FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
@FFernandezRoman
La sangre es la cuestión, el nudo gordiano que la
fiesta de los toros ha tenido que contemplar durante siglos, sin acertar a
desatar lo que tanta reprobación desata en quienes contemplan su, para ellos,
injustificado derramamiento. Ese nudo que se pone en la garganta de cualquiera
(cualquiera, no lo duden) que lo percibe por vez primera en una plaza de toros,
es el implemento que activa lo ininteligible, y por tanto hace del primerizo un
elemento proclive la repulsión. La leyenda –que es la hermana bastarda de la
Historia– nos enseña que fue Alejandro Magno quien acertó a deshacer el
entuerto del nudo de la ciudad de Gordión, un nudo de cabos ocultos que nadie
había conseguido desentrañar, partiéndolo de un solo tajo con su espada. Listo.
Se acabó el problema. Solucionado el entuerto.
Con la sangre que aparece permanentemente en la
representación formal de la corrida, la cosa no es tan sencilla. Ni tan
drástica. Ciertamente, la sangre es el tejido orgánico que pone a funcionar las
constantes vitales de los seres vivos, es decir, la esencia de la vida; y a
través de los años –los siglos–, las constantes vitales de la Tauromaquia han
tendido que repostar en el surtidor de sangre que aportan toro y torero; aquél,
para rebajar su ímpetu salvaje y cimarrón, y éste, para que su intervención en
tan primario encuentro se haga creíble. Así se han ido solventando dos
posicionamientos en las relaciones humanas claramente antagónicos, en lo que al
tema taurino se refiere: uno, que toma la sangre como tónico que posibilita su
pervivencia y otro que se niega a su ingesta, por considerarla brebaje
repugnante. Solo el cauteloso manejo de la evidencia de estas dos cuestiones
puede asegurar el imprescindible proceso evolutivo de la fiesta de los toros,
mediante una pautada serie de cambios, ajustados a las exigencias de la
sociedad de cada época, que permitan transformar en actividad artística lo que
comenzó en la noche de los tiempos como un ejercicio venatorio abrupto o en un
divertimento fantasmagórico y cruel.
En la sociedad de este segundo decenio del siglo
XXI, nadie en su sano juicio –ni siquiera los arqueólogos que en cualquier
época se muestran como activistas refractarios a la innovación— podría aguantar
ni un segundo la horripilante imagen de aquellos pencos agonizantes,
destripados en el ruedo que tanto regocijo causaba en nuestros abuelos y
bisabuelos; y sin embargo, tampoco nadie puede dudar de que la implantación del
peto que protege a los caballos de picar en la suerte de varas fue el paso fundamental y definitivo para el
alistamiento de nuevos aficionados y la aparición de nuevas figuras del toreo.
La Fiesta siguió viva entonces –año
1928–, porque avanzó; y avanzó y se revitalizó porque modificó algunos
planteamientos de carácter básico, con la sangre como argumento principal.
El pasado miércoles se presentó en Madrid un
proyecto innovador, con vocación moderadamente transgresora y afán de luchar
contra la inacción de los llamados “estamentos taurinos” a lo largo de casi
sesenta años de persistencia en mantener una normativa caduca. El
reglamentarismo se ha hecho fuerte en la fiesta de los toros. Al propio toro se
le exige hasta extremos inverosímiles, tanto en su conformación somática como
en su comportamiento durante la lidia, pero se desconocen sus componentes morfológicos
y se devalúa, moteja y desprecia el milagro genético que han realizado los
ganaderos de nuestro tiempo, consolidando la bravura como una cualidad
biológica de incalculable valor en esta especie única entre los ejemplares de
su raza.
El proyecto de referencia está auspiciado por el torero José Miguel
Arroyo, Joselito y su apoderado
vitalicio, Enrique Martín Arranz. Junto a ellos, se han alistado los
componentes de un equipo de profesionales doctorados en diversas ramas de la
medicina y la ciencia veterinaria de acreditada solvencia, así como periodistas
y aficionados de reconocido crédito, empeñados todos en mostrar al mundo –no
solo del toro, sino al mundo en general—las evidencias históricas, científicas,
éticas y estéticas de la Tauromaquia que tiene vigencia en nuestra
contemporaneidad, descabalgándola de ese nudo de tópicos que se ha hecho
gordiano, apelmazado bajo el sebo de la desidia y fortalecido por la endémica
tozudez inmovilista que caracteriza a la mayoría de los aficionados y profesionales taurinos de las últimas
décadas. El interesante proyecto consta de dos partes, una argumental, con
impecables razonamientos y otra descriptiva de un experimento llamado
Tauromaquias Integradas, al que se agrega un Plan de futuro para la Venta del
Batán de Madrid.
