domingo, 4 de mayo de 2014

FERIA DE SEVILLA 2014 – TERCERA CORRIDA: Cuento de la botella medio llena

Enrique Ponce reapareció en medio del respeto y la admiración de la Maestranza en una tarde en la que Javier Jiménez tomó la alternativa y cortó una oreja de un estupendo lote de Juan Pedro Domecq / Parladé. 
Javier Jiménez
 ZABALA DE LA SERNA
Fotos: EFE

De la habitación 408 de la Casa de la Salud de Valencia a la 515 del Hotel Colón de Sevilla, han pasado 1.104 horas de dolor y 46 días de rehabilitación contra el reloj aferrrados a la vieja filosofía, que nunca debió morir, de lo que significa ser figura del toreo. A las 18.00 horas, Enrique Ponce cerraba la puerta de la 'chambre' y dejaba atrás la última sesión de fisioterapia, la memoria de la cornada, los 25 centímetros de desgarro bajo el pecho y la placa de recuerdo del doctor Villamor en la clavícula estallada como la 'mascletà' de aquel brutal 18 de marzo.

El compromiso con Sevilla en este 3 de mayo de calor sofocante tiró del cuerpo de Ponce. Al fin y al cabo el ejercicio de responsabilidad sostenido durante 25 años se hacía realidad cuando a las 18:30 horas sonaban los clarines, chirriaban los goznes del portón de cuadrillas y el maestro de Chiva se hacía presente de gris plomo y oro sobre el albero incendiado de la Maestranza.

Una vez deshecho el paseíllo la plaza rompió en una ovación de reconocimiento que Ponce compartió caballerosamente con El Cid y Javier Jiménez, a cinco minutos de convertirse en matador de toros. El respeto hacia el reaparecido, hacia la superación del hombre ante la adversidad, con todo ya hecho y ganado en una carrera de un cuarto de siglo en la élite, presidió toda su actuación. Como Sevilla sabe hacer.

De la reverencia al torero que volvía la Maestranza pasó a la ilusión por el torero que venía: Javier Jiménez. De Espartinas por más señas. A la hora en la que los vencejos gravitan sobre la arena, cuando el sol inicia su ocaso, Jiménez acarició el triunfo de cerca con un sobrero de bandera. Toda la tarde lo tuvo cerca, como un aliento, una presencia, un bajío. Pero en los momentos cruciales de materializarlo se escapaba como un espíritu escurridizo; en esos instantes en los que la espada se antoja vital, la mala suerte se cruzó. Y aun así los tendidos empujaron tras un pinchazo porque Jiménez había dejado cosas profundas al parladé que los genios de la profesión taurina habían apartado como reserva, que dicen por América. «Faltón» se llamaba el toro. Espléndido cuello para planear en pos de una izquierda que trazó naturales soberbios cuando morían limpios. Una zocata que dibujó una trincherilla y un molinete muy toreros. Todo con un concepto de un muletazo muy largo, espartaquista el espejo, diría.

La oreja final supo, sin embargo, a premio de consolación, pues el juampedro de la alternativa -«Duque» bautizado-, una auténtica pintura, embistió con muy buen aire y creció y se afianzó hasta que se acabó. Porque todo en esta vida se acaba si se abusa, y Javier Jiménez, en un exceso de celo, en ese afán por querer, se pasó con el capote. No por el quite de tafalleras quieto como un poste y rematado con un farol, una caleserina y una revolera, sino por el siguiente en que crujió una media verónica y ya por demás por la réplica de chicuelinas a los delantales de Ponce. Luego «Duque» se apagó antes de tiempo y pidió árnica. Todavía si lo mata... Pero tocó muy fuerte con la izquierda hacia tablas, que ya era la querencia añorada, y el toro en su fijeza se abrió demasiado: la espada hilvanó la piel dejando en el trasteo pasajes estupendos hasta que al ejemplar de Juan Pedro le empezó a pesar la lidia, su fondo y los terrenos.

Todo ayer se podía ver como el cuento de la botella: medio llena o medio vacía. Al gentío, en cuanto a la corrida de Juan Pedro, se le antojó el casco vacío. Y a mí me dio por verlo medio lleno quizá porque intuí otros toros con calidad. Como el tercero en su escasita duración hasta echarse o como el cuarto por el izquierdo tal vez sin terminar de rebosarse. A los peor lo que pasó es que era El Cid quien parecía que volvía del hule más que Enrique Ponce...

El que desde luego puntuó a la baja fue el carbonero y capirote parladé sin cuello, que, antes de pararse, embistió siempre por las esclavinas o por el palillo de la muleta de Ponce. O el basto y distraído quinto que a su altura se dejó en el planteamiento pulcro de Cid, pero tampoco sumó. A veces confunden en el campo toro fuerte con toro feo. Todo ayer era según del color con que se mirase. Lo de la botella y en ese plan. Las puertas entrebiertas de Sevilla para Javier Jiménez o las que no se abrieron. Su ilusión quedó. Como el respeto a Ponce. / Diario El Mundo de España

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de la Maestranza. Sábado, 3 de mayo de 2014. Cuarta de abono. Tres cuartos de entrada. Toros de Juan Pedro Domecq y Parladé (2º, 3º y el extraordinario sobrero 6º bis), de diferentes hechuras, remates y seriedades; una pintura el buen 1º sin final; finos y sin hacer el noble 3º de cortito fondo y el bondadoso 4º especialmente por el izquierdo; más fuertes un 2º rajado y sin cuello que no humilló y un basto y apretado 5º que se dejó a su altura; el largo 6º fue devuelto.
Enrique Ponce, de gris plomo y oro. Pinchazo hondo en buen sitio y dos descabellos (silencio). En el cuarto, estocada rinconera (silencio).
El Cid, de verde esperanza y oro. Estocada pasada (silencio). En el quinto, dos pinchazos y estocada rinconera (silencio).
Javier Jiménez, de blanco y oro. Estocada baja que hilvana la piel, pinchazo y estocada (saludos). En el sexto, pinchazo y estocada atravesada con el toro perdiendo las manos (oreja).
Enrique Ponce
El Cid

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