El torero extremeño dibuja una
faena a cámara lenta y corta una oreja a un sobrero del Conde de Mayalde- *** El
joven de Espartinas recibe una grave cornada de dos trayectorias en el muslo
derecho.
Alejandro Talavante |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Fotos: EFE
Los acordes del Himno de España arroparon esta vez la
presencia del Rey emérito. Sería por presidir oficialmente la Corrida de la
Prensa la diferencia. Como si los demás días se dejase el 'título', la historia
y la corona gastada en casa. Al lado del Monarca, dos gallegas: la presidenta de
la APM, Victoria Prego, y la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen
Martínez Castro. Doctoras ilustres en periodismo, vírgenes vestales en
tauromaquia. Los del «7» habían montado la revolución de pancartas. Por el
prestigio, el trapío y la casta del toro de Madrid.
Salió el primero de Puerto de San Lorenzo a darles la razón.
Testada la flojedad, José Chacón, con más tiros pegados que el puente de
Mostar, le enredó por abajo en el capote. Esperaba un sobrero de Buenavista. Y
menudo fue. Buen toro el cinqueño de Clota Calvo. La seriedad de la edad, el
fondo de bravo. Sebastián Castella cumplimentó a Don Juan Carlos y se clavó en
los terrenos del «4». Como coda de los estatuarios, brotaron dos muñecazos por
el izquierdo en los que el toro derramó la excelencia de la embestida. En los
medios, Castella toreó con tersura sobre la derecha y cató la zurda con bien. Y
en ese bien siguió alternando las manos sin arrancar la rotundidad de los oles
roncos de Madrid. El (largo) metraje de la faena, a toro ya gastado, incluso
contó con dos finales: el arrimón con el sello de la casa y los circulares
invertidos y unas bernadinas a viaje cambiado. Todavía quizá había posibilidad
de exprimir el buenismo de Las Ventas. Pese al aviso caído. En la estocada
trasera y defectuosa se amorcilló el cinqueño. Cayó otro clarinazo. Un golpe
certero de descabello y adiós mundo cruel. Juguetón quizá oiría la ovación del
arrastre allá en el limbo de los toros buenos.
Subió el cuarto, por alzada y volumen, la presencia de la
corrida de Puerto de San Lorenzo. Ni Talavante había tenido opciones con el
frenado segundo y sus tornillazos, ni Jiménez con el tercero en derrumbe
permanente. Pues el citado cuarto sacó una dormidera que escondía un punto de
genio. Una protesta cuando Sebastián Castella le exigía abajo. No habitaba el
ritmo en aquel embestir al paso, ni la entrega, ni tampoco la maldad. La
firmeza de Castella empataba con la densidad de la obra. Que se podía cortar
como el ambiente. Una coz mirando a tablas como declaración de la evidente
mansedumbre del toro salmantino. La contundencia de la estocada del matador
francés certificó una muerte súbita.
Devolvieron el quinto de contado poder sin una caída. Ya
había desatado las protestas su lavada expresión. El sobrero de Torrealta era
todo y sólo cara. Escurrido y cabezón. Sus repetidas costaladas lo condenaron
al pañuelo verde en justicia. Ya el tercer reserva, como dicen por México,
pertenecía al Conde de Mayalde. No es que fuese feo, era la fealdad. Y sin
embargo en su interior habitaba la belleza del temple, la humillación bendita y
la obediencia mansita. La magia a cámara lenta de Alejandro Talavante le dio la
vuelta a la tortilla podrida de la tarde, a la debacle desenfrenada. Pronto la
izquierda, los vuelos, el pulso. La lentitud también de la derecha, que alumbró
un cambio de mano inmenso. Como aquel de Sevilla de 2007. La sinfonía
talavantista mecía Madrid en sus muñecas, en su cintura, en su naturalidad
infinita y embrocada. Los pases de pecho barrían el lomo entero del sobrero desde
el tobogán de su cuello. Rugía la plaza como un volcán. Un espadazo a ley
desató el delirio. Y la presidencia entregó la oreja con el peso verdadero de
lo auténtico. Talavante salvaba, a última hora, el primer puerto de su
particular Himalaya con la sonrisa del triunfo cierto.
El viento y el genio del astifinísimo sexto se cruzaron en
el camino aciago de Javier Jiménez. Un golpe ciego de furia. La cornada
tremenda y extensa en el muslo derecho. La sangre a borbotones así lo
anunciaba. Castella finalizó la empresa imposible. En sólo dos toros, y tras
160 minutos desnortados, la bipolaridad del toreo: la gloria y la sangre
derramada.
PUERTO DE SAN LORENZO | Castella, Talavante y Jiménez
Toros de Puerto de San Lorenzo,
de diferentes hechuras, en el límite de trapío; de pobre poder y deslucido y
manso juego; complicados y geniudo el 6º; dormido el 4º; un notable sobrero
cinqueño de Buenavista (1º bis),
especialmente por el izquierdo; otro de Torrealta (5º bis), también cinqueño y
devuelto; y otro del Conde de Mayalde
(5º tris), tan feo como bueno y templado.
Sebastián Castella, de malva y oro. Estocada trasera y atravesada.
Dos avisos (petición y saludos). En el cuarto, estoconazo (ovación).
Alejandro Talavante, de azul marino y oro. Pinchazo, pinchazo
hondo tendido y varios descabellos (silencio). En el quinto, estocada (oreja).
Javier Jiménez, de rioja y oro. Estocada delantera
(silencio). En el sexto cayó herido y Castella mató de una estocada (silencio).
Presidió la corrida el Rey emérito acompañado de la presidenta de la
APM, Victoria Priego, y la
Secretaria de Estado de Comunicación, Carmen
Martínez Castro.
Monumental de las Ventas. Viernes, 19 de mayo. Corrida de la Prensa.
Lleno de "no hay billetes".
PARTE FACULTATIVO DE JAVIER JIMÉNEZ
Herida por asta de toro en el tercio superior de la cara interna del
muslo derecho con dos trayectorias, una hacia arriba de 20 centímetros que
produce destrozos en músculos aductores y alcanza el pubis, y otra hacia abajo
de 15 centímetros que produce destrozos en músculos del vasto interno y
aductor. Pronóstico: Grave.
No hay comentarios:
Publicar un comentario