Perera
y Padilla, que comparecía por última vez en el coso castellonense antes de
dejar los ruedos, cortan una oreja cada uno.
SALVADOR
FERRER
Diario EL
MUNDO de Castellón
Jueves de Magdalena, día grande en la ciudad de La
Plana. Los restaurantes de "no hay billetes", el cielo vestido de
azul fiesta, la temperatura primaveral. Con un encierro marcado con los hierros
de Matilla arrancó la primera de las cuatro corridas programadas para el abono
castellonense.
Juan José Padilla, que este año se despide de los
ruedos, dijo adiós a Castellón. Sensible el auditorio, obligó a saludar al
jerezano tras romperse el paseíllo. Por humillar, no se rompió el lomo el buey
de Peña de Francia, 639 kilos de carne desbravada. En las dos primeras series
la muleta de Padilla no rozó la arena. Las medias alturas, la nula entrega, la
ausencia de clase. El aburrimiento, también. En varas, no se derramó sangre ni
para un análisis. Luego banderilleó fácil y solvente: poco eco y menos brillo.
Trató de justificar el adiós Padilla. Toro sin opciones. Las gentes aún
pidieron la oreja. Sería por corresponder el brindis.
Cuatro largas de rodillas le sopló al cuarto
Padilla. Laborioso el tercio de banderillas. Con su repertorio. Se le cayó el
casco de la mano izquierda, circunstancia que acusó el toro. Padilla se fue a
los medios de rodillas. Así acabó, también, con desplante incluido. Labor
plúmbea entre el "chim pum, chim
pam" de la música. Bien el presidente por no conceder el segundo
trofeo. De pueblo hubiera sido.
Bajo y bien hecho, el segundo salió con buen
tranco. Se expresó Juan Bautista a la verónica. Sin explayarse. Con un galleo
por tapatías lo llevo al jaco. Un espejismo la codicia. Justo de fuerzas, el
francés lo acompañó sin poder someter ni obligar. Sí pudo llevarlo con cierto
decoro y heterodoxia. Estética hueca, bravura vacía.
El quinto llevaba el hierro de José Luis Marca.
Más serio, hondo, más toro. Tuvo nobleza y fondo, colocaba bien la cara y quiso
tomar la muleta con buen aire. Juan Bautista anduvo sobrado sin llegar a
prender. Un desarme lo acabó de enfriar.
Estrecho de sienes, lavado de cara, escurrido y de
presencia anovillada fue el tercero. Montado y alto de cruz, también.
Desclasado y deslucido de salida. Brindó Perera al público, sorprendentemente.
O no. Magistral el concepto: la muleta planchada, generosas las distancias,
precisas las alturas, el palillo cogido por la mitad, templada la panza de la
muleta, las muñecas "pereristas" perezosas. El toro pareció ser
mejor. Ni un enganchón, todo cosido y fluido. Labor de cata para el buen
aficionado sin estruendos. La pulcritud, la autoridad, la sutilidad, la
limpieza: un torero soberbio. El toro...
Perera brindó al respetable sus dos toros. El
sexto, de Marca también, fue toro informal y sin ritmo. La cara suelta, el
tornillazo, el estilo feo, el genio. Se ayudó con la espada al natural el
extremeño. Las voces trataban de fijar una embestida sin fijeza ni clase.
Imposible el objetivo de salir a hombros.
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