El torero de Orduña, que se tiró a matar sin muleta a su segundo toro,
corta una oreja a cada toro de Parladé y
consigue salir a hombros por primera vez en Madrid.
ZABALA DE LA SERNA
Fotos: EFE
Un
grito de terror y sorpresa recorrió toda la plaza cuando Iván Fandiño soltó la muleta y se perfiló espada en ristre frente a
las puntas del toro. Como el suicida al que le falla el gatillo, Fandiño dejó pasar a cuerpo limpio una
arrancada imprevista. Y volvió a perfilarse sin arrepentirse de la decisión
tomada, a armar el acero, a echar el percutor hacia atrás. Marcó los tres
movimientos que hace siempre como un ritual, sólo que con el brazo izquierdo desnudo
de muleta, la mano yerta sin nada a lo que asirse, ni siquiera al miedo. El
silencio sepulcral enterró Las Ventas. El kamikaze de Orduña enfiló la amplia
cuna del quinto toro de Parladé. La desesperada determinación
de dinamitar la Puerta Grande, entreabierta con la oreja del anterior, ya no
tenía vuelta atrás. Entre los astifinos pitones apoyó el codo y echó todo el cuerpo sobre el morrillo con el
estoque por delante: a la vez que se hundía el acero, la testuz del juampedro izó al torero a las alturas y
lo catapultó como en un salto mortal sin red, un salto olímpico con toro por
plinton. El golpazo último contra la dura arena venteña no se oyó porque el
alarido las 18.000 almas que contemplaban la escena de Tauromaquia atávica,
goyesca y brutal, celebraba la victoria. Si clava la caída cual atleta, todos
los jueces levantan las cartulinas del 10 a la vez: 10, 10,10... No se trataba
de eso, sino de una heroicidad, una
moneda al aire, una barrena en picado de kamikaze sin trago de sake ni chupito
de meta: ¡banzai! Una decisión que
por su consciencia aparta del cáliz la palabra locura, inmolación y derivados.
Salieron
las cuadrillas al quite. El momento dramático daba paso al de la felicidad.
Faltaba que el toro se echase para la
eclosión definitiva, y parecía que por la trayectoria algo atravesada de la espada no lo hacía. Iván Fandiño pidió el descabello; el
presidente, entre tanto, enviaba un aviso de angustia. Dos golpes de cruceta y
el toro se entregó en los brazos de la muerte como antes Fandiño lo había hecho entre sus dagas. La pañolada no daba lugar a la duda. En el palco asomó el pañuelo
que daba la orden de descerrajar la Puerta Grande, que concedía la oreja que no
dejaba ni un resquicio a la duda como sí la anterior. El manto de la heroicidad
lo cubrió todo.
El
viento que azotó toda la tarde condicionó terrenos, pero no impidió admirar
la extraordinaria corrida de Parladé,
encastada y brava, entipada y armada. ¡Si
es de otro hierro hay corrimiento de
tierras! Fandiño aprovecho su
lote con determinación sobre todas las cosas. Buen pitón derecho el del
cinqueño segundo, al que Iván dejó
enterito -se repuchó tímidamente en el
peto- y permitió galopar con toda su badana y su expresión en generosa distancia
en los medios. Marcó el juampedro de Parladé
el ritmo; los derechazos surgían largos pero sin el embroque que ha llevado a
este torero al reconocimiento de todos. La
faena jugó con todo a favor de la embestida, menos con el ajuste. Como
ocurre en caso de duda, el espadazo puso a (casi) todos de acuerdo.
Después
vendría el gesto de la tarde con un castaño de amplia cuna -de pitón a pitón
cabía Fandiño- que se movió mucho,
pero a diferencia de sus hermanos soltando la cara. Iván eligió los terrenos del «6»,
a refugio de Eolo, y apostó por la izquierda con un par tras un impactante
inicio de cambiados. La serie más redonda surgiría sobre la mano derecha, muy por
abajo y arrastrada. El ataque sorpresa final reventó el portón de la gloria. Un
ataque que Antonio José Galán -el
loco Galán- convirtió en su bandera
y en suerte fundamental de su repertorio; otros lo hicieron antes con un
pañuelo; y el último al que uno vio fue a Gómez
Escorial con un miura en
Pamplona.
La
turba enloquecida zarandeó de un lado a otro, en procesión, a Iván Fandiño como el héroe que fue. Lejos quedó El
Cid, muerto en combate. Igual que a veces cuando un victorino
ha embestido pastueño se le ha dicho que parecía un juampedro, el toro de Juan Pedro Domecq que sumó cuarto embistió
como un victorino de la vieja
escuela. Que manera de arrear, repetir,
revolverse tobillero y humillar... Desbordó a El Cid por todos los
flancos. Su lote lo había abierto un encastado primero de tralla por el
derecho, pero de soberbia embestida descolgada por el izquierdo. También en los
tendidos de sol buscó refugio, pero eran sus vientos interiores los que no
encontraban asiento. Cid, que ya no anda para batallas, como para mandarlo a la guerra.
Ángel Teruel contó con un tercero de hechuras
maravillosas, calidad e irregulares apoyos. Teruel tiene torería pero no sale de detrás de la mata. Al grandón
y noblón sexto le dibujó algunos muletazos. Insuficientes a todas luces cuando
el rugido de la marabunta ya esperaba en Alcalá a Fandiño. La calle es de los héroes.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental
de las Ventas. Martes, 13 de mayo de 2014. Quinta de feria. Tres cuartos largos de entrada. Toros de Parladé, dos cinqueños, entipados,
armados y serios; bravo un 1º de excelente pitón izquierdo; encastado el 2º,
notable por el derecho; con calidad un 3º de irregulares apoyos; encastadisimo
el repetidor 4º; de gran movilidad pero soltando la cara el 5º; noble el
grandón 6º.
El Cid,
de coral y oro. Dos pinchazos, estocada tendida y dos descabellos. Aviso
(silencio). En el cuarto, media estocada
(algunos pitos).
Iván Fandiño,
de caldero y oro. Estocada (oreja). En el quinto, estocada sin muleta y
dos descabellos. Aviso (oreja). Salió a
hombros por la Puerta Grande.
Ángel Teruel,
de marfil y oro. Estocada atravesada. Aviso (silencio). En el sexto, media estocada y descabello (silencio).
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