La dramática corrida se suspendió en el segundo toro con los tres
toreros heridos; el último precedente se remonta al 28 de mayo de 1979; David Mora
fue el peor parado con una terrorífica cogida a portagayola.
ZABALA DE LA SERNA
Fotos: EFE
Vientos de muerte enmarañaban los papelillos del ruedo como una tómbola
del destino. David Mora arrastró
su capote hasta la puerta de toriles. Y se postró a portagayola. La suerte más dura y desagradecida. La que todo
el mundo olvida cuando se hace de noche.
Pero esta vez la noche se presentó a deshora, intempestiva como las
furias astifinas del viejo cinqueño de El Ventorrillo, con toda su negritud
a cuestas y las puntas como lanzas. Mora
tiró la larga cambiada por el lado derecho con la mano izquierda, por eso es
cambiada la larga. Y el toro no obedeció del todo, no siguió el vuelo ni tomó
la curva; pegó con toda su fuerza en el hombro del torero, que cayó derribado
de espaldas con el capote enredado. Con el sentido de un tiburón que se deja
atrás la pieza, el toro se giró enroscándose sobre sí mismo. Y ya David Mora
se convirtió en un muñeco entre la potencia de fuego del cuello y la virulencia
tremebunda de la cabeza ciega, que se lo pasaba de pitón a pitón. Como un garfio
de escalofrío por la axila, como un cuchillo de resplandor por el vientre, por
dentro de la chaquetilla, boca abajo, boca arriba, girando como las aspas de un
molino de terror, los puñales hacían
malabares a su antojo.
Cuando ya lo soltó hacia delante, como dándose metros para disparar, el
morrillo del toro se erizó aleonado para saltar sobre la presa: el cuerno se
hundió en el muslo izquierdo taladrando
la pierna. De la misma que lo apresó lo escupió mucho más lejos, ya desmadejado el torero.
Antonio Nazaré se cruzó con el capote a
una mano en un intento desesperado de quitar a la bestia de encima como fuere; David
Mora no se podía mover, sólo hacía aspavientos con los brazos. Por un
boquete imperceptible del muslo, la sangre brotaba en un potente hilo dibujando
un grafiti despiadado en el ruedo, un charco que se estiraba hacia la
enfermería, gota a gota, como un reguero que seguía el camino recorrido por las
cuadrillas que entrelazaban los brazos. Los gritos de pavor inundaban la plaza
como un eco inhumano. Hasta que el silencio se adueñó condensado de miedos.
Nazaré se quedó con «Deslío», el toro de la carnicería. Y todavía se asentó con su
embestida agarrada al piso y de silente peligro incluso por la zurda, que
necesitó de la ayuda, la espada simulada, porque los sempiternos vientos
venteños, los vientos de muerte, seguían soplando...
La tragedia se desató del todo, como el desenlace de un drama griego,
cuando se corrió turno y apareció en la
arena un agresivo toro colorado de Los
Chospes que en agosto cumpliría
los seis años. «Fetén» se llamaba el
cabrón corraleado. Jiménez Fortes reaparecía de la cornada que sufrió en
Madrid la aciaga tarde del Domingo de Ramos. Y lo hacía con el mismo vestido de
torear, un terno grana y oro. Así son los toreros.
De entrada, o de salida, el toro se venció sobre Fortes por el derecho
y sólo el capote sirvió de parapeto para evitar la cornada: por el percal
resbaló la pala y el torero rodó
desestabilizado sobre su corpachón. A Nazaré se le venció por el
izquierdo en el remate del quite, lo empaló y le pegó una paliza incruenta en
el suelo: la rodilla no aguantó. La tensión que se respiraba en Las Ventas se
cortaba con el tridente del demonio.
Jiménez Fortes brindó la faena a Manuel
Benítez El Cordobés -gravemente
herido tal día como ayer 50 años atrás- y, en una de las veces que el toro
rebañó, el chaval se trastabilló con sus propias y pesadas piernas y cayó a
merced: sobre la arena no se escapó y la sangre volvió a asomar a la altura de
la cadera, por la banda de la taleguilla desgajada. Ya estaba solo en el ruedo, más solo que nunca,
con Nazaré en la enfermería con los ligamentos desconectados de sus
funciones.
Y siguió jugando Fortes a la ruleta rusa con el tambor de sus
torpones movimientos y las guadañas que
buscaban la carne fresca con incesante aliento. La capacidad motriz del joven malagueño, que no su valor
incontestable, se encuentra en tela de juicio, que deberá ser el del sentido
común: en un porcentaje altísimo de las cornadas que a estas alturas de su corta
carrera ha sufrido hay un nexo común de lentitud, caídas y reflejos dormidos...
Jiménez Fortes se entregó de nuevo en la
estocada con encomiable rectitud y los pitones lo elevaron de pleno,
hundiéndose por diferentes zonas de la desgajada taleguilla. Murió el toro y ya
no había toreros en el redondel. Ni uno, ni dos, ni tres. No quedó otra que
suspender. Como en 1979, cuando una victorinada
envió al quirófano a Ortega Cano, Paco Alcalde y El
Niño de Aranjuez. Ninguno tan grave como David Mora, con
la femoral arrancada y litros de sangre derramada.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Martes, 20 de mayo de 2014. Décimo segunda de
feria. Casi tres cuartos de entrada.
Cuatro toros de El Ventorillo -sólo se lidió el astifino cinqueño
1º, muy agarrado al piso y quedo en la
muleta- y dos de Los Chospes -únicamente saltó al ruedo el 2º al correrse turno; ofensivo y
peligroso, se metía por dentro y rebañaba-; se
suspendió la corrida antes del 3º.
David Mora, de azul marino y oro. Pasó a la enfermería gravemente herido.
Antonio Nazaré, de malva y oro. Estocada pasada y desprendida (silencio). Entró por
su propio en la enfermería.
Jiménez Fortes, de grana y oro. Estocada (gran ovación). Se fue a la enfermería con
varias cornadas por su propio pie.
Antonio Nazaré con los ligamentos de su rodilla derecha lesionados |
Jiménez Fortes por los aires, reapareciendo de la gravisima cornada sufrida en este ruedo el Domingo de Ramos... Ayer nuevamente con dos cornadas pasó por el hule de Las Ventas |
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