El espectáculo taurino es una expresión
social que han incorporado a su cultura con naturalidad en el país vecino.
ÁLVARO SUSO
Diario EL PAÍS de
Madrid
El mismo domingo que Mont de Marsan, capital del
departamento francés de Landas, cierra su feria taurina de seis días, la
pequeña localidad de Saint Vincent de Tyrosse, apenas a sesenta kilómetros,
celebra su día grande con una corrida denominada Desafío de Leyendas ganaderas:
Miura vs Palha.
Perderse en el interior de las Landas un fin de semana de
julio o agosto es adentrarse en un territorio atractivo para el aficionado a
los toros. Las referencias a la fiesta taurina se suceden en cada municipio.
Carteles, algunos con siluetas de toros, adornan los anuncios de las fiestas
patronales, que se mezclan con los reclamos de productos típicos. Recuerda a la
España que no tenía vergüenza en mostrar su idiosincrasia y tradiciones.
Mientras al sur de los Pirineos, la fiesta de los toros se ha convertido en
otro de los complejos que atenazan a los españoles, en Francia han asimilado
una expresión cultural ibérica con la misma apertura de pensamiento que le ha
llevado a su desarrollo social.
Los toros es una expresión social que los aficionados
franceses han incorporado a su cultura, y la han hecho tan suya que comienzan a
ser protagonistas en todos los sentidos. Baste pensar que el empresario de Las
Ventas es el galo Simón Casas.
En la novillada nocturna de Mont de Marsan, utreros
franceses de la ganadería de Camino de Santiago para un madrileño, Francisco de
Manuel, y dos promesas galas, Rafael Raucoule, Rafi, y Dorian Canton. Al día
siguiente, la matinal de Saint Vincent de Tyrosse presenta erales de Lartet para
Yon Lamothe y Tristan Espigue, cartel completamente francés. Es la prueba
indudable de cómo en Francia han desarrollado una estructura bien pensada, con
medio centenar de ganaderías y varias escuelas taurinas que educan a los
jóvenes con deseos de ser toreros. Ya no es necesario traer nada del otro lado
de la frontera, ni cuadras de caballos ni veterinarios ni siquiera los
protagonistas de muchos espectáculos. A la entrada de la plaza, se agolpan las
publicidades de novilladas y corridas del entorno.
La principal
diferencia es que en Francia opinan los aficionados y se les escucha
Las fiestas en esta zona del suroeste francés están ligadas
al toro, a la corrida landesa basada en jugar al toro a cuerpo limpio por
equipos, con un jefe vestido con chaquetilla con parecidos adornos a los de un
matador. Muchos pueblos, por pequeños que sean, tienen su plaza, en muchos
casos ovaladas o rectangulares para facilitar el juego del toreo propio.
Souprosse, Saint Sever, Aire sur l’Adour, Mimizan, Saint Perdon… cada pueblo
tiene su plaza y su frontón como señas de identidad.
Pero lo más impactante es el orgullo con el que el
aficionado francés vive su fiesta. La adoptaron en su momento y la han hecho
tan suya que le han dado su propia característica, la del culto al animal y el
torero como héroe que se enfrenta al toro. Y aunque por la influencia venida
del sur les cabe todo, son conscientes de que espectáculos con toros mortecinos
como el mano a mano protagonizado por Enrique Ponce y Sebastian Castella en
Mont de Marsan ante reses de Núñez del Cuvillo no son su objetivo. Lo ven como
un efecto colateral de la importación de la fiesta.
Después de la corrida, se celebra un coloquio en medio de
las casetas que amenizan la fiesta para reflexionar sobre el festejo y pensar en
cómo hay que mejorarlo. Se felicitan por las faenas del valenciano y del
francés, pero recuerdan las emociones de los días anteriores con los toros de
La Quinta y presagian las del día siguiente, con los temibles de Dolores
Aguirre.
La principal diferencia es que en Francia opinan los
aficionados y se les escucha. Hacen la fiesta antigua, la que se hacía en
España antes de haber caído en las redes de los empresarios que han globalizado
la tauromaquia. Los lugareños dan identidad a cada feria y en la mayoría de las
localidades galas esto se mantiene. El Ayuntamiento nombra una comisión taurina
formada por aficionados, que se apoya en un profesional para contratar a
ganaderías y toreros de acuerdo con los gustos de sus paisanos y a la tradición
de su plaza. Van al campo en excursión a ver los toros y se sienten orgullosos
de enseñárselos a sus paisanos el día grande de las fiestas. Esto es
precisamente lo que ocurría en España no hace tantos años, con empresarios
identificados por largo tiempo en los cosos y que entendían las pretensiones de
los aficionados; así se diferenciaba Sevilla de Madrid, Valencia de Castellón o
Bilbao de San Sebastián; y es lo que ocurría en infinidad de pueblos, donde
cada uno buscaba su mejor espectáculo.
