martes, 30 de mayo de 2017

DESDE EL BARRIO: La semana torista

PACO AGUADO

Desde que los Lozano, hace ya más de veinte años, empezaran a juntar  al final de la feria las ganaderías más "duras" para dejar contenta a la afición "exigente", la última de San Isidro se definió inevitablemente como la semana "torista" del abono. Y así ha seguido siendo hasta esta edición del 2017, cuando el verdadero "torismo" ya se ha mostrado de forma apabullante con las divisas de la segunda.

Puestos a comulgar con esa absurda y cainita rueda de molino que intenta distinguir entre torismo y torerismo –cuando lo importante ha de ser el equilibrio entre ambos protagonistas, llamémosle "torerismo"–, aceptemos como "torista" a ese convencional concepto de la tauromaquia que da prioridad y mayor valor a todo lo referente al animal.

Porque, de ser así, habrá que suponer que el aficionado "torista" madrileño, ese que presume de valorar la buena hechura, el trapío acorde a cada encaste y la emoción de la bravura en toda su expresión, tiene que haber disfrutado de lo lindo en los siete días que han ido del 22 al 28 de mayo, cuando han salido al ruedo venteño, al menos, docena y media de ejemplares de excelente condición.

Entre la encastada novillada de "domecqs" de El Montecillo del primer día y el enclasado galope de los "murubes" del Capea de la última de rejones, cupieron sobre todo tres bravas y completas corridas de Núñez del Cuvillo, Alcurrucén y Jandilla, con una altísima media de toros destacados que hicieron que del triste goteo de los primeros días de la feria se pasara a un auténtico derroche de bravura.

Cierto es que, como excepción a la regla, entreveradamente tuvimos que sufrir también el desesperante y nulo juego de los "lisardos" de Valdefresno –tal vez una corrida demasiado “temprana” para el campo salmantino– y el pésimo pero lógico resultado de los bastos y contrahechos toros de El Torero, tan alejados en todo de sus primos hermanos de Jandilla.

Pero esos dos lunares no pudieron empañar el brillo de una excepcional semana ganadera en la plaza de Madrid, de la que destacó un aún más selecto cuadro de honor: dos toros de desbordante repetición de Cuvillo, ambos en el lote de Alejandro Talavante, uno de sobresaliente profundidad de Alcurrucén, al que desorejó Ginés Marín, y dos o tres "jandillas" que fueron, cada uno en su versión, merecedores de esa vuelta al ruedo que solo se llevó "Hebreo" –que figuró como "Hebrea" en los programas de mano a causa de esa funcionarial manía veterinaria de registrar a los becerros con el nombre literal de sus madres– por poner en el empeño mucho más que Sebastián Castella.

Lo mejor del caso es que tal confluencia de bravura de la pasada semana no parece que haya sido una casualidad, la arbitraria lotería de buenos toros aislados que venía siendo norma desde hace muchos años en San Isidro, sino el resultado directo de la apuesta, no siempre lograda, de los ganaderos y de la nueva empresa por una presentación más racional de las corridas, en busca de esa normalización que, por el bien del espectáculo, debería imponerse para erradicar la dictatorial tabla rasa de los corrales.

Por mucho que se hayan escuchado algunas protestas de quienes siguen fijándose solo en la tablilla y en el hierro de los toros para tener argumentos a la contra, la mayoría de esos ejemplares destacados han tenido una presencia mucho más armónica, con unas hechuras tan finas como serias y bien armadas y, sobre todo, acordes a su origen genético. Es decir, que eran toros realmente de primera para una plaza de primerísima.

Así que si, viendo salir al precioso jabonero de Cuvillo y al enrazado "núñez" que desorejó Marín, eran muchos los que pedían "¡toros!" desde el siete y otros tendidos del caos de criterios en que se ha convertido Las Ventas, "toros" tuvieron. Porque esos mismos astados protestados y "pregonados" –incluso antes de su lidia en las redes sociales– dizque por chicos e impresentables igual que aquel famoso "Bastonito", también rompieron a embestir como lo que eran: prototipos perfectos del toro de lidia, tan raros de ver en Las Ventas en las últimas décadas.

La única preocupación que queda tras esta feliz lectura del nivel de casta en los últimos días isidriles es que a esa docena y media de toros notables únicamente se les cortaron diez orejas… de las que la mitad fueron para los rejoneadores. Raro e inquietante San Isidro será este si, de no cambiar las tornas en su segunda  mitad, acaba  arrojando un balance de más y mejores toros que toreros. Y, de momento, los funos van ganando por goleada.

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