PACO AGUADO
Hace ya una semana que se presentó, urbi et orbi,
la feria de San Isidro más larga de la historia. Y, probablemente, también la
más barata. Un total de 34 festejos (veintisiete corridas de toros, cuatro de
rejones y tres novilladas picadas), de los que 32 conforman un abono con el que
–aun sin incluir las tardes de Beneficencia y Prensa– se estira hasta el máximo
la ya forzada resistencia del aficionado.
La gala de puesta de largo de los carteles de la
primavera madrileña que organizó Nautalia fue todo un éxito. Perfectamente
conducida por dos profesionales de la talla de Elena Sánchez y Pepe Ribagorda,
declarados defensores de la tauromaquia desde su prestigio mediático, la
presentación del abono sobre el mismo ruedo de la catedral del toreo tuvo la
categoría que merece la cita taurina más importante del año.
La asistencia del Rey Emérito y la Infanta Elena,
las entregas de premios, los videos, la perfomance de Diego Ramos pintando en
el acto el cartel anunciador, las actuaciones musicales y hasta la sorprendente
y fresca rebeldía de Gonzalo Caballero en las mismas barbas de Simón Casas y
con el testimonio del ilustre abuelo de su amigo Froilán, fueron el lujoso y
brillante envoltorio con que se reveló ante quinientas personas… un producto
mediocre.
Eso es, sin más rodeos, el San Isidro de 2018: una
larga lista de festejos de muy difuminado interés, con la inclusión casi
testimonial de los toreros más cotizados en apenas media docena de carteles
que, sobre mínimos, intentan justificar y dar algo de lustre al abono, y un
resto de tardes de relleno, de monótona e intercambiable cantinela, adjudicadas
a veteranos espadas gastados, jóvenes aspirantes a la desesperada y empleados
domésticos del oligopolio que sostienen las millonarias ganancias.
Reconozcamos, en descargo de la empresa, que
tampoco el escalafón actual da para mucho más, que esto es lo que hay a día de
hoy. Pero puede que, con esos mismos mimbres y en aquellos tiempos en que se
guiaba más por la imaginación que por un pragmatismo tan conservador, el
"productor" hubiera sido capaz de combinar bastante mejor y con mayor
coherencia todos esos nombres y hombres de esta taurina y larga lista de
Schindler.
Se trataría únicamente, además de querer
ofrecerles más tardes a las figuras, de compensar al explotado y nunca bien
considerado aficionado madrileño con un poquito de ilusión, con un mínimo de
esperanza que le haga remarcar a rotulador diez o doce fechas más sobre esos
carteles de bolsillo que guarda en su cartera: la guía que, como es antigua y
casi masoquista tradición, va a determinar durante un largo mes de primavera su
ritmo de vida, sus esfuerzos personales, sus discusiones domésticas y hasta sus
altibajos de ánimo.
No basta con dejar para el final ese barato
caramelo torista que endulce a los más "exigentes" el anodino sabor
de boca de las tres primeras semanas, ni de buscar fórmulas rocambolescas –como
esa corrida de las "seis naciones" en que todos se disputan la
cuchara de madera– con que se intenta romper, sin conseguirlo, la monótona
sensación que deja tan larga retahíla de corridas descoloridas.
La clave está en darle de una vez un cambio
radical al tiránico concepto del abono madrileño como base única y
sobreexplotada de los ingresos económicos de un centro de negocio tan
monumental como es la plaza de Las Ventas.
Porque sería un tremendo y catastrófico error,
justo en el difícil momento por el que atraviesa el toreo, que el interés y el
atractivo de la temporada madrileña –descuidando incluso el que siempre fue
esplendoroso mes de junio– se siga reduciendo a ese mes de toros tan forzadamente
estirado que está a punto de hacer que se rompa la cuerda, por muchos
beneficios que arroje a base de reducir cada vez más los gastos.
En realidad, y más allá de los detalles puntuales
de las negociaciones, esta gris feria de San Isidro de 2018 es solo la
consecuencia extrema y el resultado evidente de la perversa tendencia
recaudatoria con que desde hace casi treinta años las empresas anteriores han
ido tergiversando el espíritu de la que fue una cita trascendental del toreo.
Tanto que, a base de apurar hasta la asfixia a la
gallina de los huevos de oro, ese decisivo y reñido encuentro de figuras que
antaño marcaba las cotizaciones y las categorías de la bolsa taurina, está a
punto de convertirse en un despliegue de subcontratas de las ETTs de
apoderamiento taurino, que ofertan y aceptan para los de luces un largo mes de
empleos precarios tan acordes a la realidad social.
Es decir, justo el escenario del que, a base de
peonadas y de un derivado espíritu funcionarial, acabará huyendo, desplazada,
maltratada y minusvalorada, la esencia del toreo de más emotiva entrega. Y con
ella y tras ella, también se irá el aficionado, obedeciendo a ese mismo proceso
inevitable y demoledor que hace mucho tiempo que ya conocen en México.
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