En Saint Vincent de Tyrosse, por ejemplo, su corrida anual
siempre tiene un carácter torista. Este año han buscado el desafío entre dos de
las ganaderías más antiguas, Miura y Palha. Los diestros no son figuras, sino
especialistas en reses complicadas y en llevar emoción a los tendidos con
faenas meritorias. El madrileño Fernando Robleño, que cortó una merecida oreja,
es un habitual del país vecino, mientras que el jienense Alberto Lamelas, quien
se jugó la vida de forma admirable, basa su temporada en las actuaciones
francesas al tiempo que en Madrid debe seguir su profesión ligada a un taxi;
completó la terna el mexicano Arturo Macías, figura en su país, pero con pocas
oportunidades a este lado del Atlántico, a pesar de su valentía y buen hacer.
El festejo no resultó brillante, pero sí entretenido, con largas dosis de
emoción e interés en una corrida que no resultó pesada, a pesar de haber durado
dos horas y media. En dos ocasiones, hubo un quiebro landés en la salida del
toro a la plaza, un sorbo de identidad para los paisanos que ocupaban los
tendidos.
Las ciudades taurinas de Francia están unidas. Se apoyan
unas a otras con medidas que castigan a quien les defrauda y premian a quien
les agrada. Respetan los gustos de cada plaza, pero luchan de forma conjunta
para crecer. Y las comisiones están presentes en todas las plazas. Así han
logrado que la fiesta de los toros haya sido nombrada Patrimonio Histórico
Cultural en Francia. España ha reaccionado de la mano de la Fundación Toro de
Lidia, cuyo presidente, Victorino Martín, estuvo invitado para presenciar el
desafío ganadero del domingo en Saint Vincent de Tyrosse.
Muchos
aficionados lucen camisetas y pañuelos con la imagen del toro como elemento
principal
Banderas rojigualdas se combinan en las plazas con la
tricolor francesa, sin patriotismos ni negaciones. Disfrutan de los pasodobles,
de la manzanilla andaluza y de las tapas de ibéricos con la misma cultura que
han desarrollado en varios siglos de educación y cultura social. La gente
camina por las calles de ciudades y pueblos con camisetas con el dibujo de un
toro bravo, con camisas con anagramas taurinos y pañuelos de fiestas al cuello
en los que la imagen del toro es el elemento principal.
Después de asistir a cuatro festejos en poco más de 24
horas, ni una presencia de antitaurinos. Y los hay que luchan activamente, pero
Francia ha regulado su espacio y no están amenazando ni insultando en las
puertas de las plazas. Quizás sea otra muestra de la cultura cívica de un país
que busca la discusión en lugar de las luchas fratricidas.
La fiesta cumple los mismos patrones que en España, pero
respira un espíritu diferente marcado por el orgullo de sentirse aficionado, y
conviene al taurino español tomar un sorbo de ello de vez en cuando para
comprobar cómo puede existir una expresión tan válida y tan distinta de la
tauromaquia.
LUIS MAZZANTINI, POR LOS CAMPOS ELÍSEOS
En España aún se vive en la ignorante creencia de que los
franceses se han limitado a asumir los toros, pero lo importante es el
desarrollo que han sido capaces de establecer en un espectáculo que desde hace
dos siglos se asentó en muchas plazas del vecino país. A mediados del siglo
XIX, las corridas en Bayona o en Nimes eran habituales e, incluso, llegaron a
París, al coso de la Rue Pergolesse, donde se celebraron varias funciones con
espadas que debían quedarse varios días en la capital y confraternizar con la
sociedad parisina como los actores o cantantes líricos de la época. Figuras
como el vasco Luis Mazzantini o Félix Robert, francés, departían en los Campos
Elíseos. Por eso, para Francia no es una cultura moderna, sino una tradición
arraigada en lo más profundo de pueblos como los pueblos del departamento de
Landas, que hacen gala de su tradición y de una afición que en España ha calado
en los complejos históricos de la cultura hispánica.
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