martes, 13 de marzo de 2018

DESDE EL BARRIO: La tiranía del abono

PACO AGUADO

Hace ya una semana que se presentó, urbi et orbi, la feria de San Isidro más larga de la historia. Y, probablemente, también la más barata. Un total de 34 festejos (veintisiete corridas de toros, cuatro de rejones y tres novilladas picadas), de los que 32 conforman un abono con el que –aun sin incluir las tardes de Beneficencia y Prensa– se estira hasta el máximo la ya forzada resistencia del aficionado.

La gala de puesta de largo de los carteles de la primavera madrileña que organizó Nautalia fue todo un éxito. Perfectamente conducida por dos profesionales de la talla de Elena Sánchez y Pepe Ribagorda, declarados defensores de la tauromaquia desde su prestigio mediático, la presentación del abono sobre el mismo ruedo de la catedral del toreo tuvo la categoría que merece la cita taurina más importante del año.

La asistencia del Rey Emérito y la Infanta Elena, las entregas de premios, los videos, la perfomance de Diego Ramos pintando en el acto el cartel anunciador, las actuaciones musicales y hasta la sorprendente y fresca rebeldía de Gonzalo Caballero en las mismas barbas de Simón Casas y con el testimonio del ilustre abuelo de su amigo Froilán, fueron el lujoso y brillante envoltorio con que se reveló ante quinientas personas… un producto mediocre.

Eso es, sin más rodeos, el San Isidro de 2018: una larga lista de festejos de muy difuminado interés, con la inclusión casi testimonial de los toreros más cotizados en apenas media docena de carteles que, sobre mínimos, intentan justificar y dar algo de lustre al abono, y un resto de tardes de relleno, de monótona e intercambiable cantinela, adjudicadas a veteranos espadas gastados, jóvenes aspirantes a la desesperada y empleados domésticos del oligopolio que sostienen las millonarias ganancias.

Reconozcamos, en descargo de la empresa, que tampoco el escalafón actual da para mucho más, que esto es lo que hay a día de hoy. Pero puede que, con esos mismos mimbres y en aquellos tiempos en que se guiaba más por la imaginación que por un pragmatismo tan conservador, el "productor" hubiera sido capaz de combinar bastante mejor y con mayor coherencia todos esos nombres y hombres de esta taurina y larga lista de Schindler.

Se trataría únicamente, además de querer ofrecerles más tardes a las figuras, de compensar al explotado y nunca bien considerado aficionado madrileño con un poquito de ilusión, con un mínimo de esperanza que le haga remarcar a rotulador diez o doce fechas más sobre esos carteles de bolsillo que guarda en su cartera: la guía que, como es antigua y casi masoquista tradición, va a determinar durante un largo mes de primavera su ritmo de vida, sus esfuerzos personales, sus discusiones domésticas y hasta sus altibajos de ánimo.

No basta con dejar para el final ese barato caramelo torista que endulce a los más "exigentes" el anodino sabor de boca de las tres primeras semanas, ni de buscar fórmulas rocambolescas –como esa corrida de las "seis naciones" en que todos se disputan la cuchara de madera– con que se intenta romper, sin conseguirlo, la monótona sensación que deja tan larga retahíla de corridas descoloridas.

La clave está en darle de una vez un cambio radical al tiránico concepto del abono madrileño como base única y sobreexplotada de los ingresos económicos de un centro de negocio tan monumental como es la plaza de Las Ventas.

Porque sería un tremendo y catastrófico error, justo en el difícil momento por el que atraviesa el toreo, que el interés y el atractivo de la temporada madrileña –descuidando incluso el que siempre fue esplendoroso mes de junio– se siga reduciendo a ese mes de toros tan forzadamente estirado que está a punto de hacer que se rompa la cuerda, por muchos beneficios que arroje a base de reducir cada vez más los gastos.

En realidad, y más allá de los detalles puntuales de las negociaciones, esta gris feria de San Isidro de 2018 es solo la consecuencia extrema y el resultado evidente de la perversa tendencia recaudatoria con que desde hace casi treinta años las empresas anteriores han ido tergiversando el espíritu de la que fue una cita trascendental del toreo.

Tanto que, a base de apurar hasta la asfixia a la gallina de los huevos de oro, ese decisivo y reñido encuentro de figuras que antaño marcaba las cotizaciones y las categorías de la bolsa taurina, está a punto de convertirse en un despliegue de subcontratas de las ETTs de apoderamiento taurino, que ofertan y aceptan para los de luces un largo mes de empleos precarios tan acordes a la realidad social.

Es decir, justo el escenario del que, a base de peonadas y de un derivado espíritu funcionarial, acabará huyendo, desplazada, maltratada y minusvalorada, la esencia del toreo de más emotiva entrega. Y con ella y tras ella, también se irá el aficionado, obedeciendo a ese mismo proceso inevitable y demoledor que hace mucho tiempo que ya conocen en México.

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