Un
toro dócil y pastueño pero no frágil de Juan Pedro Domecq y un trabajo de
excelente ritmo, caro y sutil dibujo por la mano derecha y de toreo a ratos
paladeado.
BARQUERITO
Foto: EFE
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LA PRIMERA
MITAD DE corrida, bandeja de pasteles de Juan Pedro, duró casi dos horas.
Se derrumbó dos veces el segundo después de picado y fue devuelto. Lo fue
también el tercero, claudicante y derrengado. Perera apostó por el sobrero.
López Simón corrió turno y acabó matando dos toros de casi 600 kilos. El sexto,
segundo sobrero, de Parladé, con más cuajo que cualquiera de los siete
juampedros vistos por delante. Y mucho más astifino.
No hizo falta ni arrear los bueyes para envolver
los devueltos. El uno lo hizo dócilmente; el otro, por su cuenta. Un aviso para
Ponce en el primero, que apretó en una primera vara y, sin ser propiamente
ganoso, fue toro manejable. Perera le hizo un quite de ajustadas chicuelinas.
En rayas y frente a toriles, Ponce lo gobernó con serena suficiencia. Muy
montada la muleta porque se levantó entonces algo de viento. Faena maratoniana
sin necesidad ni mayor razón, Le dieron los músicos casi tres vueltas al
Morenito de Valencia.
Pareció que a Perera le gustó el toro que iba a descarrilar
enseguida y a volver a corrales. A pies juntos lo saludó en tablas con lances
despaciosos. Suave fue en la muleta el trato que le dio Perera al sobrero. Con
él se dejó ver en los medios, siempre empapado el toro en el engaño. Cuando
vino el toro sin duelo y cuando tocó tirar de él, que fue durante la segunda
mitad de otra faena mal medida. Por larga. Las dos tandas redondas y calientes
-un bucle, un natural soberbio como remate- fueron las últimas. Una estocada
caída y trasera. Y un aviso.
Amigo de los largometrajes, López Simón también
recibió el castigo de un aviso, y una oreja de compensación y de mérito, porque
el toro, sexto de sorteo, de grueso calibre, los riñones a modo en la primera
vara, imponía más que cualquiera de los cuatro soltados por delante. A este
toro le hizo Ponce un quite gracioso por delantales, pero salió aperreadillo de
una media revolera de remate que el toro tomó codicioso. Toro de bondad pareja
a la de su tamaño, las fuerzas justas. Se animó con él López Simón en una primera
parte de faena pensada y resuelta, firme la planta, suelto el brazo, bien
templado. Hasta que el torero de Barajas optó por acortar distancias, meterse
encima y asustar a la gente. A toro arrancado, y en recurso forzado, una
estocada inapelable. Casi dos horas para ver todo eso, incluido el paseíllo, a
cuyo término sacó la gente a saludar a Ponce, que se aupó al cartel como
sustituto de Cayetano.
A manos de Ponce vino a parar no la joya de la
corona, pero sí uno de esos toros de Juan Pedro que, por pastueños, llegan a
parecer de peluche, el toro de juguete, el fuelle indispensable, la música del
minué. O sea, un artista. El toro soñado que, en manos de Ponce, y en ese
terreno de rayas adentro donde tanto se divierte y juega, fue como un caramelo
de algodón americano. Acaramelada la embestida, que fueron muchas. Ponce las
acarició a placer, compuesta la figura untuosamente. Faena prolija, abusiva
porque el toro hizo amago de rajarse, y se rajó, pero no del todo, y la obra
estaba hecha y sobrada bastante antes de que sonara un aviso. Un aviso antes de
cambiar Ponce de espada.
No menos de diez, once o doce tandas. La última de
rodillas, espaldinas con abanico; la penúltima, de abalorios, los muletazos en
cuclillas circulares que son la cruz y el desdoro del llamado buen gusto
torero. Antes del aviso, y antes de tan impropio final, Ponce toreó con la mano
derecha en recreo constante y fiel a su doctrina: madejas sedosas, precisión
geométrica, la costumbre del cambio de mano para abrochar el toreo en redondo,
los molinetes de apertura que son un blindaje antes de ofrecer la zurda, el
cartucho plegado, el compás. Al cabo de los treinta viajes el toro echaba los
bofes, el gesto rendido y manso, descascarillado. Sin contar el empachoso
postre, el ritmo de la faena fue de gran armonía. Una estocada sin puntilla.
A las siete y cuarto de la tarde, ya era de noche
en Valencia, salió Perera a vérselas con un quinto de amplia culata. Salida
entre arrolladora y atropellada: cuatro lances de rodillas en tablas, dos más
en las rayas, delantales, una media a pies juntos soberbia. Arriba el toro en
banderillas -aunque se quedó con un palo en la mano, Curro Javier prendió ese
medio par, que fue monumental- y un arranque de faena -de largo, en los medios,
cambiados por la espalda- que no iba a convenir al toro sino a descomponerlo, a
avisarlo y hacerle adelantar por la mano izquierda, a no darse en la muleta.
Perera quiso traerlo de largo y tampoco eso sirvió. Un último rizo de ochos
encadenados. Cinco pinchazos y entera en los blandos. El quinto aviso de la
tarde.
El sobrero, que no pudo con el caballo de pica
aunque lo intentó. se encontró a López Simón tan fresco, calzado y no descalzo,
entregado, de rodillas y en la vertical, descarado y bien seguro. En línea el
dibujo al natural, más logrado el toreo en redondo. Y una estocada de gran
corazón.
FICHA DEL FESTEJO
Domingo, 18 de marzo de 2018. Valencia. 7ª
de Fallas. 9.000 almas. Primaveral. Tres horas de función.
Cinco toros de Juan Pedro Domecq -el segundo bis, sobrero- y uno, sexto, segundo
sobrero, de Toros de Parladé (Juan
Pedro Domecq Morenés).
Enrique
Ponce, que sustituyó a Cayetano, silencio tras un aviso y dos
orejas tras un aviso.
Miguel
Ángel Perera, saludos tras un
aviso en los dos.
López
Simón, oreja tras un aviso y
oreja.
Brillantes pares de Javier Ambel y Curro Javier.
Postdata
para los íntimos.- La Nit del Foc, la ofrenda, cuesta andar por las
calles del centro, cruzar Játiva después de los toros, subir Ruzafa o Ribera
tan mal iluminadas, riadas de gente en la zona de Correos, Barcas y
Ayuntamiento. Petardos. Bandas de música. Y una fallera perdida esta mañana en
el Carrer Baix. Yo iba camino de Na Jordana. No se podía pasar de la plaza del
Carmen. Han puesto una carpa mortífera enfrente de la parroquia. La misa
fallera de las doce. Las falleras de Na Jordana, sentadas en el presbiterio.
Qué incómodos los sillones de iglesia. Y siéntate con un miriñaque almidonado,
y ese tocado que tanto salía en los papeles de seda de envolver naranjas
dulces, y esos alfileres dorados que parecen trepanadores. La herencia ibera
pasada por manos fenicias. ¿Y la seda?
Y sin embargo, me parece que no hay tanto público como otros años.
Y sin embargo, me parece que no hay tanto público como otros años.
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