Notable
presentación de Gerardo Rivera, mexicano de Tlaxcala, muy preparado, templado,
hecho al toro español. Apuntes airosos del onubense Alejandro Conquero.
BARQUERITO
BELLA,
NOBLE, SERIA, buena y brava novillada de Los Chospes. De hechuras gloriosas
un sexto castaño que no llegó a los 550 kilos de báscula. Acucharado, muy
astifino, bien armado. Tres puyazos –la puya del novillo-, una coz tras el
tercero, una escarbadura, son en todas las embestidas, prontas las
repeticiones: la calidad. Nombre del novillo: Lacerador I.
Hubo, en segundo lugar de corrida, un Lacerador
II, de hechuras y pinta afines a las de su pariente –un padre semental común,
muy posiblemente-, de rico y vivo galope inicial, lastrado por hasta tres
volatines, un punto rajadito a última hora, no tanta calidad.
El otro Lacerador cayó en manos de un torero
nuevecito, Alejandro Conquero, de Huelva. Buen aire, figura sencilla y algo
frágil, brazos sueltos, prometedora elasticidad: cuatro lances de rico compás
en el saludo, que llegaron tras cuatro largas cambiadas de rodillas en tablas y
tercio, ni seguidas ni hilvanadas, pero bien tiradas. Una singular apertura de
faena: muletazos cambiado de rodillas en los medios y dejando llegar de largo
al toro. Una faena airosa, muy de torero nuevo –muletazos de mejor comienzo que
remate, el codilleo propio del torero por hacer-, calma en la cara del toro,
desplantes improvisados, soltura personal. Dos pinchazos, una estocada
desprendida.
No solo los hijos y parientes del Lacerador, a
cuya reata habrá que buscar y seguir la pista. ¿Procedencia Daniel Ruiz?
Probable. ¿Salvador Domecq? Posible. Embistieron con gas y ganas el primero y
el cuarto: beneficio para uno y otro caer en manos del mexicano Gerardo Rivera,
debutante en Madrid como Conquero y Mejía, pero muchísimo más rodado y puesto.
Acoplado al toro español y no anclado en el mexicano. Dos faenas resueltas,
seguras, ligadas, de mano baja, asiento impecable, buen ajuste, notable
gobierno.
Ordenadas las dos: buena elección de terrenos,
ritmo clásico. Bastante mejor el toreo con la diestra que el otro. También
fueron mejores los dos novillos de lote por la mano derecha. El primero de los
cuales manseó en varas a modo pero rompió a embestir después de banderillas sin
siquiera avisar. El cuarto fue de son casi dulce. Rivera atacó por derecho con
la espada, dos estocadas –en la primera soltó el engaño- pero tuvo que
descabellar. Lo hizo sin fortuna. El verduguillo se llevó lo que pudieron ser
dos orejas, una y una, ganadas a pulso. Novillero competente, valeroso y
refinado este Gerardo Rivera. Sentado en un tendido bajo de sombra estaba
Rodolfo El Pana, decano del toreo mexicano. Le brindó Rivera la muerte del
cuarto.
Detrás de El Pana, Carlos Frascuelo, el decano en
activo del escalafón español. Mejía le brindó la muerte del tercero, que fue el
único de los seis durito de manos, la cara alta, la entrega justa, tardo. Y
probablemente sordo porque Mejía le pegó voces terribles de desgarro
angustioso. Y a la voz no fue el toro ni una sola vez. Muy astifino el quinto
de festejo, alto de agujas, corte distinto a los demás. Tal vez poco sangrado.
Un punto encogido. Y entonces una versión de Conquero menos graciosa que la
primera. Ni desbordado ni en renuncio. Hay toros que son asignaturas pendientes
para los noveles.
FICHA DE LA CORRIDA
Madrid, 19 jul. Festejo fuera de abono. Un
cuarto de plaza. Muy caluroso. Piso
enarenado. Dos horas y veintiocho minutos de función.
Seis novillos de Los Chospes (Juan Fernando Moreno).
Gerardo
Rivera, silencio tras un aviso y
vuelta tras un aviso. Alejandro Conquero,
silencio en los dos. Santiago Sánchez
Mejía, silencio tras aviso y silencio.
Rivera,
Conquero y Sánchez
Mejía, de Tlaxcala (México), Huelva y Medellín (Colombia), respectivamente,
nuevos en esta plaza.
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