Con
un toro de calidad extraordinaria de Cuvillo, el joven torero peruano, sereno y
dueño, se inspira y se deja ir en una faena de sello propio que cala en los
tendidos
BARQUERITO
Foto: EFE
VINIERON EN LA corrida de Cuvillo tres toros de
nota. Uno de ellos, excepcional. Rosito, sexto de sorteo, pero jugado de
tercero bis por un titular tullido, renco y devuelto. Negro lucero, bragado,
meano y girón, armado por delante, 531 kilos. En la larga ganadería de Cuvillo
pervive la huella de la rama Osborne. Secreto de laboratorio, fórmula
magistral, pero delatan esa huella los troncos cilíndricos, que propician
toros, digamos, redondos. Como este, que embistió lo que no está escrito y más,
con una alegría y un ritmo fuera de lo normal. ¡Qué toro!
El miércoles pasado echó aquí mismo Alcurrucén lo
que parecía el toro de la feria. Un cinqueño de embestida profunda. De
cincuenta embestidas seguidas solo interrumpidas por las pausas forzosas. Una
joya. Y, de pronto, este cuvillo cuatreño, que en número de viajes -una
embestida es un viaje- superó la cota
del bravo alcurrucén de hacía solo dos tardes. No es cuestión de contarlos,
pero el de Cuvillo se llevó al otro mundo diez, once o doce series, ninguna breve,
y llegó a la hora de la muerte tan fresco. Podría haber empezado otra faena
después de la vista.
Una faena con la firma de Roca Rey, que es de
letra y rúbrica propias: la temeridad, el ajuste y la firmeza reunidas en
espumoso cóctel. Fundidas las tres tramas por un hilo conductor que a veces se
pierde, y de siempre salpicadas por variaciones heterodoxas: los cambiados por
la espalda son aderezo habitual, también los cambios de mano que interrumpen el
ritmo de una tanda, pero la infla con el globo de la sorpresa.
El asiento ligero de torero peso pluma, que es
parte de la gracia; su parsimonia para no todo pero casi, su serenidad, valor
sin cuento, el fácil vuelo de engaños sin apenas apresto. Y, en fin, pausas a
capricho, paseos recreativos ni cerca ni lejos del toro. Y algún desplante dirigido
al público y no tanto al toro. Por si a alguien se le había olvidado qué cosas
hace Roca Rey, y cómo, y cuántas, la faena de este glorioso toro Rosito fue
muestrario completo.
Las cosas de Roca y su aparente desenfado han
pasado a ser parte del repertorio general y del imaginario de los toreros
noveles y no tanto. Las saltilleras o valencianas; el quite alambicado y rizado
abierto con el lance en bucle mayúsculo de El Calesero; el estatuario suave en
encaje y vuelo, tres seguidos por lo menos y sin ceder ni un palmo; la arrucina
solitaria intercalada entre el redondo y el cambiado o de pecho; los cites de
largo en impertérrita postura; los circulares cambiados resueltos con un pase
en la suerte natural que los cose. Y en esta faena tan volcánica de Valencia,
una interpretación muy precisa de esa variante del toreo frontal por alto y
muleta escondida en péndulo que el maestro Joaquín Bernadó se trajo de México a
España hace cincuenta y tantos años. La famosa y tantas veces adulterada
bernadina.
De todo el repertorio de Roca, lo clásico, lo
puro, es el toreo cambiado por abajo y hacia dentro, las trincherillas de
tantos viejos carteles. Su muletazo perfecto, infalible. Esa fue, en fin, la
fórmula de Valencia. El volcán estalló con una tanda de apertura en tablas, de
rodillas y templándose en cada uno de los siete muletazos de la serie. Y ya no
dejó de manar un fuego que no quemaba. El toro puso la música; Roca, la letra.
La estocada, a capón y hasta el puño, atacando por delante, como en el año de su
revelación, fue inapelable. Dos orejas. Un jaleo.
