martes, 14 de julio de 2015

FERIA DE SAN FERMÍN – OCTAVA CORRIDA: Dos buenos Miuras

La regla de 2015 en sanfermines: un mínimo de dos toros buenos por tarde y corrida. Escribano, morosísimo pero capaz y dispuesto, sale bien librado del compromiso.
Manuel Escribano
BARQUERITO

LOS DOS PRIMEROS miuras salieron buenos. Cárdeno, frentudo y cinqueño el primero, el más liviano de los seis. Peso oficial: 550 kilos. Las mazorcas gruesas: cilindrada especial, tan característica de Miura, y sus anillos y rodetes, privativos del encaste, Bizco y abierto. Fue toro pronto. Fijeza, nobleza. Consintió casi de todo: desplantes, circulares cambiados, pasos perdidos y tiempos muertos. Sin avisarse ni enterarse.

Cumplió en el caballo, sacó la movilidad propia de la ganadería pero no su listeza. Escribano lo esperó a porta gayola de rodillas, pero no hizo el toro por el cite. Lances a toro vivo y rebrincado, media verónica de bello trazo, tres pares de banderillas de morosísima preparación –el tercero, quiebro en tablas sin apenas salida, muy temerario, y muy celebrado- y una faena de enojosas y gratuitas pausas. Paseos y paseos. De uno en uno los muletazos con la izquierda. Más ligada una sola tanda en redondo. El toro se había escobillado en un remate. Circulares permisivos, molinetes de rodillas, una estocada trasera. Una oreja. La única de la tarde, la última de la Feria del Toro. Una vuelta al ruedo de casi cuatro minutos. Desproporción.

El segundo se llamaba Ramero. ¿O Romero? Entrepelado, largo. Y flaco, pero dio en la cartela de pesos los 575 kilos. Fue, en el caballo, el más miura –pelea entregada, ataque franco, buena salida tras el castigo- y, en banderillas, el de mejor estilo. Sin el resabio propio del miura viejo, que veía venir al rehiletero y cortaba. O esperaba. Toro interesante: por la manera de humillar, darse y querer. Codicioso, repetidor. Ni fácil ni difícil. Ni posible ni imposible. El mundo real. Pronto para tomar engaño. Repetidor, pero se revolvía por la mano siniestra. Bolívar lo toreó de partida con buen ritmo y, además, acertó con la distancia. El toro franco de  Miura suele preferirla. En el cara a cara no hay nada que hacer sino esgrima. Un metisaca, una entera caída, dos descabellos.

Agalgado, zancudo, cuello de gaita, cárdeno y gargantillo, el tercero fue, por lámina, el más fiel a una de las estampas fijadas en la ganadería. Cañas finas, gran alzada. No mucha fuerza. Molido en una primera vara desafortunada por todo, el toro sacó en la muleta temperamento y correa, claudicó con aire de toro enterado y revoltoso, arrastraba cuartos traseros como si los llevara a remolque. Toro más rácano que de darse. Salvador Cortés tuvo el gusto de pasarlo por la mano izquierda con gusto y temple. Una tanda. Nada más. Se vino abajo el toro, se recostó en tablas. Cuando iba a echarse en ellas tras dos pinchazos y media, la cuadrilla tuvo la desdichada ocurrencia de moverlo. Una agonía interminable barbeando las tablas. Cortés perdió los nervios. Se perdió la cuenta de los descabellos a toro levantado. Dos avisos.

Cuarto toro, la merienda y la ansiedad del último día de San Fermín. Se pone nerviosa la gente. Un cuarto miura monumental. Casi tan voluminoso como los dos gigantes de la feria, que fueron los dos últimos de la corrida de Victoriano del Río. Colgajo cárdeno o canoso, el toro imponía, pero humilló, obedeció. También escarbó. Y oliscó, que es señal de mansedumbre. Tres puyazos. Levantaron el palo en el tercero. Otro interminable tercio de banderillas de Escribano. Y otra faena igual de interminable pero no falta de méritos: quietud, serenidad, seriedad, la apuesta en los medios, aguante en los viajes cortos y prontos. El toro se llamaba Rayito. Hizo honor al nombre. Un pinchazo y una estocada. Un aviso Sobraron cinco minutos de faena. O seis.

