PACO AGUADO
A la desesperada, como si mañana ya fuera tarde, los hay que se han dado a la frenética tarea de rebañar las sobras rancias que aún restan el festín de los años del ladrillo, de cuya inercia se han ido manteniendo cada vez más a duras penas. Y en su huida hacia ninguna parte, en ese frenético sálvese quien pueda, cualquier atisbo de sensatez, cualquier intento de defender un futuro compartido por todos, llega a antojárseles como un incómodo estorbo.
El toreo español es a día de hoy en una jaula de
locos. El escenario público y privado del negocio se ha ido tiñendo en los
últimos años de un creciente nerviosismo que, mediante una extendida confusión
de papeles y de valores, ha derivado en la agresividad del todos contra todos y
la desunión que a estas alturas dominan una situación cercana a la quiebra
técnica.
Desgraciadamente, así están las cosas. Por mucho
que queramos seguir mintiéndonos, la larga crisis que sufre la tauromaquia
española, y que nadie ha sabido atajar entre el ruido de los ataques externos,
ha llevado al sector a guiarse por ese cancerígeno cortoplacismo de cuantos han
decidido saquear de una vez las sentinas de un barco que zozobra, sin luchar
hasta el final y esperar siquiera a ver qué queda de los restos del naufragio.
A la desesperada, como si mañana ya fuera tarde, los hay que se han dado a la frenética tarea de rebañar las sobras rancias que aún restan el festín de los años del ladrillo, de cuya inercia se han ido manteniendo cada vez más a duras penas. Y en su huida hacia ninguna parte, en ese frenético sálvese quien pueda, cualquier atisbo de sensatez, cualquier intento de defender un futuro compartido por todos, llega a antojárseles como un incómodo estorbo.
Es por eso por lo que no llegan a fructificar con
la fuerza necesaria cualquiera de los intentos, más o menos altruistas, que se
vienen haciendo en todo este tiempo para unificar criterios, para aunar
esfuerzos en defensa del espectáculo. Minados incluso desde dentro, todos
ellos, estén mejor o peor enfocados, acaban chocando contra el ciego y rocoso
muro de egoísmo de quienes tienen las llaves de la oxidada caja fuerte.
Y para llegar aún más lejos en este rocambolesco
juego de trileros, donde los intereses mezquinos de unos juegan con la inocente
esperanza de otros, se llegan incluso a envolver con el papel de un romántico
progresismo salvapatrias los que no pasan de ser cantos de sirenas que, en el
fondo, solo buscan también hacerse con las últimas migajas del pastel.
Así ha arrancado en España una temporada que, en
medio de tal panorama y sin un mínimo atisbo de un cambio de mentalidad, puede
sumar unos cuantos escalones más, si es que quedan, en la bajada hacia la sima.
Solo hace falta ver cómo es el diseño de las primeras ferias, la crispación
reinante entre los distintos sectores, las patadas de ahogado de quienes,
remando solos, creen tener la clave de la salvación… personal.
Mientras que la bien pertrechada secta
abolicionista y sus políticos en nómina siguen su férrea hoja de ruta para
acabar con la tauromaquia, una quinta columna de cínicos desengañados se está
encargando de minar el futuro desde dentro, barrenando, sin oposición alguna,
los pilares que sostienen el espectáculo para sacar partido de la chatarra y del
escombro antes incluso de que se produzca el derribo.
Basta con comprobar cómo los toreros de cada
cuadra empresarial se estandarizan en un toreo funcionarial, cómo se desmotiva
la competencia y la autenticidad a bofetadas de salarios precarios, cómo se
relega al ostracismo a los actores independientes que no transigen con la
indignidad o cómo se prefiere acartelar antes al señorito torero que al
novillero con posibilidades para constatar que el futuro de la fiesta de los
toros ha desaparecido hace tiempo de los planes de negocio que se traman en sus
despachos.
Quedan, sí, la buena fe y el afán de algunos por
seguir disfrutando de su pasión, pero son justo esos mismos que no cuentan en
el reñido reparto de la carroña, esos que aún siguen creyendo que hay salida
porque no se vacunaron a tiempo contra el veneno de una loca y verdadera
afición a la que los saqueadores son inmunes. Solo ellos, los afectados por la
pasión del toreo, mantienen una esperanza que otros hace tiempo que vendieron
por las treinta monedas que aún esperan llevarse de esto antes de echar el
cierre.
Solo por ellos duele hablar con este pesimismo,
que como ya saben es la actitud de cualquier optimista que bien informado. Pero
solo por ellos también, porque no se siga abusando de su inocencia, hay que
expresarse de manera tan descarnada y realista antes de que los mercaderes
acaben de expoliar el templo de la tauromaquia y no haya más remedio que echar
el cierre.
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