rey |
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