A quienes aseguran que la Fiesta está bien como
está, que lo que hace falta es el toro encastado, que tome tres puyazos y venda
cara su muerte les digo que yo también compartiría tan gratificante tesis… si
no fuera porque reconozco que es demagógica y quimérica. Evocar a Bastonito,
Murciano, Jarabito y algunos otros toros de inolvidable comportamiento en el
ruedo (por cierto, curiosamente, ninguno de ellos indultado) es jugar con la
ventaja que proporciona lo excepcional. Al toro bravo actual –el más bravo y
más grande de la historia, no se olvide—se le somete a una prueba desleal,
desproporcionada e injusta en la suerte de varas. Rebajemos la alzada del
caballo, modifiquemos la lesividad de la puya y la conformación del palo,
reforcemos la protección del caballo con una cobertura de fibra sintética,
ligera e impenetrable que facilite al toro meter la cabeza bajo su anatomía… y
ya veremos cómo responde ese toro. El novedoso proyecto simplemente se propone
acondicionar la suerte de varas a las características del toro y a las
exigencias de la lidia actual, evitando, en lo posible, inútiles carnicerías.
En ningún momento se trata de minimizar este hermoso tercio de la lidia, y
mucho menos de suprimirlo.
Mi opinión es que veríamos más entradas y mas
reacciones engalladas del cornúpeta, más posibilidad de recuperar el actual,
paupérrimo y añorado tercio de quites… y también el espectáculo del picador que
pica en su sitio porque sabe montar y sabe herir donde debe, evitando
marronazos, destrozos internos en el toro y reconvirtiendo esta bella suerte en
una de las principales de la corrida.
También en estos últimos años, se han modificado
sustancialmente las banderillas, adoptándose las de un cubillo susceptible de
quebrarse. Con ello se han evitado muy graves lesiones en los toreros,
especialmente las que afectan a los ojos
(los ejemplos están en la mente de todos), y nadie, que se sepa, ha
clamado por mantener los palos de escoba enhiestos y amenazantes sobre el
morrillo del animal.
El proyecto se ocupa de explicar el por qué
habrían de modificarse también los arpones de banderillas y divisas, ya que los
actuales pueden ser considerados demasiado dañinos para el toro. Esta parte, y
la que también contempla modificar la hoja de los estoques para facilitar la
penetrabilidad y disminuir las entradas a matar y abreviar la habilidad del
descabello, es quizá, la más polémica, porque estimo que será la más complicada
de poner en práctica. La puntilla es otra cuestión. Llevo años clamando por su
supresión; pero antes de que alguien pudiera encabritarse, pídole que atienda a
las sucintas explicaciones que vienen a continuación:
Hace varios años, con ocasión de un Congreso
Taurino organizado por la Junta de Castilla la Mancha, celebrado en Albacete,
sugerí el cambio de la puntilla –ya en desuso en los mataderos españoles– por
el artilugio que emplea el perno cautivo o bala fulminante, un sistema que es
limpio, eficaz y aséptico. Para empezar, el acto de dar la puntilla (como el de
descabellar) no es una suerte de la lidia, sino una habilidad de matarife. Hago
esta aclaración, porque en aquél momento, un empresario de alta influencia
reclamó su permanencia (la de la puntilla) porque era una suerte (¿?) en la que
destacó Agapito, el puntillero de Las Ventas. Díganme que se puede responder a
tan pueril razonamiento, con todos mis
respetos al bueno de Agapito. Díganme cómo se puede engendrar una suerte del
toreo… sin toro, esto es, con el toro en el suelo. Díganme, también, cómo se
les pone el cuerpo cuando ven a toreros que hacen el paseíllo actuando de
terceros en la cuadrilla de un matador-banderillero y su sagrada misión es
entregar el capote –que no han usado—al ayuda del mozo de estoques, para
meterse en el chaleco dos puñales envainados que habrán de utilizar ante un
toro derrumbado y moribundo. Y todo
esto, a veces, cubriendo el antebrazo de la casaquilla con un horrendo manguito