Los dos últimos toros de corrida y feria eran cinqueños, como la inmensa mayoría de los jugados. Tremendo el quinto. ¡Toro va! ¿Dónde lo meto, qué hago, dónde lo pongo? El sexto parecía a su lado el hermano menor. Ninguno de los dos fue de festejar. Al quinto lo estampanaron de salida contra un burladero y casi lo revienta. Lo picó muy bien Luis Miguel Leiro. No estuvo cómodo Bolívar. Imposible disimular. Un mareo de perdiz. Acabó ganando por la mano el toro. La renuncia fue visible. Protestó la gente.

Antes de soltarse el sexto rompió ese fragor telúrico tan propio. Los honores para el toro de la despedida. A cappella y bastante afinadamente, las peñas entonaron los compases de la Marcha Radetzki. Como en el último bis del Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena. Feliz coincidencia. Austria, Navarra, Strauss. La sintonía que emplaza para el 6 de julio de 2016. Un toro acalambrado, la cara arriba. Se repuso. Fuerzas de flaqueza, la gana justa. Trabajito de Cortés más para la plebe que para la crema de las cremas, que son más de lo que parece. Algún muletazo compuesto, una apertura de fanfarria –a lo Castella, pero…- y un querer y más querer. No es fácil cerrar feria ni ser postre.

Postdata para los íntimos.- La banda de Ribaforada en la Plaza de la Cruz. Nueve piezas de programa. No todas de repertorio. La última de todas, una jota popular: La Pilindros. Del maestro Cervantes. Solo pude quedarme a las dos primeras: un pasodoble valenciano -"Consuelo Císcar"- y un salteado de Estampas Navarras ("Dianas de San Fermín"). No comment. Las dianas de San Fermín, en la calle y a las siete menos cuarto de la mañana. ¿Te dan miedo los popurrís o popurríes? Miedo no. Pánico. Había poca gente en la plaza. No se sabe qué es peor en el desfile de bandas navarras: si ser telonero de arranque o telonero del día 14. El orden de factores.

Pasé por el escaparate de Langarica en la calle de San Fermín para despedirme de los cien programas, bajé al Cali a tomarme un vino porque el Cali es especial, entré en el mercado de la calle Gorriti para oler, por separado,los quesos, las verduras, las frutas, las carnes y los peces. Y los dulces caseros.

En un bazar chino me compré por noventa céntimos una esponjita de lustrar zapatos. Me di un paseo por la Media Luna. No había nadie o casi nadie tumbado en los céspedes. Ni en los bancos. Un 14 de julio sin franceses en Pamplona. Qué raro. Hice tiempo frente al baluarte. Con un amigo eché un palique. Los toros de Pablo Romero y tal y cual. Estaba el Rodero abierto y entré.

En la puerta, artistas de Hollywood. Celestiales manjares, blancos manteles, el aire refinado, los dos turrones del postre y un homenaje a la Francia cautiva: una copa de Armagnac de Vic Fezensac. ¿En copa de balón? Creo recordar que no.

Las cinco y media. Y a los toros. Pobre de mí. Bergamín 16 segundo derecha. El champán de Ávila, el tinto de Ausejo, los crianzas de Tafalla, las pastas de Calahorra, el jamón de Tudelilla, la sopa de pescados de Beasain, los médicos de Barañain.. El Cristo descalzo de Santo Domingo. El refugio de Oricáin: el hostal de los Aguirre, la casta indomable de Concha Mihura, el candor de su gente. Los amigos del más allá. Volveré.

FICHA DEL FESTEJO
Martes, 14 de julio de 2015. Pamplona. 10ª y última de San Fermín. Lleno. Soleado, templado, luminoso. Dos horas y veinte minutos de función.
Seis toros de Miura.
Manuel Escribano, oreja y saludos tras un aviso. Luis Bolívar, silencio tras un aviso y silencio. Salvador Cortés, pitos tras dos avisos y pitos.

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