Roca Rey |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Fotos: EFE
Un llenazo inauguró los tres días grandes de San Isidro que
esperan. Y un cinqueño alto y montado hizo lo propio con la corrida de
Victoriano del Río con todo su velamen a cuestas. Miguel Ángel Perera todo lo
pensó a favor del toro: no castigarle en el caballo, jugar con las distancias,
no exigir donde no había más que una movilidad engañosa y de escaso celo. Ni se
empleó en el peto ni en la muleta. Pasaba. Como pasó en un quite por
chicuelinas de Perera. Su prontitud podía conducir a engaño. Varias veces se
metió por dentro además. Cuando se rajó, las cosas quedaron claras.
Otras hechuras más armoniosas traía el castaño segundo. Su
tranquito en banderillas remontaba su contado poder y delataba su calidad.
Especialmente por el pitón derecho. López Simón se puso a torear pronto por esa
mano. En tres tandas de hombros caídos, en los terrenos del "4", el
toro se dio con espléndido son. Por abajo viajaba la clase de su embestida. Lo
que por momentos prometía la faena, a tenor de la algarabía de los tendidos, se
desdibujó en el paso menor por la izquierda. Ni el cuatreño ni Simón volvieron
a ser los mismos. O Simón volvió a ser el de siempre. La llamita tenue ya de la
embestida todavía valió para un intento de remontada. Luquecinas y manoletinas
agitaron a las gentes de sol. Como la estocada en lo alto.
Miguel Ángel Perera |
«Beato», nombre con historia en la ganadería de Victoriano
del Río, se declaró manso en cuanto pisó el ruedo. Huía hasta de su sombra. Tan
largo y montado. Cobró los puyazos en el picador que guarda puerta. Y campó a
sus anchas por la arena con el inmenso trapío. Roca Rey cumplimentó a Don Juan
Carlos y marchó a por «Beato» a su territorio. Allá en el "5". La
apertura por alto no pareció lo más idóneo para atar al toro. Roca Rey lo
intentó en los medios al natural. Pero también se le fue. Como indicándole al
peruano los terrenos donde debía ser: en chiqueros. Allí RR se entregó en el
toreo al natural, hallando la sorpresa mayúscula, por no vista, de que el toro
colocaba la cara y se estiraba a favor de querencia en pos de la muleta. Lenta
muleta, toreo de plomo. Atalonado, embraguetado y acinturado el torero. Los
naturales brotaban con inacabable largura. Como los oles. Una espaldina avivó
el incendio que se extendió también en redondo. Descarado el Cóndor de Perú,
enfrontilado y ofrecido. Un estononazo catapultó toda su soberbia. Cayó la
oreja con el peso de lo auténtico. La verdad de lo increíble.
«Cantapájaros», como el de aquella cumbre del Juli, lucía
una perfección de líneas fabulosa. Como cuarto de la tarde y segundo cinqueño
de los cuatro que envió Victoriano del Río. Miguel Ángel Perera sintió pronto
sus condiciones. Y brindó al público y se arrancó clavado con la explosividad
de sus inicios. Los péndulos y el lío prendieron la plaza. Y después y seguido
estuvo perfecto. Hundido en su propio temple. La serena rotundidad de los años
ligada. Las tandas de cinco y el de pecho. Tan roto y profundo. Amagó «Cantapájaros»
con cantar la gallina. Y entonces MAP lo administró con tiempos. O abundó más
en ellos. Dejó que respirase. Y demoró lo inevitable. Un pase de pecho abrochó
con rotunda monumentalidad la ronda de naturales. Cuando ya la embestida se
rajaba sin remisión. Miguel Ángel de Extremadura hilvanó el final trenzado de
la casa. En tierra de fuego la estatua pererista. Como una vela atacó con la
espada, que hundió por el mismo hoyo de la agujas. Las Ventas se rindió ante la
evidencia. La importancia del trofeo rodó como el toro.
Tito Sandoval se recuperó de un estruendoso derribó con un
puyazo mayúsculo. Tanto, que saludó castoreño en ristre. Había apretado el
inmenso castaño con su bravura a toda máquina. López Simón principió faena de
rodillas casi sobre la misma boca de riego. Impactante la obertura. Como el
tranco de «Cojito». Joder con «Cojito». Marcó el ritmo de un trío de series
amontonadas. Por la derecha las tres. La espectacularidad del cinqueño de
Victoriano del Río siguió en la mente del público por encima de su final. Que
se anunció en la zurda de Simón. Como a toda la buena corrida faltaba final.
Camino de tablas, el torero de Barajas portaba el gesto de la derrota. Que se
consumó con la espada.
El sexto de amplia cara, el último de los cinqueños de la
corrida, careció de ritmo. Y le sobró el gaitazo que soltaba constantemente.
Sin entrega. Roca Rey, hostigado de pronto sin saber por qué, lo intentó por
una y otra mano. Y resolvió con la fe perdida en el toro.
VICTORIANO DEL RÍO | Miguel Ángel Perera, López Simón y Roca Rey
Toros de Victoriano del Río,
cuatro cinqueños (1º, 4º, 5º y 6º), serios y cuajados; de engañosa movilidad el
1º; con clase el 2º; manso y noble el 3º; notable el 4º; de espectacular
bravura el 5; sin ritmo ni entrara el 6; todos tuvieron finales rajaditos.
Miguel Ángel Perera, de gris plomo y oro. Estocada pasada,
atravesada y tendida. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada (oreja).
López Simón, de grana y oro. Estocada. Aviso (leve
petición y saludos). En el quinto, dos pinchazos, media estocada tendida y
cuatro descabellos. Aviso (pitos).
Roca Rey, de corinto y oro. Estoconazo. Aviso
(oreja). En el sexto, estocada y tres descabellos. Aviso (silencio).
Monumental de las Ventas. Miércoles, 31 de mayo de 2017. Vigésima
primera de feria. Lleno de 'no hay billetes'.
López Simón |
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