jueves, 22 de marzo de 2018

DESDE EL BARRIO: Los idus de marzo

PACO AGUADO
El escalafón de matadores, y el de novilleros, no ha salido bien parado de la "cremá" de la feria de Fallas, el primer test importante del año taurino español. Y si no el escalafón, porque no vale generalizar, al menos casi todas la lista de figuras, jóvenes aspirantes y resto de toreros domésticos con que Simón Casas confeccionó un abono de muy medidos atractivos y, en consecuencia, de poco tirón en las taquillas.

Si salvamos de la quema de "ninots" el triunfo frenético y la actitud explosiva de Roca Rey, el doble despliegue de astucia, oficio y total dominio de la escena de Ponce y la torera faena de pulso y púa de Ferrera malograda con el descabello, el ciclo fallero puede resumirse en una sucesión de algunos triunfos menores y de muchas faenas intrascendentes que marcan un preocupante inicio de temporada.

Es cierto que, entre tantas corridas muy desigualmente presentadas, ha habido demasiados toros insulsos y con las fuerzas cogidas con alfileres (probablemente acusando el intenso mes de lluvias que ha azotado la península), pero también lo es que han salido por chiqueros los suficientes, ya por bravos o por nobles y claramente potables, para que la feria arrojase un resultado artístico mucho más satisfactorio.

Así que, llegados los idus de marzo, la lectura del estado del escalafón –o esa parte tan representativa con que se armarán casi todas las ferias grandes del resto del año- deja una triste y extendida sensación de conformismo, desmotivación e incompetencia –tómese como falta de competitividad- ya en las primera de las citas decisivas de la temporada.

Sea cual sea la causa –bajos emolumentos, control excesivo de las empresas, seguridad en la contratación al margen de los resultados…- el hecho es que la feria valenciana ha estado marcada, en la inmensa mayoría de los casos, por un toreo insustancial y especulativo, ayuno de emoción cuando no la ponían los toros, y por momentos hasta tedioso para unos tendidos desde donde los olés y las ovaciones fuertes surgieron casi a cuentagotas, a pesar del talante festivo de los ches.

Con una duración y una estructura de plúmbeo tentadero, casi todas las faenas vistas y sufridas tuvieron una constante recurrencia a recursos defensivos y de escaso compromiso: plagadas de toques bruscos y acusados al pitón contrario, de cinturas quebradas, de trazos despegados y desplazadores de embestidas, de cites de muletas cegadoras como pantallas que no se separan nunca de la cara del toro, o volanderas y sin matices en trayectorias aliviadas o de tiránica exigencia para los animales.

En definitiva, una feria dominada por un toreo sin entrega, sin asentamiento de plantas ni verdadera apuesta y sin voluntad de ajuste ni de mando real sobre el enemigo, sino por una forma cada vez más repetida de “trabajar” con el toro sin contar con las condiciones del toro. Es decir, sin estrategia alguna y de una forma tan monótona y funcionarial, desfibrada e insincera, como mecánica e intrascendente.

Cada tarde, salvo muy contadas excepciones, hemos padecido una acumulación destajista de pases malos y sin criterio, que no reducen la velocidad del enemigo sino que lo agotan por cantidad, como sucede en el climaterio de esas desvergonzadas norias ejecutadas desde la comodidad de la pala del pitón y de las que abusan hasta los "maestros", justo antes del socorrido y maltratador  “arrimón” entre los pitones de un animal extenuado.

Pediría que nadie interpretase estas líneas como una visión apocalíptica y “vidaliana” de la tauromaquia actual, porque solo quieren ser la constatación de lo que ya ha sabido ver perfectamente cualquier aficionado con un mínimo conocimiento de la técnica del toreo y la suficiente sensibilidad artística.

Se trata de hablar claro de una vez acerca de la que cada año que pasa parece más acelerada degeneración de la ética y la estética de un arte que parece haber perdido sus más auténticos referentes –tanto los históricos como los actuales, que han sido desplazados de las grandes citas o se han alejado por propia voluntad del entramado- al tiempo que, a base de repetir viciados modelos ya institucionalizados, pierde también emoción y riesgo, interés y trascendencia.

Porque el hecho de que tan evidente situación se oculte en la "versión oficial" de tantos gabinetes de comunicación y medios asimilados, tan interesados en ocultar con flores de plástico esta creciente decadencia, no hace sino acelerarla por falta de correctivos a una deriva que acabará por echar de las plazas al público menos aficionado, como ya está haciendo con los auténticos conocedores y catadores del buen toreo.

Desde tantos frentes –internos y externos- como tiene abiertos la tauromaquia actual y que amenazan su supervivencia a medio plazo, puede que el que haya que encarar antes y con más fuerza sea el de devolverle al rito su auténtico sentido, a través de la urgente regeneración de los conceptos y de la radical renovación de un escalafón demasiado gastado y previsible donde solo la entrega y la honestidad sirvan como aval de las contrataciones.

Hace ya cincuenta años que en París fueron realistas y empezaron a pedir lo imposible...

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