El
matador de Toledo corta la única oreja en el complicado y deslucido regreso de
los toros del Conde de la Maza 34 años después; Nazaré y Juan del Álamo se
fueron de vacío.
Eugenio de Mora |
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario
ELMUNDO de Madrid
Fotos: EFE
Asomado a un café como espejo de la mañana, Emilio
Muñoz recordaba en el hotel Yoldi que la última vez que el Conde de la Maza
lidió en Pamplona (1981) su nombre figuraba en el cartel. Para Triana fue la
última oreja junto con el recuerdo. La friolera de 34 años han pasado entre
ayer y hoy. Y desgraciadamente Poli Maza se perdía el regreso de sus toros al
partir de urgencia hacia Madrid. Dolorosa despedida la de una madre siempre. Un
sufrimiento incomparable con el sufrimiento menor que hubiera sido quedarse.
Eugenio de Mora reverdeció laureles. Oficio,
cabeza y firmeza como armas ante un señor toro. Cinqueño como toda la corrida.
Quiso saltar al callejón por los tendidos de sol en su abanta salida. No
humilló en el capote con las manos por delante. Juan Carlos Ruiz agarró un
fuerte puyazo. Hacía falta esta vez. Otras, no.
Eugenio se postró de rodillas para abrir faena.
Cinco muletazos valientes, un cambio de mano penitente, el de pecho en pie como
el del desprecio. Con las mismas marchó a los terrenos opuestos. Y allí se
asentó sobre su recia derecha para tratar de que no le tocase el condeso la
muleta con ese tornillazo con salto incorporado de final de viaje. Trazó una
segunda serie inmaculada de corte castellano. Otras veces, las menos, el toro
alcanzó las telas sin maldad. Un par de ellas con la izquierda, no más. De Mora
no guiñó un músculo. Avanzó la obra por la senda de la sobriedad y los largos
pases de pecho. Hasta que le buscó un circular invertido y los rodillazos de un
epílogo que se pedía ya. La rectitud del volapié alumbró una estocada pasada y
mortal. La oreja no tenía más brillos que la profesionalidad exhibida.
El primer contacto con el público de Antonio
Nazaré no había sido afortunado en el toro de Eugenio de Mora con un amago por
triplicado de un quite por chicuelinas que no llegó ni a plantear. En su turno
tampoco mejoró la cosa con un castigo excesivo al toro de presencia más
normalita, que no lo necesitaba. No quedó precisamente para ningún brindis a la
parroquia. Nazaré se puso por una y otra mano para comprobar el escasito
recorrido y su poco pulso.
Juan del Álamo flipó con el trapío del salpicado
tercero, tocado arriba por dos guadañas como corona de espinas de una expresión
de penetrante mirada. Suelto por el ruedo -más compacto que en días
anteriores-, se lo sacó a los medios en eficiente brega. El puyazo sucedió en
el caballo que guarda puerta; el otro en la contraquerencia. Muy aquerenciado
el manso en el '7' alcanzó el tercio de banderillas. Eficaz Domingo Siro con
los palos. El nervio del toro empeoró. Del Álamo no se sabe qué panes brindaba
al público. La misma convicción en la muleta. Un par de desarmes. La tez del
color del terno... Y con la espada hombre precavido, que vale por dos.
El cuarto, de una alzada tan bestial como su
testa, realmente era un mulo. Desde los tiempos de Muñoz, los toros del Conde
de la Maza han crecido como los niños de la Nocilla y el Zumosol, lejos de sus
orígenes Núñez, Villamarta, Rincón. Eugenio de Mora apenas pudo dejar un
comienzo de faena de bella factura rodilla en tierra. Y una trinchera.
La corrida había entrado en una fase tremebunda de
torazos de 600 kilos y la misma mansedumbre. Tal y como el quinto de 620.
Nazaré convirtió tripas en corazón, si la manida frase fuera posible, y quiso
ponerle sal a la carne que a veces se acordaba de la guasa. Cobró una estocada
atravesada y se perdió con el descabello.
El mulato y último toro del Conde de la Maza
apuntó en banderillas otro aire en el capote, algo de querer en un tramo
inicial, un carácter manejable. Pesaba su volumen más que el fondo pacífico, el
cabezazo pasada la jurisdicción del torero no iba envenenado. Juan del Álamo se
lo planteó sin convencerse. Ni a sí mismo ni a nadie. Por eso, con el paso de
las horas, la sobria y asentada profesionalidad de Eugenio de Mora en los
albores tomó su importancia.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de Pamplona. Domingo, 12 de julio
de 2015. Octava de feria. Lleno.
Toros de Conde de la Maza todos cinqueños, muy serios, tremendos de alzada y
kilos los tres últimos; mansos y deslucidos, cuando no complicados, como
condición general; destacaron, dentro de un orden, el 1º sin humillar ni maldad
y el voluminoso y manejable 6º, aunque salía también con la cara alta.
Eugenio
de Mora, de nazareno y oro.
Estocada pasada (oreja). En el cuarto, dos estocadas casi enteras y tendidas
(silencio).
Antonio
Nazaré, de azul marino y oro.
Estocada honda atravesada (silencio). En el quinto, estocada pasada y
atravesada y varios descabellos. Aviso (silencio).
Juan
del Álamo, de blanco y plata. Dos
metisacas (silencio). En el sexto, media estocada y descabello (silencio).
Antonio Nazaré |
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