CARLOS RUIZ VILLASUSO
La presentación en el Congreso de los Diputados de la Ley
Cero por parte del partido animalista PACMA no es un brindis al sol. Tampoco es
una búsqueda de publicidad. Entre otras cosas porque ya la tienen: cuatro mil
personas en la Puerta del Sol tuvieron una cobertura nacional e internacional
mil veces superior al espectáculo de 20.000 almas en Las Ventas el mismo día.
El día que presentaron la propuesta, había cinco veces más medios a la entrada
del Congreso que el día de la presentación de la Fundación del Toro de Lidia.
Ciertamente, una ley que ponga fin a la caza, la pesca, la
Tauromaquia, los experimentos de nuevas medicinas con animales… no va a
prosperar. No hoy. No en su totalidad. Pero si alguien piensa que éste es el
objetivo del PACMA, rebosa de estupidez. No es ni el objetivo de PACMA, ni de
Podemos, ni de cualquier partido mascotista o de izquierda de ideología
posmoderna. No dejaré de insistir en lo siguiente: asistimos a un plan meditado
en tiempo y espacio, de un mercado con una mercadotecnia comunicativa. Esta ha
consistido en lo siguiente: el mercado de la mascota necesita para su
desarrollo creciente un calado social y un convencimiento social.
El calado social no es otro que lograr que el ciudadano
sienta cada día más empatía con la mascota para lograr más hogares con más
mascotas. Ese objetivo ya está cubierto y es socialmente irreversible. Ahora,
la estrategia pasa del calado al convencimiento social. Es decir, a que las
mascotas de hoy y las que aumenten en los años próximos, alcancen tan lugar en
derechos de bienestar, que sean aún un producto de consumo cada vez mayor. Lo
escribí hace tiempo y el abogado Moeckel me pidió que se lo explicara mejor.
“Cuanto más humano, más negocio”. Se lo dije hace cinco años. Hoy la mascota
está ya a los niveles de necesidades y consumo de un ser humano. Lo supera
incluso en muchos sectores poblacionales.
Y esta estrategia de mercado, que está alarmando a
científicos de todo el mundo al denunciar un cambio radical global de las
relaciones humanas y las sociedades, está ya en la fase de legislar. De pedir
leyes. Derechos. Hacerlos más humanos. Ahora estamos en la fase de
convencimiento social. Y eso significa legislar. Y la presentación de esta
propuesta de Ley es el inicio. El mercado de la mascota usó al animalismo y su idea
de bondad social con la acumulación de viejas técnicas discursivas: creación de
un enemigo mediante la generalización (ellos y nosotros, los de la caza, el
toreo…) mediante uso de epítetos (asesinos, maltratadores) creando una
confusión categórica hacia la sociedad y haciendo creer que hay una lucha
contra un enemigo gigantesco. Es más, ellos son David, la Tauromaquia es
Goliat. Ellos son menos y nosotros más, ellos son los lastimosos y nosotros el
lobby. Jamás nadie nos vendió tan poderosos, a sabiendas de que somos un sector
inexistente, en quiebra económica y que sólo manda a sacrifico en público al 5%
de las reses de lidia.
Nosotros sabemos mejor que nadie que no somos ese potencial,
pero han logrado esa percepción de calado social. Insisto, irreversible. El
resultado de este tipo de campañas es la creación de grupos poderosos
sospechosos y perseguidos, que pueden incluso ser objeto de violencia legítima
sin que la autoridad actúe: asaltos de plazas, manifestaciones en lugares
ilegales, insultos, amenazas… Es más, logrando que el uso de esa violencia sea
percibido por la sociedad como actos de lucha de David contra el malvado Goliat.
Ya somos muy poderos y muy malos. Por tanto, la ley ha de
perseguirnos, prohibirnos. Es un bien social que no existamos. Los animales
están más seguros si no existimos. Y para ello, inevitablemente, hay que
legislar. Legislar. Y para legislar hay que proponer leyes. Y presentarlas.
Como hace PACMA. Y perderlas. Y luego modificarlas y luego… ganarlas. Que
alguien repita ahora lo mismo que dijo hace casi quince años, cuando se
iniciaba el proceso que terminó con una Tauromaquia perseguida en todo el orbe,
es una frustración y la demostración palpable de que no hay plan, no hay
cordura y, seguramente, no hay talento ni hombres capaces. / Redacción
Aplausos
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