El peruano, apabullante, corta
tres orejas y sale a hombros con el mejor lote de la corrida de Núñez del
Cuvillo.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de
Madrid
Foto: EFE
El ambientazo habitual de Pamplona subió un grado más de
expectación. Un revuelo en torno a la presencia de Roca Rey. Que llegó a la
plaza con el tiempo justo. Un ligero retraso en el paseíllo. Ginés Marín
esperaba ya liado. Y no como convidado de piedra, sino como triunfador de la
última feria sanferminera.
El duelo, con Antonio Ferrera por testigo, autor de la faena
de mayor calado de 2017, se sintió pronto. En el tercio de quites del toro del
peruano, Ginés provocó por ceñidas gaoneras la respuesta inmediata del Rey -el
cántico de la ranchera lo reconocía- por saltilleras. Apuró tanto el cambio del
viaje, que el atropello no se produjo de puro milagro. Sobre su seco valor se
recompuso RR, que ajustó el luminoso quite de Saltillo hasta el clamor de la revolera.
Al rematado cuvillo, de hermosa estampa, vuelto el pitón, serio el trapío, lo
habían cuidado en el caballo por las buenas cosas apuntadas. Y, sin embargo, en
un momento dado, pareció dañarse, abrirse de manos, pararse en seco. La dureza
del ruedo dicen estar pasando factura. Remontó pero no embistió igual. La
humillación no la mantenía del mismo modo hasta el final. Como si se doliese.
Roca se hundió de rodillas en el volcánico prólogo de faena: dos pases
cambiados callaron incluso a las peñas. Pamplona volteada. La faena nació con
la inteligencia de perder pasos en las primeras series de derechazos. Un
desarme no desdijo su actitud. Y ligó luego con ritmo la nobleza. Decreciente
en su empleo. Inversamente proporcional al ataque del Cóndor de Perú. La firmeza
y la quietud por encima del toreo que el material no permitía desarrollar en
plenitud. Sin la profundidad de otras veces. Una espaldina, cual explosión
mayúscula, funcionó como nuevo impacto. Las manoletinas de despedida y un
espadazo colosal. El palco no concedió las dos orejas mayoritariamente
solicitadas. Igualando en premio la obra a las de pan y melón de días pasados.
A lo peor, ni tanto ni tan calvo. Odiosa comparación.
A por la puerta grande negada fue Roca Rey con el jabonero
bajo y hechurado quinto: el capote a la espalda de salida, toreado a los vuelos
el cuvillo. Que ya colocaba la cara con notable estilo. Por rogerinas galleó
hasta el caballo. El castigo justo. Quitó Ginés Marín por chicuelinas. La
verónica que domina para otro día. RR se clavó en la obertura por alto. Y
administró el preciso fondo presentido con superior temple y exacto sentido de
las distancias. El tempo de espera perfecto. Y el toreo lento, acinturado y
profundo. Atalonado en el trazo inmenso y curvo. Por las dos manos la hondura.
Hasta que el cuvillo quiso irse. Y entonces le echó las rodillas por tierra. Y
lo despenó con una estocada hasta los gavilanes. Ahora el palco no se resistió
a lo incontestable. Apoteósico de nuevo. Como cada vez que pisa Pamplona.
Antonio Ferrera se había encontrado con un toro de amplia
cuna y anchas sienes. Entre playero y paletón. A compás lo toreó a la verónica.
A su aire, que era sueltecito y sin humillar. Obediente. A su altura le hizo
faena Ferrera. Esa ecuación que tan bien maneja, templadamente. En las líneas
naturales se entendieron. Más generoso el viaje a derechas, pero tampoco escaso
a izquierdas. Siempre sin descolgar. La continuidad como nota. Los adornos de
cierre precedieron a un pinchazo doloroso: el acero se dobló y el pomo de la
empuñadura golpeó como una pedrada en la frente de AF. Un hilillo de sangre
asomó sobre la ceja. Agarró hueso otra vez antes de enterrar la espada en los
blandos. La posibilidad de la oreja ya se había evaporado. El pañuelo sólo
asomó para el aviso.
El gazapón cuarto, de acodada y astifinísima testa, puso a
prueba con su molesto caminar el curtido oficio de Ferrera. Andarín hasta que
alcanzaba la muleta. Desde ahí nunca hubo entrega. El verbo andar predominaba.
Porque andar así con los toros es de vieja escuela. No fácil de ver. Ni de
hacer. La colocación contraria y atravesada de la espada demoró la muerte.
Recogió la ovación en los medios. Una cosa muy torera. Como el brindis a
Espartaco.
Un jabonero cinqueño de basta pero baja confirmación se
movió brutote. Ancho hasta las pezuñas. Ginés citó en largo sobre la boca de
riego. Del cartucho de pescao brotó la tanda de naturales más limpia. La
defensiva acometividad del cuvillo careció de ritmo. Y no le sirvió a Marín.
Que necesita el toro preclaro para dar el paso. Y desplegar su fino concepto.
Tampoco pudo ser con un sexto de recortadas líneas y gigante
anchura de palas que no descolgó jamás.
El gigante ya había sido Roca Rey. Y bajo su sombra todo se
desdibujó y empequeñeció.
CUVILLO | Ferrera, Roca Rey y Ginés Marín
Toros de Núñez del Cuvillo,
un cinqueño (3º), serios armados, parejos en sus hechuras; noble el 2º que se
lastimó; notable la clase de un 5º de precisa duración; obediente sin humillar
el 1º; bruto y defensivo el 3º; gazapón y sin entrega el 4º; no descolgó el
deslucido 6º.
Antonio Ferrera, de azul turquesa y oro. Dos pinchazos y
estocada baja. Aviso (saludos). En el cuarto, estocada atravesada y contraria.
Aviso (saludos).
Roca Rey, de blanco y plata. Estocada (oreja y
fuerte petición). En el quinto, gran estocada (dos orejas). Salió a hombros.
Ginés Marín, de sangre de toro y oro. Estocada y
descabello (silencio). En el sexto, tres pinchazos y estocada (silencio).
Monumental de Pamplona. Miércoles, 11 de julio de 2018. Séptima de
feria. Lleno.
Antonio Ferrera |
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