domingo, 12 de julio de 2015

FERIA DE SAN FERMIN – SEXTA CORRIDA: La sobriedad de Eugenio de Mora y los mansos del Conde

El matador de Toledo corta la única oreja en el complicado y deslucido regreso de los toros del Conde de la Maza 34 años después; Nazaré y Juan del Álamo se fueron de vacío.
Eugenio de Mora

ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario ELMUNDO de Madrid
Fotos: EFE

Asomado a un café como espejo de la mañana, Emilio Muñoz recordaba en el hotel Yoldi que la última vez que el Conde de la Maza lidió en Pamplona (1981) su nombre figuraba en el cartel. Para Triana fue la última oreja junto con el recuerdo. La friolera de 34 años han pasado entre ayer y hoy. Y desgraciadamente Poli Maza se perdía el regreso de sus toros al partir de urgencia hacia Madrid. Dolorosa despedida la de una madre siempre. Un sufrimiento incomparable con el sufrimiento menor que hubiera sido quedarse.

Eugenio de Mora reverdeció laureles. Oficio, cabeza y firmeza como armas ante un señor toro. Cinqueño como toda la corrida. Quiso saltar al callejón por los tendidos de sol en su abanta salida. No humilló en el capote con las manos por delante. Juan Carlos Ruiz agarró un fuerte puyazo. Hacía falta esta vez. Otras, no.

Eugenio se postró de rodillas para abrir faena. Cinco muletazos valientes, un cambio de mano penitente, el de pecho en pie como el del desprecio. Con las mismas marchó a los terrenos opuestos. Y allí se asentó sobre su recia derecha para tratar de que no le tocase el condeso la muleta con ese tornillazo con salto incorporado de final de viaje. Trazó una segunda serie inmaculada de corte castellano. Otras veces, las menos, el toro alcanzó las telas sin maldad. Un par de ellas con la izquierda, no más. De Mora no guiñó un músculo. Avanzó la obra por la senda de la sobriedad y los largos pases de pecho. Hasta que le buscó un circular invertido y los rodillazos de un epílogo que se pedía ya. La rectitud del volapié alumbró una estocada pasada y mortal. La oreja no tenía más brillos que la profesionalidad exhibida.

El primer contacto con el público de Antonio Nazaré no había sido afortunado en el toro de Eugenio de Mora con un amago por triplicado de un quite por chicuelinas que no llegó ni a plantear. En su turno tampoco mejoró la cosa con un castigo excesivo al toro de presencia más normalita, que no lo necesitaba. No quedó precisamente para ningún brindis a la parroquia. Nazaré se puso por una y otra mano para comprobar el escasito recorrido y su poco pulso.

Juan del Álamo flipó con el trapío del salpicado tercero, tocado arriba por dos guadañas como corona de espinas de una expresión de penetrante mirada. Suelto por el ruedo -más compacto que en días anteriores-, se lo sacó a los medios en eficiente brega. El puyazo sucedió en el caballo que guarda puerta; el otro en la contraquerencia. Muy aquerenciado el manso en el '7' alcanzó el tercio de banderillas. Eficaz Domingo Siro con los palos. El nervio del toro empeoró. Del Álamo no se sabe qué panes brindaba al público. La misma convicción en la muleta. Un par de desarmes. La tez del color del terno... Y con la espada hombre precavido, que vale por dos.

El cuarto, de una alzada tan bestial como su testa, realmente era un mulo. Desde los tiempos de Muñoz, los toros del Conde de la Maza han crecido como los niños de la Nocilla y el Zumosol, lejos de sus orígenes Núñez, Villamarta, Rincón. Eugenio de Mora apenas pudo dejar un comienzo de faena de bella factura rodilla en tierra. Y una trinchera.
La corrida había entrado en una fase tremebunda de torazos de 600 kilos y la misma mansedumbre. Tal y como el quinto de 620. Nazaré convirtió tripas en corazón, si la manida frase fuera posible, y quiso ponerle sal a la carne que a veces se acordaba de la guasa. Cobró una estocada atravesada y se perdió con el descabello.

El mulato y último toro del Conde de la Maza apuntó en banderillas otro aire en el capote, algo de querer en un tramo inicial, un carácter manejable. Pesaba su volumen más que el fondo pacífico, el cabezazo pasada la jurisdicción del torero no iba envenenado. Juan del Álamo se lo planteó sin convencerse. Ni a sí mismo ni a nadie. Por eso, con el paso de las horas, la sobria y asentada profesionalidad de Eugenio de Mora en los albores tomó su importancia.

FICHA DEL FESTEJO
Monumental de Pamplona. Domingo, 12 de julio de 2015. Octava de feria. Lleno.
Toros de Conde de la Maza todos cinqueños, muy serios, tremendos de alzada y kilos los tres últimos; mansos y deslucidos, cuando no complicados, como condición general; destacaron, dentro de un orden, el 1º sin humillar ni maldad y el voluminoso y manejable 6º, aunque salía también con la cara alta.
Eugenio de Mora, de nazareno y oro. Estocada pasada (oreja). En el cuarto, dos estocadas casi enteras y tendidas (silencio).
Antonio Nazaré, de azul marino y oro. Estocada honda atravesada (silencio). En el quinto, estocada pasada y atravesada y varios descabellos. Aviso (silencio).
Juan del Álamo, de blanco y plata. Dos metisacas (silencio). En el sexto, media estocada y descabello (silencio).
Antonio Nazaré

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