miércoles, 7 de mayo de 2014

DESDE EL BARRIO: Una extraña Sevilla

PACO AGUADO
www.altoromexico.com

En esta paradójica feria de Abril que se celebra en mayo cuesta reconocer Sevilla. No a la bella y luminosa ciudad del Guadalquivir, abarrotada al sol de turistas de mochila y botellita de agua sin gas, sino a la Sevilla taurina, a la meca y centro del toreo que todas las primaveras andaba buscando escaleras para subir a la cruz y para entrar en el templo sagrado de la Maestranza.

Convertido el “grand slam” taurino sevillano, como ya saben, en un simple “master 1000” sin figuras, los cabezas de serie del cartel no son esta vez los primeros del ranking de la ATP (Asociación de Toreros, que no Tenistas, Profesionales), sino sólo algunos punteros de menguante renombre y una larga serie de promesas, de más o menos justificada esperanza, cuyo anuncio ha generado indirectamente un cúmulo de extrañas sensaciones.

Mediado ya el ciclo, y al margen de lo que suceda durante la semana de “farolillos”, la antes siempre brillante prefería ha dejado este año en el aire un ambiente de preocupación y una extendida capa de tristeza en una Sevilla taurina desolada. Las flojas entradas –en días que fueron siempre de “no hay billetes”– en los tendidos de la joya maestrante tenían una resignada continuidad en un Arenal semivacío, de bares y restaurantes con espacio holgado para tertulias de pocos motivos.

Y así, mientras la empresa Pagés sigue acumulando beneficios –menos ingresos, pero infinitamente menos gastos– los hosteleros de Sevilla buscan el primer hombro que caiga por su establecimiento para llorar sus penas, para relatar al detalle, caña de cervecita en mano, las demoledoras consecuencias en la ciudad de una feria sin atractivo en los carteles y en el ruedo.

Apenas se han visto este año por la prefería aquellos aluviones de aficionados que llegaban del norte, de Madrid, de Valencia, de Extremadura, de Castilla, de Portugal, de México, ingleses, suecos… Sólo algunos franceses demasiado adictos al veneno del pitón han dado con su acento gabacho algo de color al plano encefalograma de los alrededores de una plaza con Fiesta pero sin fiesta, en un Arenal sumido en una soledad insólita durante una prefería en la que por allí se daban cita, cada noche de bohemia, los mejores taurófilos del globo.

Sin esos buenos aficionados, los también buenos pero escasos taurinos de hueso colorado de la ciudad se están viendo demasiado solos sobre la piedra maestrante, sin lograr poner un poco de coherencia a las reacciones de la mayoría, a veces inexplicables, otras rayanas en el absurdo.

Y mientras la banda de Tejera se arranca con dos de pipas para cargar con un poquito de bombo los escasos motivos para la euforia, otros lunáticos se dedican a ensalzar como magistrales las que no pasan de ser bregas toscas e imprecisas de tirantes a la vista. O se entusiasman con muletazos ligeros y despegados dentro de la noria del toreo agazapado. Pero, en un bucle de desmemoria e incultura taurina, pasan entre silencios distantes despliegues de autenticidad como el de Paco Ureña con los de Fuente Ymbro o se relativizan alardes de madurez sin complejos del cuajado toricantano Javier  Jiménez.

Extraña Sevilla ésta en la que, en corridas de auténtico lujo, se malgastan tarde tras tarde evidentes toros de triunfo, bazas reales, hay que reconocerlo, para esa “apuesta de futuro” que la empresa presume de haber hecho, aunque sobre un errático e insuficiente casting de posibles candidatos.

Queda media feria todavía, y aún todo es posible, pero a medida que pasan los días preocupan cada vez más, por sus efectos pesimistas sobre el global de la temporada, las tristes lecturas y la extendida sensación de decepción generalizada que puede arrojar esta feria abocada a la desolación desde el mismo momento de su anuncio.

Pero mejor será pensar en positivo y reconocer que, en el tiro por la culata, lo mejor de esta triste feria de Sevilla es que va a servir para exponer a pleno sol la escasa consistencia del funcionariado torero y las vergüenzas del dañino juego de intereses de la patronal. Muchos se quedarán sin argumentos, por mucho que la prensa doméstica siga alabando el traje del rey desnudo.

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