Además del toro Rosito -se pidió la vuelta al
ruedo, la ovación en el arrastre fue clamorosa- saltaron dos toros de los que
no hacen sufrir. ¿Disfrutar? Es mucho decir. Manzanares no terminó de acoplarse
con un encastado jabonero, segundo de sorteo. De esa pinta clara perlina tiene
también Cuvillo la fórmula en casa. Castella toreó templado, firme y ajustado
al cuarto de la tarde, castaño, noble y dulce, solo que avisó con rajarse y se
rajó. De distinta condición los otros tres toros. El sobrero, jugado de sexto,
se derrumbó y Roca cortó por lo sano. Del primero, desganado, claudicante y sin
entrega tuvo que tirar Castella con tenaza. Manzanares le pegó a un quinto
alborotador pero de menos a más un sinfín de muletazos.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Núñez del Cuvillo. El sexto, sobrero.
Sebastián
Castella, silencio y saludos.
José
María Manzanares, una oreja y
saludos tras un aviso.
Roca
Rey, dos orejas tras un aviso y
silencio.
Viernes, 16 de marzo de 2018. Valencia. 6ª
de Fallas. 10.5000 almas. No hay billetes. Templado, primaveral. Dos horas y
treinta y cinco minutos de función. Un minuto de silencio en memoria de Paco Peris y Curro Marín, toreros del país, fallecidos esta semana.
CUADERNO DE BÍTACORA DE BARQUERITO - Visitando
la redacción de Aplausos, de comidas, del toro, del toreo, de Valencia y de
Cataluña
Los amigos de Aplausos me llevaron una vez a comer
al Rausell. No he comido mejor nunca en Valencia. Ni con dientes ni sin ellos.
Han pasado cinco años o alguno más, y si me acerco al cruce de Fernando el
Católico con Ángel Guimerá, se me sigue haciendo la boca agua. Soy perro del
horóscopo chino, suscribo la teoría de Paulov. La redacción de Aplausos, que
está al lado de esa esquina -el Rausell, un poco más adelante- y en un chaflán
del ensanche, es muy torera sin pretenderlo. Una biblioteca surtida. En la
estantería de la ventana, los tomos de El Ruedo, la colección entera,
encuadernados en una especie de seda encarnada ya raída, pero con el regusto
rancio de los libros viejos.
En las paredes calendarios de toros. Calendarios
especiales, supongo que de encargo. Un toro jabonero de Fuente Ymbro, levantado
y de frente, fijo en la cámara, la mirada curiosa. Agustín Arjona sabe sacar de
los toros hasta las babas, como si fuera la saliva parte del gesto. Y un toro
de cuajo insuperable de Cuadri, negro, hundido en la tierra como un árbol
centenario, dormido en ella.
Hace solo dos meses un toro de Cuadri, herido y
escondido tras matorrales de Comeuñas, la finca de Trigueros se arrancó por la
espalda a Agustín, le pegó tres revolcones bestiales, le rompió el húmero del
brazo derecho, le desgajó músculos y le desgarró tendones. Pudo haber sido
fatal, pero hoy estaba de vuelta en Valencia. “Tardaré en coger la moto, me da
miedo…” Ahora no conduce largas distancias.
Hay una foto cenital en la sala donde trabaja el
equipo entero: Juan Cristóbal, Ángel Berlanga, José Ignacio Galcerán, Jorge
Casals y un becario silencioso que no se ha apartado ni un segundo de la
máquina. Da gusto ver trabajar a esa gente. Yo no quería molestar, ni plan
tampoco de volver al Rausell, que es una cuenta pendiente, y la próxima invito
yo.
Se acabó la garrafa de agua, junto a la estantería
de la colección de Aplausos. Siento el orgullo de haber colaborado unos cuantos
años y espero volver a hacerlo de nuevo. Por temporada. El viento de esta
mañana te secaba la boca como el siroco. Han cambiado la garrafa solo por mí.
Un detalle. Tampoco la gente del país bebe el agua de grifo de Valencia.
¡Cuántas marcas de agua embotellada no habrá…! La
curiosidad, madre de la ciencia, obliga a los quisquillosos a leer
detenidamente la composición de ingredientes minerales que salen en las
etiquetas de las botellas. Como si eso fuera a calmar la sed o mejorar la
circulación sanguínea. La mayoría de los facultativos que acreditan la
idoneidad de las aguas de manantial eran en su día catalanes, porque Cataluña
fue la región que antes entendió el negocio de las bebidas de balneario.
