sábado, 10 de marzo de 2018

OBISPO Y ORO: La sangre

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman 

La sangre es la cuestión, el nudo gordiano que la fiesta de los toros ha tenido que contemplar durante siglos, sin acertar a desatar lo que tanta reprobación desata en quienes contemplan su, para ellos, injustificado derramamiento. Ese nudo que se pone en la garganta de cualquiera (cualquiera, no lo duden) que lo percibe por vez primera en una plaza de toros, es el implemento que activa lo ininteligible, y por tanto hace del primerizo un elemento proclive la repulsión. La leyenda –que es la hermana bastarda de la Historia– nos enseña que fue Alejandro Magno quien acertó a deshacer el entuerto del nudo de la ciudad de Gordión, un nudo de cabos ocultos que nadie había conseguido desentrañar, partiéndolo de un solo tajo con su espada. Listo. Se acabó el problema. Solucionado el entuerto.

Con la sangre que aparece permanentemente en la representación formal de la corrida, la cosa no es tan sencilla. Ni tan drástica. Ciertamente, la sangre es el tejido orgánico que pone a funcionar las constantes vitales de los seres vivos, es decir, la esencia de la vida; y a través de los años –los siglos–, las constantes vitales de la Tauromaquia han tendido que repostar en el surtidor de sangre que aportan toro y torero; aquél, para rebajar su ímpetu salvaje y cimarrón, y éste, para que su intervención en tan primario encuentro se haga creíble. Así se han ido solventando dos posicionamientos en las relaciones humanas claramente antagónicos, en lo que al tema taurino se refiere: uno, que toma la sangre como tónico que posibilita su pervivencia y otro que se niega a su ingesta, por considerarla brebaje repugnante. Solo el cauteloso manejo de la evidencia de estas dos cuestiones puede asegurar el imprescindible proceso evolutivo de la fiesta de los toros, mediante una pautada serie de cambios, ajustados a las exigencias de la sociedad de cada época, que permitan transformar en actividad artística lo que comenzó en la noche de los tiempos como un ejercicio venatorio abrupto o en un divertimento fantasmagórico y cruel.

En la sociedad de este segundo decenio del siglo XXI, nadie en su sano juicio –ni siquiera los arqueólogos que en cualquier época se muestran como activistas refractarios a la innovación— podría aguantar ni un segundo la horripilante imagen de aquellos pencos agonizantes, destripados en el ruedo que tanto regocijo causaba en nuestros abuelos y bisabuelos; y sin embargo, tampoco nadie puede dudar de que la implantación del peto que protege a los caballos de picar en la suerte de varas fue el  paso fundamental y definitivo para el alistamiento de nuevos aficionados y la aparición de nuevas figuras del toreo. La Fiesta siguió viva entonces  –año 1928–, porque avanzó; y avanzó y se revitalizó porque modificó algunos planteamientos de carácter básico, con la sangre como argumento principal.

El pasado miércoles se presentó en Madrid un proyecto innovador, con vocación moderadamente transgresora y afán de luchar contra la inacción de los llamados “estamentos taurinos” a lo largo de casi sesenta años de persistencia en mantener una normativa caduca. El reglamentarismo se ha hecho fuerte en la fiesta de los toros. Al propio toro se le exige hasta extremos inverosímiles, tanto en su conformación somática como en su comportamiento durante la lidia, pero se desconocen sus componentes morfológicos y se devalúa, moteja y desprecia el milagro genético que han realizado los ganaderos de nuestro tiempo, consolidando la bravura como una cualidad biológica de incalculable valor en esta especie única entre los ejemplares de su raza.

El proyecto de referencia está  auspiciado por el torero José Miguel Arroyo,  Joselito y su apoderado vitalicio, Enrique Martín Arranz. Junto a ellos, se han alistado los componentes de un equipo de profesionales doctorados en diversas ramas de la medicina y la ciencia veterinaria de acreditada solvencia, así como periodistas y aficionados de reconocido crédito, empeñados todos en mostrar al mundo –no solo del toro, sino al mundo en general—las evidencias históricas, científicas, éticas y estéticas de la Tauromaquia que tiene vigencia en nuestra contemporaneidad, descabalgándola de ese nudo de tópicos que se ha hecho gordiano, apelmazado bajo el sebo de la desidia y fortalecido por la endémica tozudez inmovilista que caracteriza a la mayoría de los aficionados y  profesionales taurinos de las últimas décadas. El interesante proyecto consta de dos partes, una argumental, con impecables razonamientos y otra descriptiva de un experimento llamado Tauromaquias Integradas, al que se agrega un Plan de futuro para la Venta del Batán de Madrid.

