El
maestro de Chiva se inventa, a base de temple, dos toros de la nada y sale a
hombros con Ferrera y Roca Rey tras repartirse ocho trofeos. La corrida de Victoriano
del Río se prestó sin excelencias.
ZABALA DE
LA SERNA
Diario EL
MUNDO de Madrid
OLIVENZA (BADAJOZ)
Foto: EFE
Amaneció un día resplandeciente en Olivenza
después de que jarrease toda la noche el pantano entero de La Serena. Sol
primaveral y viento ausente. Las condiciones ideales añoradas toda le feria.
Santo público.
Antonio Ferrera afrontaba la mañana con la vista
clavada en la tarde. Jornada intensa de doblete con la sustitución vespertina
de El Juli.
Enrique Ponce abrió fuego con un toro alto de
agujas, zancudo y levantado del piso. Amplias las verónicas hasta el platillo.
Portentosa la brega de Mariano de la Viña. Prometedora la embestida. Más la
intención que lo realmente que fue. De colocar la cara más que de mantenerla
abajo hasta el final. Por morfología y fondo. Como se vio en los tres lentos
derechazos de Ponce tras los doblones de apertura: el de Victoriano del Río
aflojó de pronto. Puso más obediencia que viaje. EP, en las medias alturas y
entre las rayas, leyó su tenue empleo con inmaculada estética. La estocada
arriba entregó la oreja.
Más movilidad que el anterior, y más movilidad que
otra cosa, desarrolló el primer y lustroso toro de Ferrera. Lo entendió a su
velocidad sobre la mano derecha, muy tapada su limitada humillación. Tiempo
entre las tres series de redondos y otro tempo en su izquierda. Una tanda como
cenit. De los naturales y de la inteligente faena. De final ligado a ultranza
en un adoquín para compensar la diversidad de terrenos pisados. Las dos orejas
se antojaron excesivas a todas luces.
La clase tampoco apareció en el negro y abrochado
tercero. Fijeza e intermitencia en su entrega. Roca Rey planteó su extensa
faena en las afueras. La firmeza igualó las desigualdades de la embestida y la
suya propia. Condicionada por el comportamiento animal. Cuanto más enganchado
en la muleta, mejor respuesta. El prólogo por cambiados y el epílogo por
circulares invertidos, a puro huevo el arrimón, allanaron los dientes de
sierra. Tanto como el sopapo con la espada. Hasta el trofeo.
Poco toro y poca fuerza encarnaba el cuarto.
Enrique Ponce emprendió una mimosa labor de enfermería. Entre algodonales,
pausas y oxígeno, Ponce halló la veta de la sostenibilidad y la vena de la
calidad. No volvió a perder una mano el torillo en sus manos. Ni en las
poncinas a pulso. Sólo volvió a rodar por el espadazo desprendido. Cayeron
también las orejas, las dos, en esta mañana espléndida en la que únicamente
llovían pañuelos.
Como si se dosificase para la tarde, Antonio
Ferrera repitió ausencia rehiletera. El apretado quinto sacó nobleza a
espuertas aunque a veces, más al principio, soltara su abierta cara. Ferrera
toreó templadamente, encajado sobre su serena derecha como base. La efectividad
rinconera de la espada acarreó el séptimo trofeo.
Con el capote a la espalda, centró Roca Rey a la
gente y al bondadoso sexto en un quite por gaoneras. Como en el arranque de
faena de rodillas, péndulo incluido. Dijo el decreciente toro poco. Y el
peruano tampoco mucho. Aun así Olivenza lo premió. Sumaron ocho las orejas. Más
que recuerdos.
VICTORIANO DEL RÍO | Enrique Ponce,
Antonio Ferrera y Roca Rey
Toros de Victoriano del Río, bien presentados, bajó el 4º; 2º y 3º tuvieron
más movilidad que clase; escasa fuerza y calidad en el 4º; bueno el 5º; de
pobre fondo el 1º; bondadoso y a menos el 6º.
Enrique
Ponce, de grana y oro. Estocada
(oreja). En el cuarto, estocada desprendida (dos orejas).
Antonio
Ferrera, de fucsia y oro.
Estocada atravesada y descabello (dos orejas). En el quinto, estocada rinconera
(oreja).
Roca
Rey, de purísima y oro. Estocada.
Aviso (oreja). En el sexto, pinchazo y estocada (oreja). Salió a hombros con Ponce y Ferrera.
Plaza de toros de Olivenza. Domingo, 4 de
marzo de 2018. Cuarta de feria. Matinal. Tres cuartos de entrada.
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