PACO AGUADO
Hace apenas unas horas, en la fresca amanecida de
la Pamplona agotada de fiesta, seis gigantescos "miuras" barrían la
calle Estafeta como quitanieves alpinos para marcar un récord histórico de
velocidad: dos minutos y cinco segundos de carrera entre Santo Domingo y los
corrales de la plaza.
Tan altos como los cabestros, con ese tranco de
varios metros que, como a Usain Bolt, les facilitan sus largas patas, los de
"Zahariche" se han mostrado como los más "profesionales" de
cuantos toros han corrido este año por el famoso empedrado de la capital
navarra. Es decir, poniendo el vértigo imprescindible pero dejando apenas nueve
contusionados en la lista de atención sanitaria que cada día de San Fermín abre
los noticiarios españoles.
Otra cosa será, divagando a unas horas de que
suenen los clarines, lo que suceda con ellos en la arena, el destino real y
final para el que fueron criados, pero no entrenados, y que parece que desde
hace unos lustros va quedando en segundo
plano en esta ciudad donde la corrida de la tarde pierde prestigio e
importancia ante la fama totalitaria de la carrera de la mañana.
Repasando la larga lista de cornalones y destartalados
animales que han salido este año al arenoso ruedo pamplonés, parece como si la
selección en el campo se hiciera pensando más en la espectacular apariencia
ante las cámaras que siguen el encierro que en las prestaciones en la plaza:
para que los famosos corredores, que buscan entrar en plano a manotazos y
empellones, puedan lucir más y mejor entre la orla de las aparatosas cabezas de
tanto mostrenco.
Porque el de Pamplona no es sólo un toro grande,
que lo es salvo algunas birriosas excepciones que se tapan por su exagerada
cornamenta, sino también un toro feo y se diría que casi imposibilitado
morfológicamente para embestir con entrega y profundidad.
Y así es como, con una apabullante mayoría de
cinqueños, este año apenas cuatro o cinco ejemplares, siendo generosos, han
tenido un mínimo de raza para seguir los engaños, independientemente de su
hierro. Ni "toristas" ni "toreristas", el porcentaje de toros
realmente bravos lidiados en Pamplona en las seis primeras corridas ha sido de
los más pobres de la ya de por sí mediocre temporada ganadera de 2015.
Aunque vapuleada -a costa de un quinto toro que se
partió los dos pitones derrotando contra un burladero- y -más allá a las orejas
cortadas- también maltratada por Padilla, Juli y Perera, sólo la corrida de
Domingo Hernández dio verdadero juego, dentro de sus distintos grados de raza.
Porque, a pesar de ser los de mayor peso medio
después de los boyancones del Conde de la Maza, los "gracigrandes"
resultaron en su conjunto el lote más parejo y de mejores hechuras de cuantos se han jugado en
estos Sanfermines.
Por encima de los "varazos" que recibió
la corrida por parte de la prensa, ese resultado no deja de ser una elocuente
lectura de la realidad ganadera de esta autodenominada "Feria del
toro": sólo el animal armónico y con hechuras, sin perder la seriedad
exigida en un coso de esta categoría, está capacitado para dar espectáculo. Y
en Pamplona hay dinero de sobra como para poder florearlo de entre las camadas
de todo el campo bravo español.
La cuestión es que, a falta de que se lidiara la
"miurada", la ausencia de bravura ha dejado al público pamplonés sin
ver torear a lo grande estos Sanfermines. Y con quince orejas cortadas y cuatro
salidas a hombros, en la memoria quedan apenas la disposición del enfibrado y
febril López Simón con los serios y desrazados "jandillas" y la
apuesta cabal por la pureza y la firmeza de Paco Ureña ante los menos malos
"albaserradas" de Escolar.
El resto de faenas premiadas, con mayor o menor
mérito, no ha dejado de ser una sucesión de pases sin intensidad ni eco en unos
tendidos desentendidos de la lidia y atentos sólo a la fiesta que deslumbró a
Hemingway, porque los toros que tanto imponían en el encierro no le añadieron a
la corrida la necesaria emoción de la casta.
Durante toda esta última semana sanferminera, las
cuadrillas han seguido incautamente haciendo el paseíllo destocadas en señal de
silenciosa y silenciada protesta por los ataques antitaurinos. Pero seguro que
también íntimamente resignadas ante la que no deja de ser la peor y más dañina
agresión contra el toreo: saber de antemano que el espectáculo que van a
ofrecer no tiene las mínimas garantías de éxito. Y año a año el encierro sigue
ganándole la partida al toreo.
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