JOSÉ LUIS
BENLLOCH
Se acabaron las Fallas. Un respiro. Asoma el
Domingo de Resurrección. Abril, la Feria por antonomasia, está más cerca. La
primavera en el campo se adivina buena. Ya tocaba. La luz es otra. El tiempo se
templa. Todo influye en el estado de ánimo. De Fallas hay mucho que recordar.
Para repetirlo y también para evitarlo. En el tercio de lo bueno aparecen
Ponce, Roca y Ferrera como grandes triunfadores. Buen cartel. Lo del valenciano
en tiempos de tanto remilgo negociador, ya saben con una me basta, este año
solo treinta o diez o ninguna, en ese ambiente lo suyo es para enmarcar. Le
propusieron la sustitución de Cayetano y dio el paso al frente. Sacó la
ambición y repitió paseíllo para evitar un derrumbe ferial. Otra tarde de
cemento y frialdad hubiese sido un mal augurio y un bajonazo a las
expectativas. El otro objetivo del maestro, abajo el conservadurismo, era
remachar el triunfo anterior. Y vaya si consiguió una cosa y otra. Reanimó la
taquilla y bordó el toreo. Cuestión de responsabilidad.
Ni el agua ni el viento rebajaron la temperatura de una faena
muy intimista, cálida, de nivel y muy serena, que le alejaba definitivamente
del Ferrera que se conocía en Valencia. Es un veterano nada visto en esos
registros.
Lo de Roca ya lo comentamos, un trueno, un
revulsivo si nos fijamos en su calado social. El tema tiene todos los síntomas
de consolidarse. Verán, los puristas fruncen el ceño de la duda y los remilgos
de la calidad y la gente de la calle pregunta por ese Roca, si es tan valiente
como dicen y cuándo torea y cómo es… hay curiosidad, pinta bien, es una
realidad taquillera y eso da un crédito importante. Y estuvo lo de Ferrera la
tarde del cierre. El extremeño se mantiene en la línea de los últimos tiempos,
con ese toreo de pausa y sentimiento que le ha llevado a un renacimiento
deslumbrante. Ni el agua ni el viento ni lo desapacible de la tarde rebajaron
la temperatura de una faena muy intimista, cálida, de nivel y muy serena, que le
alejaba definitivamente del Ferrera que se conocía en Valencia. Tanto, que el
personal se olvidó apenas comenzado el trasteo del disgusto de no verle
banderillear. Con Sevilla a la vuelta de la esquina, donde estrena galones el
Domingo de Resurrección, ataca un momento decisivo en su carrera. Es un
veterano nada visto en esos registros de calidez artística. Novedad que merece
consolidarse. Hubo otros triunfadores de los que ya hablamos, el arrojo de
Román, el sentido adiós de Padilla, la categoría capotera de Mora y Lorenzo y
la izquierda arrebatada de Garrido, pero esos tres marcaron el top como dicen
los pijos.
El tema Roca trae buenos síntomas. Los puristas fruncen el
ceño de la duda y la calidad y la gente de la calle pregunta si es tan valiente
como dicen y cuándo torea… hay curiosidad, pinta bien, es una realidad
taquillera y eso da un crédito importante.
La otra cuestión valenciana que no hay que olvidar
es el disloque mañanero del que ya hablamos la semana pasada y cuya resaca
perdura en tertulias y mentideros. No se comprende o sí, al disloque me
refiero, y la resaca es lógica y obligada dadas las consecuencias. Se han
metido en una espiral vertiginosa y mareante que conduce al desastre si no lo
remedian. El caso es que perdieron el norte y la medida en razón de no se sabe
bien qué gusto personal, personalísimo. No hubo ni mínimos ni máximos, de tal
manera que lo mismo salía el camión de la carne que el toro anovillado en una
invitación al desconcierto e incluso a los amigos del abuso, si cuela un día
por qué no ha de colar otro, se pueden decir. Un choteo con reiteración y no se
sabe si también con alevosía.
Bajo la boina de Victorino había un pedazo de ganadero, un
concepto de la bravura que estaba faltando, una ganadería imponente… y al final
de todo, sí, la boina y una lengua larga y clara que le travestía en una
estrella delante de un micro.
Y en el intervalo, entre Fallas y Resurrección,
Madrid, Domingo de Ramos. Arriba el telón venteño. Victorino in memoriam. La
historia de Baratero, de Velador, de Jaquetón, de Murciano, de tantos y tantos…
pero sobre todo la historia de un grande surgido de la nada que puso el toreo
en marcha. Lo que hace falta. Eso exactamente, un ganadero, un torero… alguien
que lo reanime. Oxígeno, SOS. No es que los actuales sean malos. Quite usted.
Los hay muy buenos y hasta mejores que buenos, pero hace falta el tipo que
rompa normas, el tipo que despierte polémica y curiosidad, el que ponga a los
santones de los nervios. Victorino lo logró.
Hasta su estética de entonces, una boina donde
habitualmente había un alancha o incluso una pajarita, fue un reclamo, su
pancarta ¡Aquí uno de los suyos! Tan era así que en alguna ocasión tuvo que
acentuar los reflejos de la boina ante la demanda del personal jarto del
señoritismo. Pero centrarse en el envoltorio sería injusto y mentira, bajo la
boina había un pedazo de ganadero, un concepto de la bravura que estaba
faltando, una ganadería imponente a la que solo había que estimular y
actualizar, y al final de todo, sí… la boina y una lengua larga y clara que le
travestía en una estrella delante de un micro. El sumando de todo eso fue el
tipo que le dio un empujón -¡despierten! vino a decir- a los ganaderos y
reanimó la Fiesta en un momento complicado en el que faltaban estrellas. Junto
a él, hasta los toreros de cartel medio y buen oficio se convertían en figuras
para llenar las plazas. Era algo así como decir fulano y tres más. A eso llegó
Victorino, dicho con el máximo respeto a los tres más, al fin y al cabo siempre
hicieron falta muchas agallas para seguirle.
El domingo su sucesor, Victorino Jr., soltó una
buena corrida, la vida sigue, y permitió crecer a Fortes, que es otra
característica de la divisa, la de rescatar toreros y este Fortes tiene
cualidades para emerger. Tiene el don de la diferencia. / Redacción APLAUSOS
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