A quienes aseguran que la Fiesta está bien como está, que lo que hace falta es el toro encastado, que tome tres puyazos y venda cara su muerte les digo que yo también compartiría tan gratificante tesis… si no fuera porque reconozco que es demagógica y quimérica. Evocar a Bastonito, Murciano, Jarabito y algunos otros toros de inolvidable comportamiento en el ruedo (por cierto, curiosamente, ninguno de ellos indultado) es jugar con la ventaja que proporciona lo excepcional. Al toro bravo actual –el más bravo y más grande de la historia, no se olvide—se le somete a una prueba desleal, desproporcionada e injusta en la suerte de varas. Rebajemos la alzada del caballo, modifiquemos la lesividad de la puya y la conformación del palo, reforcemos la protección del caballo con una cobertura de fibra sintética, ligera e impenetrable que facilite al toro meter la cabeza bajo su anatomía… y ya veremos cómo responde ese toro. El novedoso proyecto simplemente se propone acondicionar la suerte de varas a las características del toro y a las exigencias de la lidia actual, evitando, en lo posible, inútiles carnicerías. En ningún momento se trata de minimizar este hermoso tercio de la lidia, y mucho menos de suprimirlo.

Mi opinión es que veríamos más entradas y mas reacciones engalladas del cornúpeta, más posibilidad de recuperar el actual, paupérrimo y añorado tercio de quites… y también el espectáculo del picador que pica en su sitio porque sabe montar y sabe herir donde debe, evitando marronazos, destrozos internos en el toro y reconvirtiendo esta bella suerte en una de las principales de la corrida.

También en estos últimos años, se han modificado sustancialmente las banderillas, adoptándose las de un cubillo susceptible de quebrarse. Con ello se han evitado muy graves lesiones en los toreros, especialmente las que afectan a los ojos  (los ejemplos están en la mente de todos), y nadie, que se sepa, ha clamado por mantener los palos de escoba enhiestos y amenazantes sobre el morrillo del animal.

El proyecto se ocupa de explicar el por qué habrían de modificarse también los arpones de banderillas y divisas, ya que los actuales pueden ser considerados demasiado dañinos para el toro. Esta parte, y la que también contempla modificar la hoja de los estoques para facilitar la penetrabilidad y disminuir las entradas a matar y abreviar la habilidad del descabello, es quizá, la más polémica, porque estimo que será la más complicada de poner en práctica. La puntilla es otra cuestión. Llevo años clamando por su supresión; pero antes de que alguien pudiera encabritarse, pídole que atienda a las sucintas explicaciones que vienen a continuación:

Hace varios años, con ocasión de un Congreso Taurino organizado por la Junta de Castilla la Mancha, celebrado en Albacete, sugerí el cambio de la puntilla –ya en desuso en los mataderos españoles– por el artilugio que emplea el perno cautivo o bala fulminante, un sistema que es limpio, eficaz y aséptico. Para empezar, el acto de dar la puntilla (como el de descabellar) no es una suerte de la lidia, sino una habilidad de matarife. Hago esta aclaración, porque en aquél momento, un empresario de alta influencia reclamó su permanencia (la de la puntilla) porque era una suerte (¿?) en la que destacó Agapito, el puntillero de Las Ventas. Díganme que se puede responder a tan pueril razonamiento, con todos mis respetos al bueno de Agapito. Díganme cómo se puede engendrar una suerte del toreo… sin toro, esto es, con el toro en el suelo. Díganme, también, cómo se les pone el cuerpo cuando ven a toreros que hacen el paseíllo actuando de terceros en la cuadrilla de un matador-banderillero y su sagrada misión es entregar el capote –que no han usado—al ayuda del mozo de estoques, para meterse en el chaleco dos puñales envainados que habrán de utilizar ante un toro derrumbado y  moribundo. Y todo esto, a veces, cubriendo el antebrazo de la casaquilla con un horrendo manguito de plástico, para proteger el bordado de su vestido de luces, ya que puede darse el caso –y se da, ¡vaya si se da!– de repetir varias veces la alta misión que les compete, mientras el toro, arrodillado e indefenso, muge de dolor con el testuz borboteando sangre y el público contando y cantando en voz alta las fallidas cuchilladas. ¿Acaso alguien no prefería un puntillero profesional, a cargo de la empresa, que no vistiera de luces y cumpliera esta misión con prontitud, limpieza e incluso elegancia? Pues hubo quien se lo tomó a chacota…

