El duro regreso del veterano
murciano se salda con un esfuerzo mayúsculo, una tremenda voltereta y una oreja
épica; el palco negó la puerta grande a Liria y un trofeo a El Juli por una
templada faena; decepcionante y complicada corrida de Victoriano del Río.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de
Madrid
Foto: EFE
Decía Belmonte que si los toreros tuvieran que firmar las
corridas dos horas antes, no firmarían ninguna. El rostro de Pepín Liria
reflejaba la preocupación y los miedos de volver a vestirse de luces en San Fermín
una década después de su adiós. A sus 25 años de alternativa, 48 en el DNI, el
salto de Illescas -allí donde reapareció en los albores de marzo- a Pamplona
-aquí donde fue aguerrido ídolo en plenitud- se hacía un triple mortal sin red.
La oceánica apertura de pitones del toro de la vuelta
sanferminera acentuaba la importancia del gesto. Y su geniuda movilidad
atildaba el atragantón. El León de Cehegín, fríamente recibido, volvió a rugir
por largas cambiadas. Como si el tiempo no hubiera pasado. Hasta los medios
entremezcló lances a pies juntos con chicuelinas de generoso vuelo. En la media
verónica de rodillas se sintió el primer momento de apuro. No sería el único:
en el prólogo de faena, también de hinojos, salvó Liria la cortedad del viaje
con reflejos. Y con inteligencia y veteranía todo lo demás. El sitio concedido,
el juego con la inercia, el embroque muy abierto. El toro de Victoriano del Río
no paraba. Ni se entregaba en su descompuesta exigencia. Una prueba de oxígeno
para Pepín, físicamente preparado. La estocada atravesada asomó y necesitó del
verduguillo.
Tampoco descolgó «Ebanista», nombre
de aciago recuerdo en la carrera de El Juli. Otra conformación de pitones,
tocado arriba, muy serio el cinqueño de Toros de Cortés. En el caballo la cara
por encima del estribo, defendiéndose. Que fue lo que hizo constantemente.
Salvo en el saludo de verónicas de manos bajas. Cuando por el galope pasaba.
Después sólo por los metros otorgados. A su altura la muleta sin ir nunca en
ella de verdad. En cuanto le exigió una vez por abajo, soltó el derrote
presentido. Nada fácil la resolución. Que costó también con la espada.
La correosa corrida de VR mantuvo en el armado y altón
tercero el patrón de pedir sitio. Hacía hilo si no lo encontraba. Pero
humillaba más. Otras ideas más francas tenía. La clase no. Ni el viaje
sostenido hasta el final. Ginés Marín esbozó hermosas cosas a la verónica. Y
quiso interpretar su concepto perdiendo pasos. No había un camino alternativo.
Por abajo logró Ginés pasajes de mayor nota al natural. Como en todos y cada
uno de los pases de pecho. El acero desdibujó lo conseguido.
El público de frágil memoria no recordaba a Pepín Liria como
merecía su tremendo esfuerzo. Ni conectaba con su hacer con el hondísimo
cuarto. Un torazo con los cinco años cumplidos también. Pero con la nobleza y
la entrega que no habían contado los otros. Hasta que con el enemigo ya rajado
en tablas, agotado el deposito, cambiada la entrega por la defensa, Liria se
desplantó de rodillas y de espaldas debajo de las peñas de sol. La arrancada
imprevista lo cogió de mala manera. La caída a plomo sobre la cabeza crujió su
esqueleto. Sólo entonces se coreó el mítico cántico: "¡Pe-pín, Pe-pín,
Pe-pín!". La sangre en la frente del veterano torero desmadejado
en el estribo, la taleguilla partida, el agua bendita y el milagro de San
Fermín. La raza resucitó al León de Cehegín. Que volvió a clavarse de rodillas.
Y armó la espada para tirarse a matar o morir. Hundió el acero con el corazón
de piedra que siempre le caracterizó. El último arreón, el último estertor, de «Ruiseñor»
secó las gargantas. Otra vez el ¡ay!
en la plaza. Ya estaba muerto. Ya estaba conquistada la hazaña. El palco, ajeno
a la emotividad de la fecha y su significado, a la épica hombría, aunque fuese
sólo por eso, fue un dique para la desatada petición de las orejas. Cayó una
con el peso de la historia de Pepín Liria en esta plaza. Su nombre ahora
gloriosamente coreado. Por su regreso a sangre y fuego.
Juli jugó a favor de la nobleza del zancudo quinto. Por la
sutileza, el bamboleo de la muleta, la graduación de las alturas, la faena se
desarrolló con impecable planteamiento. Los naturales surgieron con tacto,
trato y trazo. Lentos y despaciosos. El relativo ritmo del toro se perdió. Sin
que hubiese sido de una humillación superlativa, con sus largas manos como
tope. A placer siempre el torero. El estoque se hundió casi completo y pasado.
Hubo de usar la cruceta. Una sola vez. El usía subió de nuevo el listón de la
feria para negar la oreja que otras tardes, con menos, se dio.
Se lesionó el último. Que también era el último cinqueño de
la corrida. Y fue devuelto. El manso y basto sobrero de Toros de Cortés se
desentendió de su cometido. Derrotó en lo poco que acometió. Y completó la
decepcionante y complicada corrida de Victoriano del Río. Ginés quedó inédito.
VICTORIANO DEL RÍO | Liria,El Juli y Marín.
Toros de Victoriano del Río
y dos de Cortés (2º y 6º bis), tres
cinqueños (2º, 4º y 6º), seria en sus diferentes hechuras; geniudo el 1º;
correoso y sin humillar el 2º; más descolgado el 3º pero también con escasa
entrega; de mayor clase el 4º, que se rajó; noble sin ritmo el 5º; desentendido
el manso sobrero 6º bis.
Pepín Liria, de blanco y oro. Estocada atravesada que
hace guardia y un descabello. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada (oreja y
fuerte petición).
El Juli, de azul marino y oro. Pinchazo, media
estocada pasada y dos descabellos (silencio). En el quinto, estocada pasada y
casi entera y descabello (petición y saludos).
Ginés Marín, de gris perla y oro. Dos pinchazos y
estocada. Aviso (silencio). En el sexto, estocada (silencio).
Monumental de Pamplona. Jueves, 12 de julio de 2018. Octava de feria.
Lleno.
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