jueves, 12 de julio de 2018

FERIA DE SAN FERMÍN – SEXTA CORRIDA: Y Pepín volvió a Pamplona a sangre y fuego

El duro regreso del veterano murciano se salda con un esfuerzo mayúsculo, una tremenda voltereta y una oreja épica; el palco negó la puerta grande a Liria y un trofeo a El Juli por una templada faena; decepcionante y complicada corrida de Victoriano del Río.

ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Foto: EFE
Decía Belmonte que si los toreros tuvieran que firmar las corridas dos horas antes, no firmarían ninguna. El rostro de Pepín Liria reflejaba la preocupación y los miedos de volver a vestirse de luces en San Fermín una década después de su adiós. A sus 25 años de alternativa, 48 en el DNI, el salto de Illescas -allí donde reapareció en los albores de marzo- a Pamplona -aquí donde fue aguerrido ídolo en plenitud- se hacía un triple mortal sin red.

La oceánica apertura de pitones del toro de la vuelta sanferminera acentuaba la importancia del gesto. Y su geniuda movilidad atildaba el atragantón. El León de Cehegín, fríamente recibido, volvió a rugir por largas cambiadas. Como si el tiempo no hubiera pasado. Hasta los medios entremezcló lances a pies juntos con chicuelinas de generoso vuelo. En la media verónica de rodillas se sintió el primer momento de apuro. No sería el único: en el prólogo de faena, también de hinojos, salvó Liria la cortedad del viaje con reflejos. Y con inteligencia y veteranía todo lo demás. El sitio concedido, el juego con la inercia, el embroque muy abierto. El toro de Victoriano del Río no paraba. Ni se entregaba en su descompuesta exigencia. Una prueba de oxígeno para Pepín, físicamente preparado. La estocada atravesada asomó y necesitó del verduguillo. 

Tampoco descolgó «Ebanista», nombre de aciago recuerdo en la carrera de El Juli. Otra conformación de pitones, tocado arriba, muy serio el cinqueño de Toros de Cortés. En el caballo la cara por encima del estribo, defendiéndose. Que fue lo que hizo constantemente. Salvo en el saludo de verónicas de manos bajas. Cuando por el galope pasaba. Después sólo por los metros otorgados. A su altura la muleta sin ir nunca en ella de verdad. En cuanto le exigió una vez por abajo, soltó el derrote presentido. Nada fácil la resolución. Que costó también con la espada.

La correosa corrida de VR mantuvo en el armado y altón tercero el patrón de pedir sitio. Hacía hilo si no lo encontraba. Pero humillaba más. Otras ideas más francas tenía. La clase no. Ni el viaje sostenido hasta el final. Ginés Marín esbozó hermosas cosas a la verónica. Y quiso interpretar su concepto perdiendo pasos. No había un camino alternativo. Por abajo logró Ginés pasajes de mayor nota al natural. Como en todos y cada uno de los pases de pecho. El acero desdibujó lo conseguido.

El público de frágil memoria no recordaba a Pepín Liria como merecía su tremendo esfuerzo. Ni conectaba con su hacer con el hondísimo cuarto. Un torazo con los cinco años cumplidos también. Pero con la nobleza y la entrega que no habían contado los otros. Hasta que con el enemigo ya rajado en tablas, agotado el deposito, cambiada la entrega por la defensa, Liria se desplantó de rodillas y de espaldas debajo de las peñas de sol. La arrancada imprevista lo cogió de mala manera. La caída a plomo sobre la cabeza crujió su esqueleto. Sólo entonces se coreó el mítico cántico: "¡Pe-pín, Pe-pín, Pe-pín!". La sangre en la frente del veterano torero desmadejado en el estribo, la taleguilla partida, el agua bendita y el milagro de San Fermín. La raza resucitó al León de Cehegín. Que volvió a clavarse de rodillas. Y armó la espada para tirarse a matar o morir. Hundió el acero con el corazón de piedra que siempre le caracterizó. El último arreón, el último estertor, de «Ruiseñor» secó las gargantas. Otra vez el ¡ay! en la plaza. Ya estaba muerto. Ya estaba conquistada la hazaña. El palco, ajeno a la emotividad de la fecha y su significado, a la épica hombría, aunque fuese sólo por eso, fue un dique para la desatada petición de las orejas. Cayó una con el peso de la historia de Pepín Liria en esta plaza. Su nombre ahora gloriosamente coreado. Por su regreso a sangre y fuego.

Juli jugó a favor de la nobleza del zancudo quinto. Por la sutileza, el bamboleo de la muleta, la graduación de las alturas, la faena se desarrolló con impecable planteamiento. Los naturales surgieron con tacto, trato y trazo. Lentos y despaciosos. El relativo ritmo del toro se perdió. Sin que hubiese sido de una humillación superlativa, con sus largas manos como tope. A placer siempre el torero. El estoque se hundió casi completo y pasado. Hubo de usar la cruceta. Una sola vez. El usía subió de nuevo el listón de la feria para negar la oreja que otras tardes, con menos, se dio.

Se lesionó el último. Que también era el último cinqueño de la corrida. Y fue devuelto. El manso y basto sobrero de Toros de Cortés se desentendió de su cometido. Derrotó en lo poco que acometió. Y completó la decepcionante y complicada corrida de Victoriano del Río. Ginés quedó inédito.

VICTORIANO DEL RÍO | Liria,El Juli y Marín.
Toros de Victoriano del Río y dos de Cortés (2º y 6º bis), tres cinqueños (2º, 4º y 6º), seria en sus diferentes hechuras; geniudo el 1º; correoso y sin humillar el 2º; más descolgado el 3º pero también con escasa entrega; de mayor clase el 4º, que se rajó; noble sin ritmo el 5º; desentendido el manso sobrero 6º bis.
Pepín Liria, de blanco y oro. Estocada atravesada que hace guardia y un descabello. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada (oreja y fuerte petición).
El Juli, de azul marino y oro. Pinchazo, media estocada pasada y dos descabellos (silencio). En el quinto, estocada pasada y casi entera y descabello (petición y saludos).
Ginés Marín, de gris perla y oro. Dos pinchazos y estocada. Aviso (silencio). En el sexto, estocada (silencio).
Monumental de Pamplona. Jueves, 12 de julio de 2018. Octava de feria. Lleno.

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