El viento y los duros mansos de
los Lozanos hicieron de la tarde una batalla; el riojano dio una meritoria
vuelta al ruedo con sabor a oreja.
ZABALA DE LA SERNA
Fotos: EFE
Fotos: EFE
Frente a la invasión de los armados y duros mansos cinqueños
de Lozano
Hermanos y las hordas en oleadas del viento, Antonio Ferrera y Diego
Urdiales apretaron los dientes como los paisanos de aquel histórico Dos de
Mayo ante la apabullante superioridad del ejército francés. Tremendo el mérito
de una batalla callejera en la que un vendaval traicionero se entrometía y
levantaba capotes y muletas. La masacre no se produjo en el ánimo de los
veteranos toreros por sitio, convicción y redaños. Es más: la victoria total no
se dio por la colocación de las espadas, pero sí la moral. Heroicos Ferrera y Urdiales.
Diego Urdiales se
quedó a las mismas puertas de la conquista de la oreja de un toro viejo de
terrorífico garfio derecho; la vuelta al ruedo supo a trofeo mayor. Las
verónicas compuestas de saludo, con la larguísima estructura del funo pasando
por allí a su aire, se convirtieron en carta de presentación. El toro apretó en
banderillas hacia los adentros como una carga de caballería contra una pared.
Para fortuna de Acevedo, Antonio Ferrera ocupaba su puesto
perfectamente colocado para el quite.
Urdiales brindó a
Joselito
con el Dos de Mayo glorioso del 96 en el recuerdo. El viento no paraba de
enredear en la pequeña muleta del riojano desde el prólogo de la faena. Para
sorpresa, el toro, precisamente por la temible daga derecha, ofrecía a su
altura ciertas opciones. Sólo que para llegar a explorarlas había que dejárselo
venir, y siempre parecía que se venía como por fuera de la muleta, sin estar en
ella, nunca metido. El torero de concentrado valor le consintió mucho en tres
derechazos, antes de que un tirón descompusiese la cosa. Y vuelta a empezar en
otros tres redondos que se iniciaban con el suspense
de la media distancia. De repente, un derrote, un desarme, una violencia
inesperada. Y de nuevo la exposición para remontar. Ni un zapatillazo, allí
plantado. Por el izquierdo el toro ya era un cabrón desatado. Otro trío de
derechazos para subir la temperatura, y el acero que se desprendió o la
pañolada que no cuajó.
Bárbaro también anduvo Antonio
Ferrera con un cuarto ensillado de bastas mazorcas. Por el pecho le
rondaban siempre las puntas. Planteó la faena en los terrenos donde menos
molestaba el viento, entre el «1» y «10», lo que no quiere decir que no
inquietase. Un trincherazo como un destello entre las dobladas y la derecha
puesta y dispuesta. Pero fue la izquierda -¡Dios
mío, la zurda con ese vendaval!- la que despegó la embestida: el mulo
obedecía y descolgaba más. Ferrera
ligó, pisó terrenos de fuego, se quedó y vació obligados de pecho de
taquicardia. Adentrado en la jungla de la faena le ganó el pitón contrario y se
atrevió incluso con un circular invertido. Un aviso demasiado puntual ante
tanto esfuerzo se adornó con otro por la tardanza en morir de la bestia.
Injusto marcador.
Ya Ferrera había
lidiado con un manso huidizo que topaba con brusquedad en los albores de la
tarde. Nada como el buey de casi 600 kilos que se rebotaba de caballo a caballo
y que parecía que se sacudiría a Urdiales
en una de sus distracciones.
Arturo Saldívar
sorteó el toro más bajo de la corrida, que quedó como soso en sus arrítmicos y
cortos viajes. Ganas de subirse al siguiente avión para México le darían a Saldívar al ver al último manso camino
de los seis años y con un velamen que cortaba a arreones el frío viento de las
nueve de la noche. / Diario El Mundo de España
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Viernes, 2 de mayo de 2014. Corrida Goyesca.
Unas 10.000 personas. Toros de Lozano
Hermanos y El Cortijillo (3º y
4º); todos cinqueños, muy serios en sus distintas hechuras, fuera de tipo
algunas; manso y brusco topón el montado 1º; complicado por el izquierdo un
largo 2º, algo más asequible por el derecho; rajado de medias embestidas el
bajo 3º; un mulo imponente pero obediente el 4º; gigantesco el buey 5º; de
tremendo aparato un 6º que se movió a arreones hasta pararse.
Antonio Ferrera, de blanco y pasamanería azabache.
Pinchazo, media estocada perpendicular y 10 descabellos (silencio). En el
cuarto, estocada caída y descabello. Dos avisos (saludos).
Diego Urdiales, de rioja y pasamanería blanca. Estocada
caída y algo tendida. Aviso (petición y vuelta al ruedo). En el quinto,
estocada atravesada (silencio).
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