PACO AGUADO
El escalafón de matadores, y el de novilleros, no
ha salido bien parado de la "cremá" de la feria de Fallas, el primer
test importante del año taurino español. Y si no el escalafón, porque no vale
generalizar, al menos casi todas la lista de figuras, jóvenes aspirantes y
resto de toreros domésticos con que Simón Casas confeccionó un abono de muy
medidos atractivos y, en consecuencia, de poco tirón en las taquillas.
Si salvamos de la quema de "ninots" el
triunfo frenético y la actitud explosiva de Roca Rey, el doble despliegue de
astucia, oficio y total dominio de la escena de Ponce y la torera faena de
pulso y púa de Ferrera malograda con el descabello, el ciclo fallero puede
resumirse en una sucesión de algunos triunfos menores y de muchas faenas
intrascendentes que marcan un preocupante inicio de temporada.
Es cierto que, entre tantas corridas muy
desigualmente presentadas, ha habido demasiados toros insulsos y con las
fuerzas cogidas con alfileres (probablemente acusando el intenso mes de lluvias
que ha azotado la península), pero también lo es que han salido por chiqueros
los suficientes, ya por bravos o por nobles y claramente potables, para que la
feria arrojase un resultado artístico mucho más satisfactorio.
Así que, llegados los idus de marzo, la lectura
del estado del escalafón –o esa parte tan representativa con que se armarán
casi todas las ferias grandes del resto del año- deja una triste y extendida
sensación de conformismo, desmotivación e incompetencia –tómese como falta de
competitividad- ya en las primera de las citas decisivas de la temporada.
Sea cual sea la causa –bajos emolumentos, control
excesivo de las empresas, seguridad en la contratación al margen de los
resultados…- el hecho es que la feria valenciana ha estado marcada, en la
inmensa mayoría de los casos, por un toreo insustancial y especulativo, ayuno
de emoción cuando no la ponían los toros, y por momentos hasta tedioso para
unos tendidos desde donde los olés y las ovaciones fuertes surgieron casi a
cuentagotas, a pesar del talante festivo de los ches.
Con una duración y una estructura de plúmbeo
tentadero, casi todas las faenas vistas y sufridas tuvieron una constante
recurrencia a recursos defensivos y de escaso compromiso: plagadas de toques
bruscos y acusados al pitón contrario, de cinturas quebradas, de trazos
despegados y desplazadores de embestidas, de cites de muletas cegadoras como
pantallas que no se separan nunca de la cara del toro, o volanderas y sin
matices en trayectorias aliviadas o de tiránica exigencia para los animales.
En definitiva, una feria dominada por un toreo sin
entrega, sin asentamiento de plantas ni verdadera apuesta y sin voluntad de
ajuste ni de mando real sobre el enemigo, sino por una forma cada vez más
repetida de “trabajar” con el toro sin contar con las condiciones del toro. Es
decir, sin estrategia alguna y de una forma tan monótona y funcionarial,
desfibrada e insincera, como mecánica e intrascendente.
Cada tarde, salvo muy contadas excepciones, hemos
padecido una acumulación destajista de pases malos y sin criterio, que no
reducen la velocidad del enemigo sino que lo agotan por cantidad, como sucede
en el climaterio de esas desvergonzadas norias ejecutadas desde la comodidad de
la pala del pitón y de las que abusan hasta los "maestros", justo
antes del socorrido y maltratador
“arrimón” entre los pitones de un animal extenuado.
Pediría que nadie interpretase estas líneas como
una visión apocalíptica y “vidaliana” de la tauromaquia actual, porque solo
quieren ser la constatación de lo que ya ha sabido ver perfectamente cualquier
aficionado con un mínimo conocimiento de la técnica del toreo y la suficiente
sensibilidad artística.
Se trata de hablar claro de una vez acerca de la
que cada año que pasa parece más acelerada degeneración de la ética y la
estética de un arte que parece haber perdido sus más auténticos referentes
–tanto los históricos como los actuales, que han sido desplazados de las
grandes citas o se han alejado por propia voluntad del entramado- al tiempo
que, a base de repetir viciados modelos ya institucionalizados, pierde también
emoción y riesgo, interés y trascendencia.
Porque el hecho de que tan evidente situación se
oculte en la "versión oficial" de tantos gabinetes de comunicación y
medios asimilados, tan interesados en ocultar con flores de plástico esta
creciente decadencia, no hace sino acelerarla por falta de correctivos a una
deriva que acabará por echar de las plazas al público menos aficionado, como ya
está haciendo con los auténticos conocedores y catadores del buen toreo.
Desde tantos frentes –internos y externos- como
tiene abiertos la tauromaquia actual y que amenazan su supervivencia a medio
plazo, puede que el que haya que encarar antes y con más fuerza sea el de
devolverle al rito su auténtico sentido, a través de la urgente regeneración de
los conceptos y de la radical renovación de un escalafón demasiado gastado y
previsible donde solo la entrega y la honestidad sirvan como aval de las
contrataciones.
Hace ya cincuenta años que en París fueron
realistas y empezaron a pedir lo imposible...
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