No a chacota, sino atacando el tema con singular virulencia se ha empezado a tratar esta singular iniciativa de Joselito y compañía. Lo del Encuentro entre Tauromaquias, integradas en un espectáculo de I+D+i (investigación, desarrollo e innovación) no deja de ser más que la propuesta de algo sorprendente, susceptible de reformarse y de futuro incierto, por demasiado ambicioso; pero no por ello irrealizable. En síntesis, se trata de ofrecer un festejo taurino en seis actos, ofreciendo encierros, recortes, toreo cómico, toreo serio, etc., todo ello  bien sincronizado, bajo la inspección y dirección de un Maestro del Toreo y en la lidia de reses de variada edad, con la lidia y muerte de un toro, como gran colofón.

Me gusta la gente con inquietudes, iniciativas, ganas de trabajar y visión de futuro, algo de lo que lleva demasiado tiempo huérfana la Tauromaquia, perdida como está en rifirrafes con los antitaurinos o en luchas intestinas y cainitas entre los gremios que la dominan. Por eso quiero dar un voto de confianza a este proyecto y pedir a los contestatarios y torticeros que se enteren bien de qué va la cosa, antes de repartir sartenazos a mansalva.

Todo lo que se gane en beneficio del toro, del torero y del toreo, redundará en beneficio de quien lo disfruta, el público, y será bueno para esta depauperada y alicaída Fiesta. No pongan el grito en el cielo porque alguien intente que el toro sangre lo justo y necesario, pero no más. ¿Por qué en una corrida de toros no se puede evitar el inútil derramamiento de sangre?

La sangre siempre fue el caballo de batalla sobre el que ha galopado la Tauromaquia, unas veces con la rienda firme y otras pegando camballadas sin sentido. Decía Ortega y Gasset que la sangre simboliza el verdadero “dentro” o intimidad de la vida, y que cuando se hace externidad produce en quien lo contempla una inevitable sensación de asco; pero añadía que hay un caso en que ese asco no se produce: cuando brota en el morrillo de un toro bien picado y se derrama a ambos lados. Bajo el sol, el carmesí del líquido brillante cobra una refulgencia que lo transustancia en joyel…

La frase, por muy orteguiana que sea, será sin duda discutida en estos tiempos,  pero es evidente que la pronuncia una de las más reputadas figuras el pensamiento español, y viene a decir que la sangre que aparece durante el transcurso de una corrida no hace sino revitalizarla. En el caso que nos ocupa, entiendo que no se trata de suprimirla, sino de dosificarla. Desde luego, para nada se habla de la corrida incruenta que, a mi juicio, sería la verdadera muerte de la Fiesta.

Dejen, pues, trabajar a quienes tienen  iniciativas y conocimientos suficientes para poner al día la fiesta de los toros. Entérense bien de lo que se pretende, antes de tirar a tenazón sin identificar bien a la pieza o de pegar palos como la gallinita ciega. Tiempo habrá de discutir, de perfeccionar o de variar lo proyectado. Si queremos que la Tauromaquia cobre nuevo impulso, es  imprescindible el replanteamiento de algunas cuestiones básicas, para tirar el sedal en el caladero de las nuevas generaciones. El agua que no corre, se estanca y produce fetidez, no es potable.  Renovarse o morir. Elijan ustedes.

Para empezar, si ganamos la batalla de la sangre, habremos ganado la guerra del futuro.

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