CARLOS CRIVELL
Foto: EFE
Se cumplen en el día de hoy 25 años de la muerte en Sevilla
del gran torero valenciano Manolo Montoliú. La imagen espantosa del cuerpo del
torero entre las astas de Cubatisto no se olvidará a quienes estuvimos aquella
tarde en la plaza de toros sevillana. Era un día extraño aquel 1 de mayo. Se
cernía sobre la Fiesta una amenaza de huelga de picadores y banderilleros ante
la entrada en vigor de algunos cambios en el Reglamento Taurino, que afectaban,
sobre todo, a los caballos de picar. En tarde de calor intenso, cuando Manolo
tomó las banderillas la ilusión volvió a todos porque Manolo era un portento
con los palos y en Sevilla tenía por costumbre cuajar pares memorables. El
destino estaba marcado y el pitón de toro atravesó el corazón torero de
Montoliú.
En una temporada especial por los fastos de Expo de 1992,
todo estaba marcado por el signo de la contrariedad. La apuesta de la Empresa
Pagés fue colosal en número y calidad, pero ni el público respondió en la
medida deseada, ni tampoco sobre el ruedo hubo noticias deslumbrantes, más bien
todo estaba siendo mediocre y desafortunado. A esta temporada tan esperada solo
le faltaba el sello de la fatalidad, que llegó el día 1 de mayo y volvió a
aparecer por el coso del Baratillo el 13 de septiembre con la muerte de Ramón
Soto Vargas. Fue la temporada de 1992 pobre y trágica.
Manolo Montoliú era un valenciano que nació el 5 de enero de
1954 en una familia torera. Su padre fue el gran picador Manuel Calvo Montoliú.
Desde 1973 hasta 1979 vivió de sueños para poder llegar a ser un torero
importante, pero, al comprobar que el camino estaba lleno de pedruscos, cambió
el oro por la plata y se puso a torear de banderillero con un joven salido de
la huerta llamado Vicente Ruiz El Soro. Sus enormes cualidades como lidiador y
banderillero se conocieron pronto en el mundo del toro. Lo llamó Paco Ojeda y
formó un equipo con otro grande, Martín Recio. Juntos pasearon por los ruedos
dejando en cada lance el regusto de lo bien hecho. Por su parte, Manolo fue
sembrando los ruedos con pares de banderillas inmensos, citando con los brazos
caídos, andando despacio hacia el toro, para ganarle la cara, alzar los palos y
clavar en todo lo alto, al tiempo que salía de la reunión con gallardía y
donaire. Después de Ojeda vivió un tiempo de triunfo permanente junto al
maestro Antoñete.
Estaba tan sobrado ante los toros, tenía las cosas tan
claras en cuanto a la lidia, sus capotazos eran tan templados, sus banderillas
seguían levantado tanto clamor en los tendidos, que Manolo pensó que debía
intentar de nuevo la aventura de ser matador de toros. En 1986 tomó la
alternativa en Castellón de manos de otro espada que goza del cielo taurino:
Julio Robles.
Fue una aventura bonita y torera, tal vez equivocada, sobre
todo si se advierte que el reto no llegó a buen puerto. Montoliú no quería
tomar la alternativa para poder presumir de matador de toros, me lo dijo un día
en una entrevista que le hice en el Hotel Inglaterra de Sevilla. Manolo tenía
claro que tenía un hueco entre los diestros de aquellos años, cuando era muy
frecuente que se organizaran festejos con tres matadores que ponían
banderillas.
Sin embargo, el sueño fue breve. Pasó con dignidad por
Sevilla y confirmó en Madrid en San Isidro del mismo año 1986. Se percató que
su sitio estaba entre los banderilleros, que allí era una figura grandiosa, y
no tuvo ningún problema para coger de nuevo el terno de plata. Su calidad lució
en cuadrillas como las de Víctor Mendes, El Soro, y Miguel Litri, hasta que
recaló en la de José María Manzanares en el año 1992. Toreó en Valencia y
saludó montera en mano después de cuajar un gran tercio a un toro de Peralta.
El día 23 de abril toreó en la Feria de Sevilla y saludó en las banderillas del
cuarto de Alcurrucén.
Así llegó el 1 de mayo, tarde de calor y de malos presagios,
Manolo con un terno mostaza y azabache, ambiente enrarecido, el toro de
Atanasio de nombre muy feo, grande y desproporcionado, en los corrales, y una
cita con el final del camino para un torero muy grande. Murió en la plaza. Se
lidió el segundo pero el presidente José Luis León suspendió la corrida en ese
momento. Lo demás fue llanto y dolor, ya en la propia enfermería, ya en la
actual sala de prensa donde los toreros de Sevilla velaron su cuerpo antes del
traslado a Valencia.
Manolo Montoliú fue un torero de clase, pero es cierto que
su momento estelar más celebrado fue como banderillero. Era un heredero natural
de la mejor escuela de los toreros de plata de Valencia, que han sido muy
buenos, con la insignia de Paco Honrubia como gran estandarte. Manolo fue
eficaz con el capote, siempre bien situado en la plaza, solidario y atento con
los compañeros, pero se venía arriba cuando caminaba despacio hacia los toros,
con esa figura generosa que tenía, para clavar los garapullos. Fiel a su
estilo, ante un toro fuera de tipo y malo sin paliativos, quiso volver a
quitarse la montera en la tarde aciaga del 1 de mayo de 1992 y allí le esperaba
la muerte. La conmoción fue grande, pero nos quedó el alivio de que Manolo fue
torero hasta su último aliento entre las astas del toraco salmantino.
Valencia no lo olvida, en realidad no lo hace ningún
aficionado, y allí en las puertas del coso de la calle Játiva emerge su figura
en bronce con su eterno par en las manos. Y su huella sigue en los ruedos
cuando comprobamos tantas tardes a su hijo José Manuel, bendita la rama que al
tronco sale, caminar despacio al toro, en los mismos terrenos de la Maestranza
donde su padre entregó su vida, para dejar pares que nos hacen retroceder más
de 25 años. El recuerdo de Manolo Montoliú es imborrable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario