Los dos veteranos maestros salen
a hombros, por distintos registros, con Ginés Marín, que se sube al carro del
triunfo haciendo de tripas corazón.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Santander
El alegre ambiente que se respiraba en la abarrotada plaza
de Cuatro Caminos de pronto lo apagó un castaño de Garcigrande. Triste prólogo.
Como su bravura. Dentro de sus bajas hechuras, predominaba el tren delantero
sobre la culata. Desde su bonita cara, perdía la vista distraídamente.
A Enrique Ponce se le cruzaba y le buscaba la espalda con el
capote. Manuel Quinta lo "arregló": dos puyazos en uno. En los picos
opuestos de cada paleta, los trancazos. Sangró el garcigrande hasta las
pezuñas. Mariano de la Viña y Jaime Padilla sainetearon con las banderillas
cuando les apretó. Decoraron su piel como un árbol de Navidad. Bien repartidas
las guirnaldas de los palos. Ponce se entretuvo en quitar la más incómoda en el
principio de faena, la del pescuezo. Inmediatamente antes había dibujado una
trinchera hermosa, un pase de la firma y otro interminable de pecho. Después,
el toro se aburría de sí mismo. Gradualmente perdía el celo, si alguna vez lo
tuvo, en las series diestras. Y a partir del tercero no quería saber nada. Ni
siquiera dejándole siempre la muleta puesta. La paciencia infinita de EP
acorraló al toro ya parado en tablas. No sacó réditos esta vez. Una estocada
baja y el silencio se impuso.
Lo más prolongado del garcigrande de El Juli era su
enanismo. La cabeza jibarizada ad hoc. De salida marcó la querencia. Como con
los palos. Juli se encargaría de anularle los deseos con su inteligencia
preclara. Sus manos potenciaron el buen fondo del juguete. El alarde del quite
por zapopinas supuso el descorche de la fiesta. La antesala de la perfecta
faena. Dueño de los tiempos y las distancias desde la despaciosa obertura a los
medios. Allí precisamente le concedió metros y respiros entre series de
derechazos a favor de obra. Ninguna exigencia en el trato. El toro acudía y se
abría al tacto. Tanto, que a veces parecía que se iría. Como las miradas a la
querencia del "6" aumentaban, JL lo cerró a los terrenos opuestos. El
relajo de las rondas de naturales adquirió un rango superior. Regresó a su
derecha, que en redondo o por circulares explotó ya sin miramientos la
embestida. Un contundente espadazo pasado desbocó la pañolada. La presidencia
frenó la masiva petición en una oreja, premio quizá proporcional al tamaño del
torete pero no a la exactitud de la faena.
Cobró luego fuerza la teoría del agravio con el trofeo
entregado a Ginés Marín por una labor desordenada y deseosa. De mucho ruedo
recorrido con el manso y rajado de Domingo Hernández. Alto de agujas y de
lavada expresión. Que declaró pronto su añoranza del campo charro. A Ginés no
le importó para arrancar la faena de rodillas. Más para el público que para el
toro en fuga. Halló mayor y mejor respuesta por el pitón derecho que por el
renegado izquierdo. Por esa mano derribó al torero con los cuartos traseros; el
accidente captó la atención de los tendidos. Como aguantó algún parón que otro,
cerró por manoletinas y cazó una estocada caída, a la peña le dio un impulso
tierno y generoso.
Y en estas estábamos cuando un toro salpicado, girón,
lucero, un espectáculo de pinta y abierta testa, apareció en escena. Nunca más
indicado el término. O en la escena de Enrique Ponce. Su contado poder de
riñones y su tranquito chochón se protestaron. Ponce mimó al garcigrande y
embaucó al público. A media alturita el entendimiento y la elegante suavidad.
La teatralidad desatada a los acordes de "La Misión". EP no soltaba
al noblón toro (ni a la parroquia con sus guiños). Y cuando lo soltaba salía la
embestida buscando al maestro de la banda. La faena enteramente diestra -salvo
una infructuosa intentona al natural- derivó en la poncina, el acabose. La
gente en pie, Enrique recreado y recrecido en su papel de seductor. Un pasiego
insensible osó calificar la pieza de Morricone de "música de
funeral". ¡Por Dios! La rectitud
del volapié acabó con un pitonazo en la ingle del valenciano. Que se dolió
ostensiblemente del varetazo. El acero muy atravesado y tendido demoró la
muerte. Cayó el aviso poco antes que el toro. Y se desató la apoteosis. La
puerta grande descerrajada. La solemnidad de la vuelta al ruedo poncista, el
agradecimiento al director de la "orquesta" y el saludo último y
reverencial redoblaron la sensación operística de su (sobre)actuación.
El Juli salió también a por ella y por ella. El quinto
compensaba con su porte el lote. El más cuajado de toda la bondadosa corrida de
Garcigrande. Y el de nota más destacada. Y Juli toreó. Encajado, largo y
sereno. Todo en serio. Y por abajo. Sin gestos ni discursos. Desde los doblones
de la apertura rodilla en tierra. Faena abundante -raros son los avisos en el
expediente julista- de cabal construcción. A derechas y a izquierdas, le ponía al
toro -que tan bien colocaba la cara- el punto de más que en sus finales parecía
faltar. Un puñado de naturales volvieron a adquirir brillo especial. Un
pinchazo seguramente impidió la concesión de las dos orejas. Una bastó para
salir a hombros en la celebración que también envolvió a Ginés.
Que hace de tripas corazón para estar sin estar. Como con el
manejable y más liviano sexto. Algún recado soltó pero no por maldad. Unas
apretadas bernadinas y una estocada firme le valieron para subirse al carro del
triunfo y aparecer en la foto finish.
GARCIGRANDE | Ponce, El Juli y Ginés Marín
Toros de Garcigrande y uno
de Domingo Hernández (3º), de
desigual presentación; parado y sin celo el 1º; bueno el 2º; rajado el 3º;
noblón el 4º; notable el 5º; manejable el 6º.
Enrique Ponce, de purísima y oro. Estocada baja
(silencio). En el cuarto, estocada muy atravesada y tendida. Aviso (dos
orejas).
El Juli, de tabaco y oro. Estocada pasada (oreja y
fuerte petición). En el quinto, pinchazo y estocada. Aviso (oreja).
Ginés Marín, de gris perla y oro. Estocada caída
(oreja). En el sexto, estocada. Aviso (oreja).
Ponce, El Juli y Ginés salieron a hombros.
Plaza de Cuatro Caminos. Jueves, 26 de julio de 2018. Quinta de feria.
Lleno.
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