El maestro de Chiva sale a hombros con el lote
menos propicio de una corrida de Cuvillo que sube y saca nota con el buen
quinto y el excelente sexto; un fino Castella corta una oreja y Manzanares se
va de vacío con una espada roma.
ZABALA DE LA SERNA
Diario ELMUNDO de Madrid
Aquella
frase belmontina de que "se torea como se es", alcanza en Enrique
Ponce una constatación científica. Inalterable, elegante y constante. Así
durante 25 años. La lidia, la faena y la escenografía global con el toro de
Cuvillo que despertaba la tarde resumían la tauromaquia de un cuarto de siglo.
Maestro de las medias alturas -por donde embestía el cuvillo de estrechas
sienes, largo y un punto alto de cruz- y el temple de la inteligencia. No se
resistió la nobleza a las frondosas series diestras y a las pausadas tandas de
naturales. Un molinete invertido, un cambio de mano girada la muleta por
delante, una trincherilla, los pases de pecho de pitón a rabo como broches y
aire fresco. La rectitud del volapié parió una estocada ladeada. Para una vez
que Ponce se marchaba sin aviso, el presidente se lo envió cuando el puntillero
levantó al muerto. La oreja cayó en justicia tras el arrastre de las mulillas.
Sebastián
Castella degustó la débil clase de un toro gachito parando el reloj en exceso,
como si en cada paseo, en cada serie, todo volviese a empezar. Tres naturales
de lujo desprendieron la luz de la faena, alumbrando un camino que Castella no
emprendió. Y volvió a la mano derecha con reiteración cuando el pulso se
hallaba en la izquierda, en la suya, en la del cuvillo de mazapán. Blandito
todo como la estocada rinconera y la ovación.
El sainete
de la cuadrilla de José María Manzanares con las banderillas sólo se vio
superado por su matador con la espada. Un mansito de corpachón
proporcionalmente inverso a su jibarizada cara provocó con sus esperas y su
vista perdida las pasadas en falso de un tipo tan curtido como Curro Javier.
Manzanares, luego de ponerse así y asao en balde, emprendía el volapié con tres
metros de distancia. Cuando pinchaba abandonando la suerte, miraba el acero
como si se le hubiera quedado romo de pronto. Cinco envites hasta el sartenazo
último.
Después de
co ntemplar a Manzanares ausente, la admiración creció con Enrique Ponce con el
manso cuarto, que ya subía un escalón la presentación de la corrida por
delante. Qué afición, qué sabiduría y qué amor propio. Seguirá aquí 100 años,
extendiendo su reinado hasta que peinemos calaveras. Frenado de manos el
cuvillo, siempre apoyado en ellas, EP se dobló con orden y mando, le presentó
la derecha, le ofreció la izquierda, se quedó con las medias arrancadas por
encima del palillo, se las provocó con un zapatillazo, se metió entre los
pitones y abaniqueó toreramente al buey como rey de los mansos. Y como lo mató
se lo llevaron en volandas.
Castella
casi le aguantó -de no ser por la presidencia- el tirón al maestro de Chiva y
estuvo la mar de bien con el buen y bajo quinto de Cuvillo. Lío clásico del
péndulo y la fluidez, la derecha ligada, la figura embraguetada y la zurda otra
vez excelente y comedida. Cuando disminuyó el diapasón del toro, Le Coq sacó
los espolones de las distancias cortas para incendiar la plaza. Un resbalón
dejó media estocada y, probablemente, el doble premio exigido en un solo trofeo
a ojos del palco.
El título
del mejor toro vino a disputárselo el sexto al quinto. Soberbio cuvillo
bautizado como Juncocoso, aunque Juncoso fuese más en son a su ritmo sostenido.
Manzanares construyó una faena con excesivos tiempos muertos y no menos voces,
sin romperse jamás ni vaciar por abajo las bravas embestidas tamizadas de
calidad. Un cambio de mano como más enroscada y tal vez ajustada muestra del
toreo perdido. La espada encogida hasta los dos avisos acabó por dilapidar un
toro de bandera. La que se agitaba sobre la puerta grande de un tal Enrique
Ponce, el Minotauro incombustible de Chiva.
FICHA DEL
FESTEJO
Plaza de Cuatro
Caminos. Miércoles, 22 de julio de 2015. Cuarta de feria. Casi lleno.
Toros de Núñez del Cuvillo, de más seria
presencia por delante los tres últimos; noble sin terminar de humillar el 1º;
enclasado y flojo el 2º; mansito y desentendido el 3º; manso pero manejable el
4º; muy bueno por las dos manos un 5º sin final; excelente el bravo 6º.
Enrique Ponce,
de gris perla y oro. Estocada ladeada. Aviso (oreja). En el cuarto, estocada
atravesada y descabello. Aviso (oreja).
Sebastián Castella, de malva y oro. Estocada rinconera (saludos).
En el quinto, media estocada pasada (oreja y petición).
José María Manzanares, de negro y azabache. Cuatro pinchazos,
metisaca y sartenazo. Aviso (silencio). En el sexto, dos pinchazos, media y
tres descabellos. Dos avisos (silencio).
No hay comentarios:
Publicar un comentario