viernes, 30 de mayo de 2014

¿Cuál será la imagen del triunfo del torero?

Entre el ayer y el hoy media un abismo
Los usos y las costumbres cambian. Eso que puede ser signo de vitalidad de una sociedad, no siempre se exterioriza con formas que hayan de compartirse de manera necesaria.
Redacción TAUROLOGÍA

Será pura nostalgia, a lo mejor. O quizá sea algo más.  Pero en los nuevos tiempos, que no siempre son peores que los anteriores, no vendría mal ponerse a repensar cuál es la imagen verdadera del triunfo, esa de Joselito el Gallo llevado en volandas por los aficionados en la plaza de Madrid, o esa otra de Alejandro Talavante en lo que dice ser una salida por la Puerta Grande de Las Ventas. Una es la imagen del respeto, de la veneración casi por el torero; la otra, ¿cómo podríamos definir la otra? Ni se sabe.

La exteriorización del triunfo y del fracaso, los dos polos opuestos de una tarde de toros, siempre fue espectacular, ruidosa, algo probablemente único para quien lo protagoniza. Pero también tiene un punto de imprevisible, porque no hay ni dos públicos iguales, ni todos los ambientes en un momento dado resultan idénticos en una misma plaza.

Pero las cosas cambian con el curso del tiempo. Hubo épocas, y no tan lejanas, que el torero que había triunfado tenía el detalle de salir de la plaza arropando a ese otro al que previsiblemente le esperaba una bronca. Caballerosidad, compañerismo…, podemos llamarlo de muchas formas. Pero era bonito. Ahora cada torero se marcha como si un desfile militar se tratara, por riguroso orden de graduación en antigüedad. ¿Dónde está escrito que eso tenga que ser así? En ningún sitio, claro; pero se ha convertido en uso casi exigible, que se respeta como si se trata de una norma del Código Civil.

Otro tanto ocurría con las salidas a hombros. En primer término, porque históricamente eran la manifestación espontánea de los aficionados, que se echaban al ruedo, por más que la figura del “capitalista” ya existiera. Luego vinieron los guardias, que no se sabe quien los llamó a tal oficio, y se dedicaban a impedir que nadie saltara a la arena, salvo los “profesionales” de sacar en volandas, que hoy van de feria en feria, siempre son los mismos. Con nuestra capacidad de inventiva, nos hemos sacado de la manga un nuevo oficio, que da hasta para ir de feria en feria, como los “tiovivos”.

En ocasiones se hacen hasta ridículas esas vueltas al ruedo a hombros, cuando el torero la da tan sólo acompañado de su cuadrilla y el “capitalista” de turno. ¡Qué cosa más triste y más sosa!. Si ese es todo el entusiasmo de la afición, aviados estamos. En Sevilla desde no hace mucho tiempo dejan, pretendidamente o de forma espontánea, a estos efectos da lo mismo, que los muchachos de la Escuela Taurina acompañen en tal trance a sus ídolos. Al menos ponen una nota distinta.

Pero cualquiera sea las circunstancias, lo que se echa más en falta es ese respeto casi reverencial hacia el torero. Sobre todo en el triunfo. Es cierto que han sido ellos mismos los que han arrumbado, con sus vulgaridades, esa orla de misterio, de algo completamente distintos, que les rodeaba. Pero lo anterior era más bonito. Y más torero. Lo contaba Camará de Manolete, pero se puede decir de otros muchos más modernos: no hace tanto, incluso ya retirados, cuando Pepe Luis o Curro iban por las calles de Sevilla, la primera reacción de la gente era apartarse a un lado, para verle pasar con respeto y admiración. Hoy todo eso casi ni se entiende, quizás por esa moda, que no se sabe quien inventó, de que al ídolo hay que tocarlo con las manos, como si fuera un fetiche.

De ahí a estas algaradas callejeras en las que se han convertido las salidas a hombro por la Puerta Grande, y no sólo en Madrid, quedaba sólo un paso. Y ya se dio. Estaremos subsumidos en las nostalgias, es posible. Pero cómo se echa en falta todo eso que hace no tantos años magnificaba la figura del torero.

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