PACO AGUADO
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En
esta paradójica feria de Abril que se celebra en mayo cuesta reconocer Sevilla.
No a la bella y luminosa ciudad del Guadalquivir, abarrotada al sol de turistas
de mochila y botellita de agua sin gas, sino a la Sevilla taurina, a la meca y
centro del toreo que todas las primaveras andaba buscando escaleras para subir
a la cruz y para entrar en el templo sagrado de la Maestranza.
Convertido
el “grand slam” taurino sevillano,
como ya saben, en un simple “master 1000”
sin figuras, los cabezas de serie del cartel no son esta vez los primeros del
ranking de la ATP (Asociación de Toreros, que no Tenistas, Profesionales), sino
sólo algunos punteros de menguante renombre y una larga serie de promesas, de
más o menos justificada esperanza, cuyo anuncio ha generado indirectamente un cúmulo
de extrañas sensaciones.
Mediado
ya el ciclo, y al margen de lo que suceda durante la semana de “farolillos”, la antes siempre brillante
prefería ha dejado este año en el aire un ambiente de preocupación y una
extendida capa de tristeza en una Sevilla taurina desolada. Las flojas entradas
–en días que fueron siempre de “no hay billetes”– en los tendidos de la joya
maestrante tenían una resignada continuidad en un Arenal semivacío, de bares y
restaurantes con espacio holgado para tertulias de pocos motivos.
Y así,
mientras la empresa Pagés sigue acumulando beneficios –menos ingresos, pero
infinitamente menos gastos– los hosteleros de Sevilla buscan el primer hombro
que caiga por su establecimiento para llorar sus penas, para relatar al
detalle, caña de cervecita en mano, las demoledoras consecuencias en la ciudad
de una feria sin atractivo en los carteles y en el ruedo.
Apenas
se han visto este año por la prefería aquellos aluviones de aficionados que
llegaban del norte, de Madrid, de Valencia, de Extremadura, de Castilla, de
Portugal, de México, ingleses, suecos… Sólo algunos franceses demasiado adictos
al veneno del pitón han dado con su acento gabacho algo de color al plano
encefalograma de los alrededores de una plaza con Fiesta pero sin fiesta, en un
Arenal sumido en una soledad insólita durante una prefería en la que por allí
se daban cita, cada noche de bohemia, los mejores taurófilos del globo.
Sin
esos buenos aficionados, los también buenos pero escasos taurinos de hueso
colorado de la ciudad se están viendo demasiado solos sobre la piedra maestrante,
sin lograr poner un poco de coherencia a las reacciones de la mayoría, a veces
inexplicables, otras rayanas en el absurdo.
Y
mientras la banda de Tejera se
arranca con dos de pipas para cargar con un poquito de bombo los escasos
motivos para la euforia, otros lunáticos se dedican a ensalzar como magistrales
las que no pasan de ser bregas toscas e imprecisas de tirantes a la vista. O se
entusiasman con muletazos ligeros y despegados dentro de la noria del toreo agazapado.
Pero, en un bucle de desmemoria e incultura taurina, pasan entre silencios
distantes despliegues de autenticidad como el de Paco Ureña con los de Fuente Ymbro o se relativizan
alardes de madurez sin complejos del cuajado toricantano Javier Jiménez.
Extraña
Sevilla ésta en la que, en corridas de auténtico lujo, se malgastan tarde tras
tarde evidentes toros de triunfo, bazas reales, hay que reconocerlo, para esa “apuesta de futuro” que la empresa presume
de haber hecho, aunque sobre un errático e insuficiente casting de posibles
candidatos.
Queda
media feria todavía, y aún todo es posible, pero a medida que pasan los días
preocupan cada vez más, por sus efectos pesimistas sobre el global de la
temporada, las tristes lecturas y la extendida sensación de decepción
generalizada que puede arrojar esta feria abocada a la desolación desde el mismo
momento de su anuncio.
Pero
mejor será pensar en positivo y reconocer que, en el tiro por la culata, lo
mejor de esta triste feria de Sevilla es que va a servir para exponer a pleno
sol la escasa consistencia del funcionariado torero y las vergüenzas del dañino
juego de intereses de la patronal. Muchos se quedarán sin argumentos, por mucho
que la prensa doméstica siga alabando el traje del rey desnudo.
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