domingo, 25 de mayo de 2014

DESDE EL BARRIO: Como aquel otro 20 de mayo


PACO AGUADO
www.altoromexico.com

Volvió de nuevo El Cordobés a Las Ventas, otro 20 de mayo. Y como aquel de 1964,  cuando la pisó por primera vez para confirmar su doctorado, la “cátedra” volvió a  estremecerse con el poderoso magnetismo de un personaje singular, único en la historia del toreo y de la propia España contemporánea.

La Comunidad de Madrid, por sugerencia de la Asociación Juvenil Taurina que preside un  nieto de Antonio Bienvenida -el opuesto padrino de alternativa del Benítez-, le descubría una placa en los bajos del tendido 1 en conmemoración del cincuentenario de su confirmación.

Como todos se encargaron de recordar, en una memoria grabada a fuego, aquel día el país entero se paralizó para que veinte millones de personas –ya quisieran llegar ni a la mitad los programas de la telebasura- vieran por la televisión una tarde emblemática de la  tauromaquia moderna y uno de los grandes acontecimientos sociales de la década de los  sesenta.

No ha perdido todavía “el pelos” -“el mechudo”, como le conocieron en México- ni un ápice de ese atractivo animal, de esa desbordante y fascinante personalidad natural con la que, como el flautista de Hamelin, se hizo seguir por las masas de una España para la que representó sus mayores ilusiones, la esperanza de dejar atrás la miseria de décadas de nacional-catolicismo.

Así era el Beatle español, como se sigue mostrando ahora: expansivo, irreverente, con una arrolladora expresividad, con un acento cerrado y críptico que compensa con la arrolladora capacidad comunicativa de su gestualidad de mimo febril.

Llegó el primero al acto, con tiempo, mucho antes que los sobrados politiquillos locales que hicieron esperar a quien se había tratado de tu con los Kennedy y cazó junto al general Franco. Y, sabiendo perfectamente quiénes eran los que más sinceramente sentían este nuevo homenaje, el V Califa del toreo repartió recuerdos, risotadas, palmotazos, abrazos y autógrafos con cientos de personas que, a la puerta del desolladero, gastaron la batería de sus teléfonos haciéndose fotos junto al mito.

La Sala Bienvenida, tan inmensa y sobrada en tantas otras ocasiones pomposas, se quedó minúscula porque El Cordobés volvió a colgar el cartel de “no hay billetes” en Las Ventas, hasta el punto de que docenas de personas, como aquellos otros que vieron su confirmación en los escaparates de las tiendas de electrodomésticos, tuvieron que conformarse con presenciar el acto en las pantallas instaladas en el exterior.

Y desde allí pudieron ver un nuevo abrazo de Pedrés, su padrino de confirmación, otro héroe octogenario, esta vez sin rigor de ritual sino con la sincera admiración que un gran torero puede sentir por una leyenda del toreo.

Así, como toreaba, volvió a mostrarse Benítez en el homenaje, sin formalismos, sin orden ni concierto en su discurso de corazón, pero con la autenticidad de quien sigue siendo un  eterno jornalero al que el toro hizo tan millonario que se compró hasta su propia avioneta.

“Veinticinco pesetas me costó la botella de champán con que la bautizamos en el  aeropuerto de Córdoba”, recordaba Julián García Candau, otra leyenda del periodismo  español que vivió aquel esplendor cordobesista, aquella locura mediática de un hereje  taurino que se entretuvo –pongamos que hablo de Madrid- en cortar 28 orejas en 20  actuaciones en Las Ventas y en abrir hasta en ocho ocasiones las hojas de su Puerta  Grande camino de la calle de Alcalá.

Pero hasta llegar a esa eterna felicidad, el mito se acordó del frío y de la dureza de los  andamios de Madrid, desde los que se iba a las plazas a tirarse de espontáneo y de ahí a  todas las cárceles inhóspitas en las que sus huesos crujieron por la humedad y los golpes. “Y eso que yo no robaba como hoy hacen otros”, se atrevió aún a señalarles, con el mismo descaro con que se paraba ante los toros, a los políticos que tenía delante.

Sí, ha vuelto hoy el Benítez al lugar de los hechos, en otro día nublado y lluvioso como lo fue aquella tarde en que cayó en el barrizal herido de gravedad por «Impulsivo», del que le dieron un oreja sin haberle llegado siquiera a entrar a matar.

Pero la luz de la mañana la puso su radiante sonrisa lobuna de jefe de la manada, de macho alfa, con esa fuerza telúrica de la que sigue haciendo gala a punto de cumplir ochenta años y que le permite hacer alardes de gimnasta hasta vestido de traje y corbata. Genio y figura, este Manuel Benítez incombustible.

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