lunes, 1 de mayo de 2017

RECORDATORIO - Manolo Montoliú, inolvidable

CARLOS CRIVELL
Foto: EFE

Se cumplen en el día de hoy 25 años de la muerte en Sevilla del gran torero valenciano Manolo Montoliú. La imagen espantosa del cuerpo del torero entre las astas de Cubatisto no se olvidará a quienes estuvimos aquella tarde en la plaza de toros sevillana. Era un día extraño aquel 1 de mayo. Se cernía sobre la Fiesta una amenaza de huelga de picadores y banderilleros ante la entrada en vigor de algunos cambios en el Reglamento Taurino, que afectaban, sobre todo, a los caballos de picar. En tarde de calor intenso, cuando Manolo tomó las banderillas la ilusión volvió a todos porque Manolo era un portento con los palos y en Sevilla tenía por costumbre cuajar pares memorables. El destino estaba marcado y el pitón de toro atravesó el corazón torero de Montoliú.

En una temporada especial por los fastos de Expo de 1992, todo estaba marcado por el signo de la contrariedad. La apuesta de la Empresa Pagés fue colosal en número y calidad, pero ni el público respondió en la medida deseada, ni tampoco sobre el ruedo hubo noticias deslumbrantes, más bien todo estaba siendo mediocre y desafortunado. A esta temporada tan esperada solo le faltaba el sello de la fatalidad, que llegó el día 1 de mayo y volvió a aparecer por el coso del Baratillo el 13 de septiembre con la muerte de Ramón Soto Vargas. Fue la temporada de 1992 pobre y trágica.

Manolo Montoliú era un valenciano que nació el 5 de enero de 1954 en una familia torera. Su padre fue el gran picador Manuel Calvo Montoliú. Desde 1973 hasta 1979 vivió de sueños para poder llegar a ser un torero importante, pero, al comprobar que el camino estaba lleno de pedruscos, cambió el oro por la plata y se puso a torear de banderillero con un joven salido de la huerta llamado Vicente Ruiz El Soro. Sus enormes cualidades como lidiador y banderillero se conocieron pronto en el mundo del toro. Lo llamó Paco Ojeda y formó un equipo con otro grande, Martín Recio. Juntos pasearon por los ruedos dejando en cada lance el regusto de lo bien hecho. Por su parte, Manolo fue sembrando los ruedos con pares de banderillas inmensos, citando con los brazos caídos, andando despacio hacia el toro, para ganarle la cara, alzar los palos y clavar en todo lo alto, al tiempo que salía de la reunión con gallardía y donaire. Después de Ojeda vivió un tiempo de triunfo permanente junto al maestro Antoñete.

Estaba tan sobrado ante los toros, tenía las cosas tan claras en cuanto a la lidia, sus capotazos eran tan templados, sus banderillas seguían levantado tanto clamor en los tendidos, que Manolo pensó que debía intentar de nuevo la aventura de ser matador de toros. En 1986 tomó la alternativa en Castellón de manos de otro espada que goza del cielo taurino: Julio Robles.

Fue una aventura bonita y torera, tal vez equivocada, sobre todo si se advierte que el reto no llegó a buen puerto. Montoliú no quería tomar la alternativa para poder presumir de matador de toros, me lo dijo un día en una entrevista que le hice en el Hotel Inglaterra de Sevilla. Manolo tenía claro que tenía un hueco entre los diestros de aquellos años, cuando era muy frecuente que se organizaran festejos con tres matadores que ponían banderillas.

Sin embargo, el sueño fue breve. Pasó con dignidad por Sevilla y confirmó en Madrid en San Isidro del mismo año 1986. Se percató que su sitio estaba entre los banderilleros, que allí era una figura grandiosa, y no tuvo ningún problema para coger de nuevo el terno de plata. Su calidad lució en cuadrillas como las de Víctor Mendes, El Soro, y Miguel Litri, hasta que recaló en la de José María Manzanares en el año 1992. Toreó en Valencia y saludó montera en mano después de cuajar un gran tercio a un toro de Peralta. El día 23 de abril toreó en la Feria de Sevilla y saludó en las banderillas del cuarto de Alcurrucén.

Así llegó el 1 de mayo, tarde de calor y de malos presagios, Manolo con un terno mostaza y azabache, ambiente enrarecido, el toro de Atanasio de nombre muy feo, grande y desproporcionado, en los corrales, y una cita con el final del camino para un torero muy grande. Murió en la plaza. Se lidió el segundo pero el presidente José Luis León suspendió la corrida en ese momento. Lo demás fue llanto y dolor, ya en la propia enfermería, ya en la actual sala de prensa donde los toreros de Sevilla velaron su cuerpo antes del traslado a Valencia.

Manolo Montoliú fue un torero de clase, pero es cierto que su momento estelar más celebrado fue como banderillero. Era un heredero natural de la mejor escuela de los toreros de plata de Valencia, que han sido muy buenos, con la insignia de Paco Honrubia como gran estandarte. Manolo fue eficaz con el capote, siempre bien situado en la plaza, solidario y atento con los compañeros, pero se venía arriba cuando caminaba despacio hacia los toros, con esa figura generosa que tenía, para clavar los garapullos. Fiel a su estilo, ante un toro fuera de tipo y malo sin paliativos, quiso volver a quitarse la montera en la tarde aciaga del 1 de mayo de 1992 y allí le esperaba la muerte. La conmoción fue grande, pero nos quedó el alivio de que Manolo fue torero hasta su último aliento entre las astas del toraco salmantino.

Valencia no lo olvida, en realidad no lo hace ningún aficionado, y allí en las puertas del coso de la calle Játiva emerge su figura en bronce con su eterno par en las manos. Y su huella sigue en los ruedos cuando comprobamos tantas tardes a su hijo José Manuel, bendita la rama que al tronco sale, caminar despacio al toro, en los mismos terrenos de la Maestranza donde su padre entregó su vida, para dejar pares que nos hacen retroceder más de 25 años. El recuerdo de Manolo Montoliú es imborrable.

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