Agua de San Narciso. (Beber es preciso agua de San
Narciso, ¿os acordáis?) La gente se ha olvidado, pero hace sesenta años en todas
las carreteras españolas, en piedras mole, muros y entablados, se leía,
pintadas las letras a mano y con cal, SAN NARCISO, que es el patrón de
Gerona/Girona. Cuando en Girona había plaza de toros, se daba corrida el 29 de
octubre, la tarde de San Narciso. Marc Lavie tiene escritas cosas muy precisas
y bellas sobre las temporadas taurinas en Cataluña, sin contar Barcelona. Si
alguna vez me hago rico -pero es que no juego ni al tute-, crearé una editorial
para repescar en ediciones manuales libros taurinos de mi predilección, o para
editar libros que tendrían que haberse editado, pero duermen en algún cajón,
como tantas y tantas cosas de Lavie. Los toros de la Costa Brava, que tuvieron
su cosa. Los de Gerona y los de Figueras.
Esta mañana escuché en Radio Nacional una
entrevista muy interesante con Santi Vila, uno de los pocos políticos
nacionalistas que todavía tienen la cabeza sobre los hombros. Vila es hijo de
ferroviario -creo recordar que de un jefe de estación de Granollers- y saltó a
la política en serio cuando lo eligieron alcalde de Figueras. Gracias en parte
a Santi Vila se mantiene en pie aunque casi en ruinas y habitada por ratas la
plaza neomudéjar de Figueras. La visito todos los años de paso para Arles o de
vuelta. Y a comer la sopa de pescado del Durán. La “crema de Port Lligat·, por
la lonja del pescado costero.
Se ha escrito que Vila suele acudir a los toros de
Ceret la segunda semana de julio. Es una de las bacanales toristas de la
temporada francesa. Compré dos libritos dedicados a Santi Vila hace ya tiempo
-cuatro o cinco años- en la librería Canet, la de la Rambla de Figueras, y me
pareció un personaje atractivo, cordial, amigo de los pactos. El año del
centenario de Joan Vinyoli, uno de los grandes poetas catalanes del siglo
(pasado), me sorprendió en la Plaça del Ví, la puerta de entrada a la Gerona
vieja, una lectura en público de poemas de Vinyoli. Santi Vila fue el primero
en recitar. No es que recitara de mejor manera, pero me encantó el detalle. Los
primeros tramos del Passeig de Aniversari, que es el testimonio personal de
Vinyoli antes de tomar el melancólico camino sin retorno. De Collserola al
infinito.
Pero estábamos en la esquina de Guimerá, donde
sobrevive un garaje modernista de bella factura. Garage con ge y no con jota.
En los años treinta se pronunciaba a la francesa: garash. Y chauffeur, y no
chófer. Cuatro ruedas.
La foto cenital de la sala de máquinas de Aplausos
es un pequeño cuadro. Una verónica de Morante. Agustín Arjona dice que la foto
se puede descomponer en dos mitades. Si tapas el toro -de Juan Pedro, y se ve
que embistiendo a borbotón- y dejas solo la estampa del torero, resulta que en
vez de Morante parece el Paula. Y no hay más que hablar. Creo que Morante es el
torero de ahora que mejor ha estudiado a los clásicos, no para imitarlos sino
para interpretarlos. Sobre todo, con el capote ¿no? Al ver el tercer toro de
Cuvillo de esta tarde me he acordado de Morante. No solo porque se me ha
quedado viva la foto de Arjona, que, sencilla, es perfecta. Sino porque hay
toreros que con un lance basta. Y es el caso. Casi nadie se atreve a torear a
la verónica. Por algo será, El otro día lo hizo Álvaro Lorenzo. Y
maravillosamente.
Oh, aquel arroz caldoso de Rausell, celeste
manjar. Como esa verónica de Morante en la feria de Jerez de la Frontera. Hace
casi veinte años. Un año hace ahora que la gente de Aplausos -Benlloch es largo
para invitar, no se duele- me invitó a otra comida de familia, pero fue en la
zona de la Gran Vía, por Almirante Cadarso, una Casa Juan de la que guardo
grato recuerdo. Y volveré. El arroz lo trajeron aquí los árabes. Y las naranjas
también. El naranjo de la esquina de Gascons y Embajador Vich es uno de los más
frondosos de la ciudad. Y tal vez el más fragante Puede con la pólvora de la
carpa fallera de Santa Irene. Eso es poder.
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