Junto
a su hija, Pilar, se hacen cargo de la mítica ganadería, con la que hoy arranca
la temporada en Las Ventas, tras la muerte del creador del hierro el pasado
otoño.
PATRICIA
NAVARRO
Diario LA
RAZÓN de Madrid
@PatriciNavarro
Está herrado con el número 37. Le dirá poco al
lector. Ajeno en la ciudad. En el campo la vida es otra. Los ruidos. Los
silencios. Los mugidos ante la inmensidad y en el silencio llegan a ser
perturbadores. Y tétricas las miradas. Sobre todo si son cárdenas y con la «A»
coronada tatuada a fuego en algún lugar del lomo logran hacer temblar cuerpo,
mente y alma, de haberla, de ipso facto. Es cuestión de segundos. Todo cambia
en cuestión de segundos. Estamos en la casa de Victorino Martín. En la
localidad de Portezuelo pastan los toros que siembran el miedo durante meses. Y
se entiende cuando pones un pie en esta casa. En Las Tiesas. En el primer
cercado está la corrida que va a Madrid. La primera. La de hoy. Estrena
temporada. Es imponente. El cercado está en cuesta y la lluvia, por fin, dicen
en el campo, hartura para los urbanitas, hace que sea difícil moverse. A pesar
de que estrenamos justo hoy un nuevo todoterreno, uno de esos coches que la
parte de arriba está al descubierto y justo ahí están los cámaras. (El plan
perfecto para grabar). Hasta que el plan se convierte en un «safari». A los
toros hay que verlos todos los días. Y los tienen vistos al milímetro, pero en
la distancia. No se dejan. Nos cuesta movernos por terreno fangoso y cambiamos
de cercado con la idea de buscar el lugar preciso donde captar la imagen de
Victorino, hijo, lo será toda la vida, y Pilar, la nieta, en el año en el que
Victorino Martín dejó un legado de leyenda. Una ganadería mítica. La estela
está bien asegurada por la herencia familiar: padre e hija.
Conduce Pilar y ese 37, que ya es toro, aunque no
lo parece, nos echa una mirada justo en el momento en el que queremos bajarnos
del coche para salir de ese cercado. «¡Espera!», grita Pilar. Y no se equivoca.
El toro mira con ojos de querer y es cuestión de segundos lo que tardamos en
tenerlo encima. El susto fue para los cámaras que iban arriba. «¿Esto pasa
mucho, Pilar?», «De vez en cuando, no te voy a engañar, pero hemos tenido
suerte porque no se ha enganchado al coche, si lo hace, tenemos que aguantar,
lo primero es el toro y si yo arranco se estropea». Así se las gastan en esta
casa: los toros, y los ganaderos.
Amor al padre
Acabamos de empezar. Sale el sol en mitad de
pronóstico de lluvias mientras varios profesionales vienen a visitar las
corridas que después se lidiarán. El teléfono de Victorino no para. Hace pocos
meses que falleció el alma mater: «Mi padre nos ha dejado mucho, sería un acto
de egoísmo brutal pedir más. Ha vivido 88 años y sus últimos días también han
sido felices y tranquilos. Hemos viajado mucho y hablábamos todos los días.
Antes cuando el teléfono era más barato a partir de las diez de la noche
aprovechábamos y a veces habíamos pasado el día juntos», recuerda Victorino
Martín. «Yo he ido con ellos a todos sitios desde que era pequeña, pero me
gusta recordarle hace unos años, cuando tenía vitalidad, con su genio y sus
risas», dice Pilar.
En tiempos de feminismo, en el seno de una
ganadería mítica, es una mujer la que coge el testigo de una divisa legendaria
en el hasta ahora un mundo de hombres: «En el siglo pasado ya se decía que en
los primeros diez años del siglo XXI la mujer iba a acceder a los cargos de
responsabilidad. Aquí se vive con normalidad. Es importante que así sea porque
las mujeres aportáis cosas que los hombres no vemos y al revés», mantiene el
ganadero, y el padre. «Siempre me he sentido respetada. Creo que no van tan
ligado al sexo como a la persona, a cómo tú demuestres que eres tanto
profesional como personalmente», apunta Pilar. Luego llega el día. La toma de
decisiones: «Es un toma y daca, como en la vida. Unas veces cede uno y otras
veces el otro», admite la joven ganadera. «Somos personas y generaciones
distintas, con mi padre también me pasaba», corrobora Victorino.
Una ganadería que echó a andar en la década de los
60. «Mi padre lo que hizo del 60 al 65 es reunirlo todo porque estaba en tres
lotes y en el 68 es cuando empieza a funcionar de verdad». Son muchos los toros
y las ganaderías que le han dado fama y reconocimiento al ganadero de
Galapagar: «A nosotros se nos pide la excelencia. Creo que nuestro caso es un
poco diferente, porque en las nuestras van a ver al toro y en otras al torero.
Por eso si no se está a la altura, se nos critica». No todos los toreros se
anuncian con esta ganadería y cuando lo hacen se considera una gesta: «Yo les
diría que no piensen en el hierro, porque si no hacen el paseíllo derrotados.
Hay una anécdota muy buena de un matador amigo mío que mató una corrida nuestra
y no era habitual. Habíamos quedado para cenar y se le dio fatal. Y yo iba muy
preocupado... Cuando llegué, subí a la habitación del hotel y me estaba
esperando con una botella de champán y me decía: ''Llevo un mes que no duermo,
que no como, he estado toda la tarde corriendo, me podía haber dado un infarto
y no me ha dado, vamos a celebrarlo''».
En Las Tiesas pastan los toros de Victorino con
las reglas propias del toro bravo. «Yo soy el primer animalista practicante y
pido que se respete. Creo que quieren imponer un tipo de sociedad que no es
viable. Los animales tienen que estar organizados y hay que respetarlos. El
mundo ha evolucionado mucho, pero el hombre ha hecho su relación con los
animales a lo largo de los siglos. Los animales no tienen derechos ni
obligaciones, no hay que maltratarlos, no hay que hacer las cosas de cualquier
manera, pero este planeta es como es. Dice un amigo mío que detrás de cada
plato de comida hay una muerte. Para el plato de verduras hay que matar al topo
que se come los vegetales y al pajarito que se come las frutas. Si no fuera por
que el hombre tiene organizado el mundo y le da a cada animal su utilidad no se
podría comer. Al contrario, tendría que estar huyendo para que no le devorara
un oso, un león o un lobo».
Y vuelve a la esencia de la tauromaquia para
intentar explicarla: «La definición última de corrida de toros es rito
sacrificial. Mediante un rito matamos lo que más amamos. Se lidian un 10% de
los animales que tenemos en la finca, es como un rito para que el resto viva.
De cada toro que se lidia, diez animales viven aquí. En casa las vacas se
mueren de viejas. Las vacas lecheras cuando alcanzan su máxima producción y
decaen, las quitan y el ternero de carne se le mata al poco más de un año. Y
son necesarios para alimentarnos. La tauromaquia es una representación real de
la vida y la vida tiene esa parte cruenta», admite Victorino, que hoy se vuelve
a enfrentar a un nuevo examen. Y en Madrid. En la Monumental de Las Ventas. Se
abre el telón. Se despiertan los miedos.
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