de plástico, para proteger el bordado de su vestido de luces, ya que puede
darse el caso –y se da, ¡vaya si se da!– de repetir varias veces la alta misión
que les compete, mientras el toro, arrodillado e indefenso, muge de dolor con
el testuz borboteando sangre y el público contando y cantando en voz alta las
fallidas cuchilladas. ¿Acaso alguien no prefería un puntillero profesional, a
cargo de la empresa, que no vistiera de luces y cumpliera esta misión con
prontitud, limpieza e incluso elegancia? Pues hubo quien se lo tomó a chacota…
No a chacota, sino atacando el tema con singular
virulencia se ha empezado a tratar esta singular iniciativa de Joselito y
compañía. Lo del Encuentro entre Tauromaquias, integradas en un espectáculo de
I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) no deja de ser más que la
propuesta de algo sorprendente, susceptible de reformarse y de futuro incierto,
por demasiado ambicioso; pero no por ello irrealizable. En síntesis, se trata
de ofrecer un festejo taurino en seis actos, ofreciendo encierros, recortes,
toreo cómico, toreo serio, etc., todo ello
bien sincronizado, bajo la inspección y dirección de un Maestro del
Toreo y en la lidia de reses de variada edad, con la lidia y muerte de un toro,
como gran colofón.
Me gusta la gente con inquietudes, iniciativas,
ganas de trabajar y visión de futuro, algo de lo que lleva demasiado tiempo
huérfana la Tauromaquia, perdida como está en rifirrafes con los antitaurinos o
en luchas intestinas y cainitas entre los gremios que la dominan. Por eso
quiero dar un voto de confianza a este proyecto y pedir a los contestatarios y
torticeros que se enteren bien de qué va la cosa, antes de repartir sartenazos
a mansalva.
Todo lo que se gane en beneficio del toro, del
torero y del toreo, redundará en beneficio de quien lo disfruta, el público, y
será bueno para esta depauperada y alicaída Fiesta. No pongan el grito en el
cielo porque alguien intente que el toro sangre lo justo y necesario, pero no
más. ¿Por qué en una corrida de toros no se puede evitar el inútil
derramamiento de sangre?
La sangre siempre fue el caballo de batalla sobre
el que ha galopado la Tauromaquia, unas veces con la rienda firme y otras
pegando camballadas sin sentido. Decía Ortega y Gasset que la sangre simboliza
el verdadero “dentro” o intimidad de la vida, y que cuando se hace externidad
produce en quien lo contempla una inevitable sensación de asco; pero añadía que
hay un caso en que ese asco no se produce: cuando brota en el morrillo de un
toro bien picado y se derrama a ambos lados. Bajo el sol, el carmesí del
líquido brillante cobra una refulgencia que lo transustancia en joyel…
La frase, por muy orteguiana que sea, será sin
duda discutida en estos tiempos, pero es
evidente que la pronuncia una de las más reputadas figuras el pensamiento
español, y viene a decir que la sangre que aparece durante el transcurso de una
corrida no hace sino revitalizarla. En el caso que nos ocupa, entiendo que no
se trata de suprimirla, sino de dosificarla. Desde luego, para nada se habla de
la corrida incruenta que, a mi juicio, sería la verdadera muerte de la Fiesta.
Dejen, pues, trabajar a quienes tienen iniciativas y conocimientos suficientes para
poner al día la fiesta de los toros. Entérense bien de lo que se pretende, antes
de tirar a tenazón sin identificar bien a la pieza o de pegar palos como la
gallinita ciega. Tiempo habrá de discutir, de perfeccionar o de variar lo
proyectado. Si queremos que la Tauromaquia cobre nuevo impulso, es imprescindible el replanteamiento de algunas
cuestiones básicas, para tirar el sedal en el caladero de las nuevas
generaciones. El agua que no corre, se estanca y produce fetidez, no es
potable. Renovarse o morir. Elijan
ustedes.
Para empezar, si ganamos la batalla de la sangre,
habremos ganado la guerra del futuro.
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