PACO AGUADO
Esta larga feria de San Isidro, que ya ha pasado su ecuador,
está dando para mucho que analizar, más para mal que para bien. Podríamos
hablar aquí, o ya hablaremos, de la baratuna limpieza de corrales y cercados
que está haciendo Taurodelta, de la creciente desorientación del público
madrileño, de los pasillos de Las Ventas convertidos en bar de copas… Pero, más
allá de tanto cambalache, hoy toca, y apetece, hablar de Carretero.
Sí, de José Antonio
Carretero, el torero toledano de Madridejos, que acaba de cumplir 28 años
de alternativa convertido en paradigma del perfecto banderillero. Porque “el Carre”, sin alardes, sin roneos, sin
necesidad, ni ansiedad, de quitarse la montera con dos de pipas, es hoy por hoy
el mejor ejemplo de cómo ha de ser la labor de un hombre de cuadrilla.
Hay otros muchos –¿o quizá no tantos?- grandes banderilleros
en la actualidad, incluso del mismo nivel que el propio Carretero –coloquemos aquí, por ejemplo, a su sosias Juan José Trujillo- pero pocos como él
son capaces de reunir en una misma figura todas las virtudes exigidas al
perfecto lidiador, al rehiletero eficaz, al atento asistente, al buen consejero
y al valiente ayudante en la plaza. En una palabra, al buen profesional.
Por eso toca hablar hoy del gran torero manchego. Y más aún
cuando los públicos, y parece que ya también muchos profesionales, prefieren y
premian a subalternos bullidores y roneantes que no asumen su condición de
gregarios, a banderilleros más espectaculares que puros que arriesgan en busca
de un lucimiento ilícito en contra de sus propios jefes de filas, a capoteros
que no lancean sino que esquivan y alejan a los toros corriendo marcha atrás y
arqueando antiestética y medrosamente la figura…
Tan desvirtuado está hoy el concepto del buen banderillero
que los hay hasta que se demoran en las suertes, recreándose largamente en los
cites y en su preparación, perjudicando
los intereses de su matador y de la efectividad de la propia lidia. O que
incluso salen de la cara caminando con tanto garbo como desvergüenza después de
clavar un par mediano que les sería recriminado si vistieran de oro.
Son cosas de los tiempos, probablemente. Pero en este
confuso momento taurino que nos ha tocado vivir también tenemos ejemplos
patentes y clamorosos de cómo se deben hacer bien las cosas, de cómo se
hicieron siempre. Y tenemos hombres como Carretero,
con valor, capacidad y conocimientos como para forjar quince o veinte
cuadrillas, que saben y desarrollan perfectamente su papel en el ruedo sin
dejarse llevar por una absurda vanidad.
Porque, sin esa fama inmerecida de quienes hacen ostentación
para los ojos de los que no saben ver, sin que se le jalee desde el tendido ni
le toque la música, Carretero da siempre
el capotazo exacto que requiere cada toro, en calidad y en cantidad: por abajo
o por arriba, corto o largo, mandón o de alivio. Y siempre, siempre, pasándose
los pitones con la figura erguida y asentada, por delante de sus muslos, sin
esa engañosa manera de desplazar y de alejarse tan extendida, para que así su
matador tenga la exacta referencia de lo que el animal hará luego en la muleta
en un embroque similar.
Porque Carretero
sabe banderillear como el mejor –quién no recuerda su consagración, recién
llegado a las filas de plata, con las “negras”
aquel 2 de mayo del 96- pero sabe también cuándo y cómo tiene que lucirse, sin
sacrificar por un absurdo egoísmo la fluidez de la lidia, que está siempre por
encima del brillo personal.
Y porque es plenamente consciente también de cuándo ha de
jugarse el tipo para clavar con rapidez y sin pasadas de más a los toros
complicados, o incluso del momento en que, tras un soberbio par, ha de dejar
luego un solo palo –no será la primera vez que lo haga- para no tener que
saludar montera en mano si se prevé una difícil papeleta para quien ha de tomar
la espada y la muleta.
Pero aún hay una virtud mayor de Carretero, que tal vez sea el resumen de toda esa conciencia
profesional y ese conocimiento total de la lidia que debe tener todo gran
banderillero: la perfecta colocación en la plaza, ese estar siempre en el sitio
y en el momento oportuno para ayudar, para solucionar problemas, para hacer el
quite de peligro, para ahorrar capotazos o para darlos, para mover discretamente
a un toro hacia un terreno mejor cuando el matador se va hacia la barrera…
Esa virtud, que no se aprende en los libros ni en las
escuelas y que no se aprecia a simple vista, la desarrolla con la naturalidad y
la discreción con que los grandes hacen su trabajo. Y el Carre, hay que decirlo ya
muy alto, es en lo suyo, en ese oficio que no trata sólo de poner banderillas,
uno de los más grandes de la historia.
Quien lo quiera comprobar sólo tiene que ponerse el vídeo de la corrida del pasado día 20 en Madrid, la de las cornadas, y fijarse en Carretero durante la lidia del segundo toro: toda una antología de torero con galones por la que no se llevó ni una sola palma. Ni las buscaba ni le hacían puñetera falta.
Quien lo quiera comprobar sólo tiene que ponerse el vídeo de la corrida del pasado día 20 en Madrid, la de las cornadas, y fijarse en Carretero durante la lidia del segundo toro: toda una antología de torero con galones por la que no se llevó ni una sola palma. Ni las buscaba ni le hacían puñetera falta.
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