martes, 14 de julio de 2015

DESDE EL BARRIO: ¿Para la calle o para la plaza?

PACO AGUADO

Hace apenas unas horas, en la fresca amanecida de la Pamplona agotada de fiesta, seis gigantescos "miuras" barrían la calle Estafeta como quitanieves alpinos para marcar un récord histórico de velocidad: dos minutos y cinco segundos de carrera entre Santo Domingo y los corrales de la plaza.

Tan altos como los cabestros, con ese tranco de varios metros que, como a Usain Bolt, les facilitan sus largas patas, los de "Zahariche" se han mostrado como los más "profesionales" de cuantos toros han corrido este año por el famoso empedrado de la capital navarra. Es decir, poniendo el vértigo imprescindible pero dejando apenas nueve contusionados en la lista de atención sanitaria que cada día de San Fermín abre los noticiarios españoles.

Otra cosa será, divagando a unas horas de que suenen los clarines, lo que suceda con ellos en la arena, el destino real y final para el que fueron criados, pero no entrenados, y que parece que desde hace  unos lustros va quedando en segundo plano en esta ciudad donde la corrida de la tarde pierde prestigio e importancia ante la fama totalitaria de la carrera de la mañana.

Repasando la larga lista de cornalones y destartalados animales que han salido este año al arenoso ruedo pamplonés, parece como si la selección en el campo se hiciera pensando más en la espectacular apariencia ante las cámaras que siguen el encierro que en las prestaciones en la plaza: para que los famosos corredores, que buscan entrar en plano a manotazos y empellones, puedan lucir más y mejor entre la orla de las aparatosas cabezas de tanto mostrenco.

Porque el de Pamplona no es sólo un toro grande, que lo es salvo algunas birriosas excepciones que se tapan por su exagerada cornamenta, sino también un toro feo y se diría que casi imposibilitado morfológicamente para embestir con entrega y profundidad.

Y así es como, con una apabullante mayoría de cinqueños, este año apenas cuatro o cinco ejemplares, siendo generosos, han tenido un mínimo de raza para seguir los engaños, independientemente de su hierro. Ni "toristas" ni "toreristas", el porcentaje de toros realmente bravos lidiados en Pamplona en las seis primeras corridas ha sido de los más pobres de la ya de por sí mediocre temporada ganadera de 2015.

Aunque vapuleada -a costa de un quinto toro que se partió los dos pitones derrotando contra un burladero- y -más allá a las orejas cortadas- también maltratada por Padilla, Juli y Perera, sólo la corrida de Domingo Hernández dio verdadero juego, dentro de sus distintos grados de raza.

Porque, a pesar de ser los de mayor peso medio después de los boyancones del Conde de la Maza, los "gracigrandes" resultaron en su conjunto el lote más parejo y de  mejores hechuras de cuantos se han jugado en estos Sanfermines.

Por encima de los "varazos" que recibió la corrida por parte de la prensa, ese resultado no deja de ser una elocuente lectura de la realidad ganadera de esta autodenominada "Feria del toro": sólo el animal armónico y con hechuras, sin perder la seriedad exigida en un coso de esta categoría, está capacitado para dar espectáculo. Y en Pamplona hay dinero de sobra como para poder florearlo de entre las camadas de todo el campo bravo español.

La cuestión es que, a falta de que se lidiara la "miurada", la ausencia de bravura ha dejado al público pamplonés sin ver torear a lo grande estos Sanfermines. Y con quince orejas cortadas y cuatro salidas a hombros, en la memoria quedan apenas la disposición del enfibrado y febril López Simón con los serios y desrazados "jandillas" y la apuesta cabal por la pureza y la firmeza de Paco Ureña ante los menos malos "albaserradas" de Escolar.

El resto de faenas premiadas, con mayor o menor mérito, no ha dejado de ser una sucesión de pases sin intensidad ni eco en unos tendidos desentendidos de la lidia y atentos sólo a la fiesta que deslumbró a Hemingway, porque los toros que tanto imponían en el encierro no le añadieron a la corrida la necesaria emoción de la casta.

Durante toda esta última semana sanferminera, las cuadrillas han seguido incautamente haciendo el paseíllo destocadas en señal de silenciosa y silenciada protesta por los ataques antitaurinos. Pero seguro que también íntimamente resignadas ante la que no deja de ser la peor y más dañina agresión contra el toreo: saber de antemano que el espectáculo que van a ofrecer no tiene las mínimas garantías de éxito. Y año a año el encierro sigue ganándole la partida al toreo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario