El matador salmantino corta la única oreja a una astífinísima y
descaradísima corrida cinqueña de Juan Pedro Domecq que se quedó en la fachada;
la Infanta Elena presidió el tradicional festejo desde una barrera.
ZABALA DE LA SERNA
Fotos: EFE
Vestirse de luces ayer en Madrid debía de costar un mundo y parte del
otro. Veinticuatro horas después de una
tarde dramática las imágenes revoloteaban por la memoria de todos. Y de los
toreros también. Imaginen a El Cid, El
Fandi y Juan del Álamo en el patio de cuadrillas con la mirada clavada
en las banderas azotadas por el viento inmisericorde de Las Ventas a la espera
de sonido de los clarines. Y el pensamiento puesto en los mensajes paliativos
que las cuadrillas les habrían dicho sobre la cinqueña, astifinísima y descaradísima
corrida cinqueña de Juan Pedro Domecq.
Bufff. Aunque esto sea así, y la vida siga con sus cantos y risas, como la
caravana de Jorge Sepúlveda, hay que darle mérito.
Ayer, las cabezas tan finamente armadas de los juampedros alucinaban a quienes aquellas encornaduras les parecían
descomunales, fuera de lo común el bosque de velas. Un mar de puntas
diamantinas que casi se transparentaban; las caras se abrían como si quisieran abrazar
capotes y muletas en lugar de cogerlos. No sé. A veces se ha perdido la
capacidad de admiración hacia lo extraordinario, y una corrida tan astifina es,
de salida, extraordinaria, a años luz de lo ordinario. Había pitones como dagas
hasta la misma cepa de su nacimiento. Y eso no se ve todos los días. Lo
extraordinario de la corrida de Juan Pedro se quedó en eso, y se movió
en las antípodas del encastado y bravo sexteto de Parladé. El Cid
que ha toreado las dos lo puede diferenciar perfectamente. Careció el hombre de
suerte con un toro altón de justa fuerza que calamocheaba y se metía por dentro
en la muleta. Y luego todo lo que apuntó en el capote el cuarto, tanto en el
suyo por delantales como en el de El Alcalareño,
se fundió en negro como la antigua televisión después de la carta de ajuste.
El Fandi jugó con todo a favor de un toro melocotón, bajo y recortado de inmensa
testa. Apenas lo castigó en el caballo y
en banderillas le concedió todas las ventajas en dos pares en la suerte de la
moviola. Ahí se vino arriba el juampedro.
Brindó como manda el protocolo a la Infanta Elena, que dio categoría a
la Corrida de la Prensa en una barrera a lado de la presidenta de la APM, Carmen
del Riego. En el inicio de rodillas perdió la muleta y en pie, el sentido
de la medida en una faena muy larga en la que se juntaron el hambre con las
ganas de comer, las noblonas intenciones del juampedro con la voluntad ramplona de Fandila. Aquello nunca
terminó de coger ritmo ni continuidad, que fue el sino de la tarde: o llovía o salía
el sol. Pero siempre soplaba el encanallado y frío viento. El crecimiento de la
embestida no dio ese paso más.
Fandi desplegó entero su repertorio banderillero con
las agujas del quinto: hasta cuatro
pares. El mejor, uno al sesgo. Después, ya metidos en faena, el toro se
frenó muchísimo apoyado en las manos. En
ambos Fandila arreó estopa con la espada.
No falló tampoco a la hora de la muerte Juan del Álamo con la
yerba en la boca y la ambición en los ojos. Suyo fue el otro toro de la
corrida, un colorado sin excelencias pero con su transmisión que se tapó entero
en su tren delantero, y no digamos en las velas. Del Álamo se puso muy
pronto a torear con ese encaje que le caracteriza en una serie de redondos superior.
Pero puede que las ganas de triunfar le empujaran a las prisas más que hacia el
pulso, que en algunas tandas perdía. Y así le sucedió también con la mano
izquierda: una serie extraordinaria, abrochada con una trincherilla muy torera,
y otra que ni fú ni fá, cerrada con un afarolado. O sea, que la faena le fue
fiel a la tarde de subidas y bajadas. Mas siempre con el celo que le empujó a
agarrar una estocada y una oreja que, de haber existido aún la de Oro de la
Prensa, se hubiera quedado en plata. Vale para puntuar y decir que en cinco
tardes en Madrid ha cortado cinco orejas en 12 meses. Y que su actitud no
admite ningún reparo ni con todo lo que soltó la cara, y qué cara, el último,
saludado con una larga cambiada de rodillas.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Miércoles, 21 de mayo de 2014. Corrida de la
Prensa. Toros de Juan Pedro Domecq, cinqueños todos y muy armados,
descaradísimos, diferentes hechuras; un
1º alto de cruz y de poca fuerza que calamocheó y se vino por dentro; el bajo, recortado
y noblón 2º fue de menos a más sin terminar de romper; bueno un 3º con transmisión y largura; el astifinísimo 4º se
desfondó; se apoyó en las manos el frenado 5º; no remontó un 6º sin clase y
soltando la cara.
El Cid, de tabaco y oro. Estocada (silencio). En el cuarto, pinchazo y
estocada (silencio).
El Fandi, de nazareno y oro. Estocada algo pasada. Aviso (silencio). En el
quinto, estocada y descabello
(silencio).
Juan del Álamo, de rosa pálido y oro. Estocada un punto delantera (oreja). En el
sexto, estocada corta y caída
(silencio).
Presidió la Infanta Elena desde una barrera.
El Fandi, en lo que mejor sabe hacer... |
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